El canto del ángel estremeció Neuquén 19-11-03

Pedro Aznar demostró que es uno de los mejores de su "especie". Neuquén vibró durante un recital que pasó como un huracán musical, con mucha técnica, adrenalina y corazón.

NEUQUEN (AN).- El hombre calvo ubicado en el asiento veiuntitanto de la segunda fila no puede dejar de mover los brazos, de contornearse como una hoja. No para de recordar los días de juventud, cuando en La Plata se escapaba a ver a una antigua noviecita. Y en realidad esa picardía era la excusa para disfrutar en vivo y en directo de la figura espigada que ahora tiene nuevamente frente a él, después de tantos años.

Sobre el escenario, aquel al que algunos tildan de frío, reservado, desanimado. Al que otros señalan como apenas un «intelectual de la música», sabiendo que en el ambiente del rock este calificativo es algo odiado y despreciado. Pedro Aznar se sienta frente a los teclados y echa todo por tierra. Toma la guitarra y les cierra la boca. Su bajo ruge sin trastes, y a quién se le ocurriría discutirlo.

Si aún queda algún incrédulo en esta selva de detractores, a su tremendo virtuosismo instrumental le agrega un nuevo apego por la lírica y la poesía, como él mismo reconcoce. El recital que entregó el lunes por la noche en el cine teatro Español de esta capital fue brillante de principio a fin. Brillante por donde se lo mire.

La sala hirvió, los presentes entregaron interminables ovaciones, dejaron sus asientos, vivaron a los gritos, se tornaron «una batería humana». Los blues destrozaron las paredes, el rock mareó a todos y la pimienta que Pedro le imprime a cada una de sus versiones dejó a todos cabeza abajo, pidiendo, implorando «una más».

Pedro, como si esto fuera normal, ante cada ovación se dobla como un pañuelo y agradece las muestras de afecto. El silencio fue perpetuo cuando el show comenzó con él sentado en los teclados interpretando «Parte de volar» -homónimo de su nuevo trabajo discográfico-, «Canción del ángel» y una hermosa poesía en «Décimas», canción que llora por «mundos abatidos, sueños mudos y olvidos que muestran los dientes».

Se escuchan las primeras estrofas que sacuden diciendo «cuantas veces me mataron, cuantas veces me morí», y la gente se estremece con la versión abolerada de una de las creaciones más lindas de María Elena Walsh, «Como la cigarra». Las palmas se apoderan del lugar, Pedro se pierde entre las cuerdas de su guitarra acústica y el recinto enloquece con «Fotos de Tokyo», un tema que ya sopló 17 velas.

El artista vuelve a cerrar los ojos -es de los que cantan con los ojos cerrados y la frente apuntando al cielo- y el humo que sale vaya a saber de dónde lo rodeo, lo atrapa, lo encarcela. Hermosa imagen, mientras le da vida a «El seclanteño», relatando la vida de un hombrecito de «pelo oscuro como su sueño», y «Soledad, Jujuy 1941», una de las joyitas inéditas de «don Ata», al que Pedro le ciñó música, su música.

Con «Reviens» su castellano se torna francés, y destroza la conciencia con un punteo de antología, desprendiendo acordes que sorprenden por atrevimiento mismo. Llega «Muñequitos de papel» y no queda sombrero en pie. Golpeando las cuerdas produce un efecto fantástico y sugerente, fantástico y perturbante a la vez.

«Traición» y «Mientes» son sencillamentes hermosos. A esta altura «Manifiesto», canción que entonó en el estadio Nacional de Chile por la conmemoración de los 30 años de la muerte de Allende, los encuentra a todos de pie, en cuepo y alma. Ya no quedan fuerzas que puedan detener este armónico huracán instrumental.

No sólo es técnica, sino que también es músculo, adrenalina, corazón. El lugar hierve, todos quedaron de cabeza. Y los que dicen que es frío y desanimando, pregúntenle al pelado.


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