El fútbol está muerto: hay que parar

Nadie puede frenar la violencia y se toman decisiones equivocadas.

El fútbol argentino está muerto y enterrado. Ya hace años, cuando se transformó en un negocio vil, desagradable, que mueve montañas de dinero, alimenta seres detestables, provoca muertes, más desgracias que alegrías. Ya no es la “dinámica de lo impensado”, como alguna vez lo bautizó Dante Panzeri. Ahora todo parece digitado. O al menos eso intentan hacernos creer.

Ya no hay vuelta atrás. Las decisiones siempre se toman cuando los hinchas son cadáveres. Los gobiernos nacional, de la provincia de Buenos Aires y la AFA creen que prohibir el ingreso a los estadios de los hinchas visitantes les asegurará el final de un torneo en paz. Pero en las estadísticas de este año está la huella un nuevo fenómeno: se lastiman y matan más los simpatizantes del mismo club que aquellos que son adversarios. La guerra por un negocio sucio y de muchos miles de billetes.

Entonces, la solución ya no es solución. Como el fútbol no es fútbol sin gente en las tribunas. ¿Para quién ofrecerán el arte del engaño nuestros mejores gambeteadores? Para los televidentes, porque ese es el gran negocio. Los trapitos, barras, políticos, los cambios de horario, la tevé, Lanata, Aníbal Fernández, Caruso Lombardi, las polémicas, los arreglos, Marconi… Todos, y muchos, muchísimos más, actores de un circo multitudinario. ¿Cuántos hablan de fútbol en el sentido estricto de la palabra? Gerardo Martino, Ricardo Gareca, Alejandro Sabella, entre los DT, Nicolás Cambiasso, Sebastián Saja y un par más, un pequeño puñado de periodistas –muy pequeño–. Pocos.

No es una situación nueva, pero lo lamentable es la naturalización de semejante debacle. No debe ser natural que un hincha vaya a ver un partido y unas horas después tenga que ser velado con un tiro en el pecho, como tampoco que el hincha naturalice ir a estadios destruidos, con baños asquerosos, que los barras les vendan las entradas y los amenacen con que les romperán el auto si no les pagan “50 mangos” por “cuidarlo”.

¿Sólo el cambio de horario genera inseguridad? Nadie cuida al hincha verdadero. Y no es demagogia, porque hablamos como hinchas que hemos concurrido a baños asquerosos, a canchas con mínimas medidas de seguridad, y sufrido el acoso de los barras. En los años 40 la violencia pasaba por las patadas y los escupitajos, quizá alguna botella que volaba a la cancha. Desde los 50 se comenzó a conocer la bravura de los rioplatenses. Había verdaderos escándalos. Pero como en la guerra –aunque suene apocalíptico–, la violencia también se ha modernizado en el fútbol. Nada sorprende. Nada escandaliza. Y eso es sencillamente dramático.

¿Qué hay que hacer? Dejar de colocar ungüentos, pequeñas gasas para detener la sangre de un enfermo terminal. Desde esta humilde tribuna sólo se nos ocurre un método. Hay que parar el fútbol. Pero no uno o dos fines de semana. Pararlo definitivo, en todas las categorías. Velar esa forma de hacer deporte a la que nos hemos acostumbrado –todos somos culpables, por acción u omisión– y generar las condiciones para que surja otra. Una refundación. Es necesario que el hincha comience a exigir respeto y democratización. Que las protestas se extiendan con diferentes metodologías. Que no se vea, escuche y lea más fútbol si es necesario. Suena inocente, es cierto. El negocio y los intereses son demasiados. No ocurrirá.

Seguirán los Grondona y sus incondicionales laderos. Será un deporte sin hinchas, como jugar a la PlayStation con seres vivos. Y aquellos que amamos la esencia del juego –aunque a veces también tenemos responsabilidad– seremos unas viudas eternas.

sebastián busader

sbusader@rionegro.com.ar

cristian helou

chelou@rionegro.com.ar

violencia

DyN

El hincha de Lanús que falleció en La Plata. Una imagen lamentable que se repite muy seguido.


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