El nazismo a través de la lente de Tarantino
Hoy se estrena en el Cine Teatro Español la esperada película de Quentin Tarantino "Bastardos sin gloria", una polémica y personal versión de la ocupación nazi en Francia.
La exaltación del sadismo y la violencia hacen de «Bastardos sin gloria», la nueva película de Quentin Tarantino que se estrena hoy en el cine Español de Neuquén, un entretenimiento cínico donde los seres humanos -más allá de su raza, política y religión- son mostrados como monstruos vengativos, impiadosos y sedientos de sangre.
Escrita y dirigida por el autor de grandes filmes como «Perros de la calle», «Pulp Fiction» y «Kill Bill», donde también exhibía grandes dosis de crueldad, esta superproducción está ambientada en la Francia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y narra dos historias paralelas que se unen hacia el final, en una explosión de venganza.
La primera de ellas se centra en Shosanna Dreyfuss (Mélanie Laurent), una joven judía que sobrevivió a la masacre de su familia cuando era una adolescente y que, algunos años después, regentea un cine en París desde donde planea cobrarse a sangre y fuego la muerte de sus padres y hermanos.
La otra historia acompaña a un grupo de soldados judíos y nazis desertores que componen un comando secreto dirigido por el teniente estadounidense Aldo Raine (un bruto sanguinario y taimado interpretado por Brad Pitt), que se dedica a cazar y asesinar a sangre fría -incluso a batazos- a todos los nazis que se cruzan por su camino.
Ambas historias tienen en común la maldad del coronel nazi Hans Landa (un sorprendente Christoph Waltz, el verdadero hallazgo actoral de la película), un ser despiadado y abominable que se dedica a «cazar judíos» con total elegancia y cinismo, sin mostrar nunca su verdadero rostro, actuando como un investigador racional e implacable.
Si bien la violencia es una marca registrada de Tarantino, en este caso la caza que un grupo irregular de soldados emprende contra los nazis que ocupaban Francia en la Segunda Guerra le sirve para justificar una carnicería despiadada, donde incluso hay lugar para salvajadas como cortarle el cuero cabelludo a sus víctimas.
Lo más preocupante no es la celebración sádica de la muerte y la tortura -como si fueran actos divertidos o graciosos- sino el mensaje confuso que propone al mostrar a los soldados judíos como seres tan crueles y bestiales como los nazis y, especialmente, porque al final unos y otros se dan la mano en un pacto que los equipara y legitima sus crímenes.
Más allá del talento incuestionable de Tarantino como director, que una vez más queda demostrado en este filme bélico con aires de spaghetti western donde resuenan filmes como «Doce del patíbulo» y «Aquel maldito tren blindado», la película muestra cómo se regodea, de manera enfermiza, con el dolor de sus víctimas.
Sólo hace falta una escena para ejemplificar semejante apreciación: un sargento nazi atrapado por estos «bastardos sin gloria» permanece arrodillado en el suelo, desarmado, mientras uno de sus captores se acerca con un bate de madera, lo amenaza, lo mide y, entre las risas de sus compañeros, le rompe la cabeza y lo apalea hasta la muerte. «Los ´bastardos´ son como apaches en una situación sin salida. Ellos tratan de ganar una guerra psicológica de guerrilla contra los nazis», intenta justificar Tarantino, explicando los motivos propagandísticos de estos crímenes sobrecogedores que llegan a su punto culminante cuando tienen la oportunidad de cambiar el rumbo de la historia y derrumbar al Tercer Reich.
No existe ninguna duda de que, por el bien de la humanidad entera, el Holocausto en el que los nazis mataron a millones de judíos necesitaba un castigo durísimo y ejemplificador, pero nada justifica la tortura y el sadismo, y mucho menos una película que, como esta, los celebra y disfruta de ellos con fruición. (Télam)
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