La secta nazi que vino a la Patagonia a buscar el Santo Grial

Persiguiendo uno de los mitos más fascinantes de la historia, el santo Grial, el Tercer Reich envió expediciones a varios lugares del mundo. Estuvieron en el cerro Uritorco, en Córdoba, y lo buscaron en la meseta del Somuncurá.

Por Ximena Pascutti

¿Qué cosa era el bendito Grial? ¿Un invento? ¿La copa sagrada que recogió la sangre de Cristo en la cruz o una esmeralda caída de la frente de Lucifer? ¿O por ahí un puñado de tablillas de piedra o de madera con caracteres rúnicos, como él mismo había sospechado alguna vez? ¿Y si el Grial fuera, en cambio, un acontecimiento de la vida interior, una chispa, algo imposible de tocar?
Como sea, Rahn no pudo seguir buscándolo.

El Tercer Reich también apuntó sus cañones hacia Sudamérica. Entre sus académicos estaba Edmund Kiss, un ocultista convencido de que la vieja capital andina de Tiwanaku había sido levantada por unos colonos nórdicos llegados a Bolivia un millón de años atrás.


Apareció congelado en marzo de 1939 al filo de los glaciares en el Tirol austríaco. El diario oficial Bolkischer Beobatcher decía que “su rostro reflejaba una gran paz” y que había muerto practicando la “endura” cátara, una forma ritual de suicidio.
Tenía 35 años y su figura se había vuelto célebre entre los nazis por el relato de sus viajes místicos y sus hallazgos. Pero en off se decía otra cosa: que sus compañeros habían descubierto el eslabón judío en su familia y que él temía a la demencia nazi: “Me preocupa muy seriamente mi patria. Soy un hombre tolerante, pero no puedo vivir en mi hermoso país. ¿En qué se ha convertido?”.


El viaje iniciático



Rahn fue contratado por el gobierno alemán en 1936. Para entonces, ya había hecho por su cuenta un primer viaje al castillo de Montsegur, en el sur de Francia, buscando el Santo Grial y otros rastros de la rebelión que llevó a los cátaros a ser exterminados por la Iglesia oficial, a partir de 1209. Su libro “Cruzada contra el Grial”, producto de aquella aventura, cautivó tanto al jefe de las SS, Heinrich Himmler, que no tardó en reclutarlo para sus filas.


Algunas teorías racistas de aquellos años sostenían que en el Tíbet estaba el origen del pueblo ario. Y Himmler vio en el joven Rahn a la persona indicada para hallar una serie de objetos míticos, mágicos, que él creía que probarían la superioridad racial del pueblo alemán.

Algunas teorías racistas sostenían que en el Tíbet estaba el origen del pueblo ario. Himmler envió entonces al joven Otto Rahn al frente de una expedición, en busca de objetos míticos que probaran la superioridad racial alemana.


Persiguiendo esa locura, creó la Ahnenerbe, una organización secreta de arqueólogos, biólogos y lingüistas al servicio del ocultismo nazi, que irradió expediciones científicas por todo el mapa: además del Tíbet, Irak, Francia, España, Finlandia, Perú, Bolivia, Paraguay, Argentina.


La sección estaba a cargo del temible Wolfran von Sievers, el único miembro de la Ahnenerbe que fue condenado a muerte en los juicios de Nüremberg, por proveer de prisioneros al régimen para sus experimentos médicos: a partir de 1940, la organzación se había puesto al servicio del Holocausto, dejando su pátina científica y concentrando su trabajo en encontrar rasgos que identificaran a los judíos, una suerte de tipología física para reconocerlos rápidamente.


“Hubo muchas expediciones alemanas… decían buscar elementos raciales, pero en el fondo también buscaban elementos espirituales”, reflexiona el escritor y diplomático de carrera Abel Posse, quien exploró los viajes de la Ahnenerbe en su novela “El viajero de Agartha” (Emece).

Otto Rahn fue contratado por el gobierno alemán en 1936. Para entonces, ya había hecho por su cuenta un primer viaje al castillo de Montsegur, al sur de Francia, en busca del Santo Grial. Su investigación cautivó de inmediato a Himmler, que no dudó en reclutarlo


“La obsesión nazi por los símbolos y reliquias proviene de una idea muy concreta: que el espíritu del hombre ha sido trampeado por el judeo-cristianismo, y esto lo transforma en un hombre disminuido, alejado de la naturaleza y atrapado por los intereses y el dinero. Es un viejo tema el de la rebeldía pagana… El nazismo recoge esta voluntad pagana muy latente en la germanidad en general; un deseo legítimo si no fuera porque lo tomaron para sí nada menos que los nazis.”


Próxima estación: Uritorco



El Tercer Reich también apuntó sus cañones hacia Sudamérica. Entre sus académicos estaba Edmund Kiss, un ocultista convencido de que la vieja capital andina de Tiwanaku había sido levantada por unos colonos nórdicos llegados a Bolivia un millón de años atrás. Kiss disuadió a la Ahnenerbe para que financiara la ida a Bolivia junto a una veintena de científicos y soldados, algo que se vio interrumpido por el estallido de la Segunda Guerra Mundial.


Pero la cosa no terminó allí. Hacia fines de los años treinta, otra expedición secreta del nazismo llegó a la Argentina tras la pista del Grial. El grupo llegó en barco a Buenos Aires y enseguida viajó a Córdoba con gran cantidad de excavadoras y grúas y un equipo de soldados y científicos. Se instalaron cerca de Capilla del Monte, y ahí empezaron a hurgar en el cerro Uritorco. Aún se ven los restos oxidados de aquellas máquinas perdidos por las sierras.


En su libro “América nazi” (Aguilar), el recordado periodista y escritor Jorge Camarasa relata que el Uritorco había sido un lugar sagrado para los comechingones, un pueblo originario arrasado por los españoles.
“Según los cronistas de Indias, estos indígenas eran altos, de ojos claros, barbudos… justo lo que buscaban los nazis. La idea del Grial guardado en el Uritorco y custodiado por los indígenas partía de una lectura libre de algunas leyendas medievales que daban cuenta del supuesto traslado del vaso sagrado a América del Sur a finales del siglo XIII”.


En agosto de 1984, el Uritorco fue escenario de una nueva búsqueda, esta vez encabezada por “Los nuevos lobos” o “Los hijos del Grial”, como se autodenominaron.


En un artículo publicado en un periódico local y firmado por el investigador Jaime E. Cañas, puede leerse el diálogo con un supuesto miembro de aquella expedición.
“Se trata de un pequeño y bien entrenado team que podríamos calificar de ex SS y nuevos neonazis serios −se lee en la nota−. Y puedo afirmar que son los mejores especialistas en investigaciones suprahistóricas, algo así como las zonas oscuras de la historia que no tienen explicación oficial ni racional.”

Persiguiendo varios de los mitos más fascinantes de la historia, el Tercer Reich envió expediciones científico-esotéricas a lugares tan diversos como el Tíbet, Francia, Bolivia y Argentina


“¿La misión neonazi encontró algo de valor?”, preguntó Cañas. “No lo sabremos nunca. Esta gente se mueve con otros parámetros y además se han sumado a estas búsquedas otros grupos mesiánicos con bastante influencia en el campo financiero y político. Estaríamos en una especie de guerrilla esotérica peleando por el Santo Grial o la Paloma cátara”.


Para el profesor y doctor en Historia Boris Matías Grinchpun, “todas son reiteraciones de un mito universal bastante exitoso. El mito del Grial tiene muchos elementos raciales y fue apropiado por otros grupos, además de los nazis. Si bien al finalizar la Segunda Guerra, las expediciones de la Ahnenerbe se detuvieron por algunos años, porque los nazis estaban preocupados por sobrevivir, el Santo Grial se mantuvo como una presencia importante dentro de los círculos neonazis e incluso adquirió una trascendencia mayor”.


La ciudad subterránea



En la Patagonia también hay griales para buscar.
Desde la década del 90, sucesivas expediciones de una fundación llamada Delphos han explorado la meseta de Somuncurá, en Río Negro, donde aseguran que hace cientos de años desembarcaron los Caballeros Templarios con el cáliz sagrado, poniendo a resguardo en la inhóspita Patagonia −y en una ciudad subterránea−la más anhelada de las reliquias. Y no son los únicos.


Por las dudas, ya hay varias empresas de turismo que ofrecen un recorrido de todo el día por la zona, en cómodas camionetas y con el almuerzo incluido. Bastante lejos de Otto Rahn, la magia que siempre despierta el grial parece adaptarse a los tiempos.
Entre sanguchitos y cuentos de terror, la historia se abre paso como puede.


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