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Un “primer paso” silencioso para terminar con la sobrecarga

La “renuncia silenciosa” es un concepto que crece a pasos agigantados y tiene como lema “devolverle la humanidad al sistema laboral”. ¿De qué se trata este movimiento, que es tendencia en redes sociales en los últimos meses?

En los últimos meses, el concepto de quiet quitting o renuncia silenciosa ha cobrado notoriedad en redes sociales. En TikTok, el #quietquitting suma 148.8 millones de vistas.


El juego de palabras señala un fenómeno donde la o el trabajador, en vez de renunciar a su trabajo, simplemente renuncia a dar más de lo que le corresponde: quedarse horas extras sin remuneración, trabajar en casa fuera del horario laboral, responder correos y tomar llamadas de trabajo los fines de semana. Los trabajadores están cansados y algunos han decidido poner un alto de manera silenciosa.

La situación, por supuesto, no es enteramente nueva. La renuncia masiva (“The great resignation”) que se dio en Estados Unidos durante el segundo año de la pandemia bien podría entenderse como la génesis del actual fenómeno. Con la llegada del COVID-19 llegó el trabajo en casa y, con ello, se descubrió que no era necesario ir a las oficinas, que el trabajo puede suceder en mejores condiciones y que se puede tener más tiempo para asuntos personales. Esto jugó un papel importante para que mucha gente renunciara en búsqueda de mejores condiciones laborales. La situación escaló tanto que incluso en una sucursal de McDonald’s en Illinois se ofertó en un anuncio de contratación un iPhone gratis para los empleados que duraran seis meses en la empresa.

Con “La gran renuncia” vino el fortalecimiento del movimiento antitrabajo. Y, mientras esto sucedía en Estados Unidos, en China crecía el movimiento laboral denominado tang ping (estar tirado), el cual se opone a los arduos y extensos horarios laborales de ese país. Cada vez son más los trabajadores que, agotados y frustrados del mundo laboral, se preguntan por el sentido del trabajo. En este contexto, la renuncia silenciosa parece una continuación de “La gran renuncia”: si bien no todas las personas tienen la oportunidad de renunciar y buscar un mejor empleo, sí pueden establecer límites silenciosos sobre sus responsabilidades laborales y el esfuerzo desmedido que el mundo corporativo a menudo le pide a sus empleados.

Obviamente, hay quienes ven en la actitud propuesta por la renuncia silenciosa un comportamiento apático, entrelazando a quienes deciden ejercer estos límites con términos como la holgazanería y fragilidad. El empresario Kevin O’Leary, que desde 2009 aparece en el programa Shark Thank Estados Unidos, por ejemplo, dijo en un video de TikTok que “si eres un renunciador silencioso, eres un perdedor”. En otro video remarcó que los renunciadores silenciosos no pueden trabajar para él. Sin embargo, la renuncia silenciosa no es una propuesta sobre cómo evadir responsabilidades. Se trata, más bien, de no trabajar en exceso y más de lo debido para una empresa que no se preocupa en términos humanos por sus empleados y empleadas. ¿En qué momento se normalizaron las condiciones laborales que nos rodean y comenzamos a creer que lo correcto es trabajar más, gratuitamente y fuera del horario laboral para establecer nuestro valor, ya no solo como trabajadores sino también como personas?

¿En qué momento se normalizaron las condiciones laborales que nos rodean y comenzamos a creer que lo correcto es trabajar más?


El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en su libro La sociedad del cansancio, dice que hoy en día habitamos sociedades de rendimiento donde el sujeto se explota a sí mismo, pues cree que esto lo libera. Sin embargo, agrega, ese tipo de sociedades produce sujetos fracasados y deprimidos: o funcionamos o fracasamos. Dentro de las sociedades de rendimiento se nos ha hecho creer que el valor de las personas se establece a razón de su productividad. Hacer más de lo que corresponde en el trabajo es positivo, hacer solo lo que corresponde es negativo. Esto ha resultado conveniente para muchas empresas y también para muchos jefes que incentivan perversamente a los trabajadores a dar más, bajo un entendimiento de trabajo “de equipo”. Esto para luego remediar (¿?) el exceso de demanda laboral sin pago extra con una noche de pizza en la oficina. ¿Cuándo somos un equipo y cuándo no lo somos?

La gran renuncia, el movimiento antitrabajo, el tang ping y la renuncia silenciosa son un aviso de que es urgente realizar un cambio y, sobre todo, humanizar el trabajo y los espacios donde estos suceden. Los empleados ya no solo están conscientes, sino que están accionando.

Para el antropólogo David Graeber estamos llenos de “trabajos de mierda” (carentes de sentido, que incluso para los que lo realizan son puestos que no deberían de existir) y de “trabajos basura” (trabajos que implican tareas necesarias pero que reciben mala paga o suceden en condiciones de precariedad). También estamos llenos de oficinas y jefes de este tipo. Si queremos un futuro mejor, tenemos que buscar la forma de dignificar más la vida. Esto significa también dignificar el trabajo.


Más que pensar en la renuncia silenciosa como un ghosting laboral, debemos pensarla como una huelga frente al rendimiento y la productividad como valor de las personas, pero, sobre todo, como un señalamiento profundo hacia la apatía de muchas empresas hacia sus trabajadores en términos humanos. Las dinámicas laborales a las que permanecemos atados, y que están desfasadas de nuestro presente, pueden cambiar.



Por Fernando Bustos Gorozpe (The Washington Post). Doctorante en Filosofía. Colabora en el despacho de arquitectura spAce. Es coautor del libro ‘Office as a tribe’.


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