EN CLAVE DE Y: Tiempo y perspectivas

¿Se acuerda de «Moby Dick?» En algún tiempo de mi adolescencia, me fascinó. Esa obsesión del capitán Achab por cazar la ballena blanca, las peripecias de ese barco ballenero, el proceso de buscarlas, la excitación al encontrarlas, todo narrado por un jovencito fascinado; hasta el dramático final, en que «el monstruo» -que de tal forma denomina a la víctima- se lleva al capitán. El hombre logró lo que buscaba, sólo que pagó con su vida.

¿Y de las películas de circos? La hermosa chica elevada por la trompa del elefante, el domador del león con su látigo, obligándolo a cruzar un aro de fuego? y el circo real, el que venía al pueblo y desfilaba por las calles con sus carros-jaulas de monos y tigres y osos y leones; y payasos y equilibristas montados en bicicletas de altísimas ruedas anunciaban la función. He ido a muchos, con mis hermanos, con amigas?

Y los osados aventureros norteamericanos que conquistaban territorios «salvajes» -con su connotación de peligro, de maldad a vencer-, y ¿qué malo más malo que el lobo? Amenazando los rebaños, adentrándose hacia la cabaña donde los tiernos niñitos, la valiente pionera y su marido, rifle en mano, debían enfrentarlo? y le ganaban, claro. Tanto le ganaron que en la realidad, hablamos del lobo como una especie en peligro de extinción. Como las ballenas. Como los tigres. Como los leones. A veces, la realidad lleva a pensar que la propia especie humana está en peligro de extinción, y lo llamativo, o patético del caso, es que la amenaza es ella misma. Recuerdo las imágenes de hace unos momentos sobre tal o cual bombardeo, sobre tornados en lugares donde jamás se dieron, los glaciares que serán pronto un recuerdo? sí, más vale que busquemos otro planeta con tiempo, porque en éste no vamos a durar mucho. La Tierra seguirá sin nosotros, no cabe duda. No nos necesita; existió millones de años sin nuestra presencia.

Qué le pasa hoy a esta mujer, quizás se pregunte usted. Me pasa el tiempo, eso me pasa, y el tiempo va cambiando las perspectivas de la realidad o la ficción. De tal forma que ordenando libros, me encontré con el Moby Dyck, de H. Melville, y apenas pude pasar de algunas páginas. Ahora estoy en el bando de las ballenas, y además las conocí y de cara al viento sur me estremecí con ese canto-grito-llamada-lamento, uno de los sonidos más conmovedores que recuerdo, y no podía creer que semejante tamaño diera esas delicadas vueltas de bailarina.

Hace mucho que no voy al circo, ni siquiera en esos años -muy pocos, en realidad- en que se permitía en nuestro país la exhibición de esos animales en cautiverio, moviéndose eternamente en una jaula de cuatro por cuatro, seres de las distancias y los espacios interminables? También estoy ahora del lado de ellos. Sé que el tráfico ilegal de animales, incluidas aves preciosas y exóticas, sigue viento en popa, ya sea para mostrarlos, ya sea para usar su piel o su aceite o cualquier cosa que sirva. Ah, especie depredadora la nuestra. Pero debo decirle, con total sinceridad, que así como siento esto, me quedé fascinada en el zoológico de la ciudad de Córdoba delante de una jaula donde había un pájaro azul; un azul purísimo, resplandeciente, como el que me gusta cuando anochece y aún el día gana la batalla. Me avergüenza que una parte mía esté del lado del pájaro azul, que no pueda dejar de imaginar los árboles gigantescos y los cielos interminables que alguna vez disfrutó (y recuerdo también que el cartelito con su nombre latino, que por supuesto olvidé, decía también «especie en extinción»). Y que, simultáneamente, lo pueda ver nítidamente con sólo evocarlo, y también sentir el impacto y el placer de su belleza como si recién ocurriera.

Raro bicho el ser humano. A pesar de que el tiempo ha provocado un cambio de perspectiva, algún grado de respeto hacia los cohabitantes del planeta -y sé que somos cada vez más- me aterra que, en algún lugar recóndito, también dentro mío se agazapa el capitán Achab.

 

MARíA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com


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