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Con “Nada” se puede hacer el mejor menú

Ya están disponible en Star+ los cinco capítulos de la muy lograda serie “Nada”, de Mariano Cohn y Gastón Duprat, con Luis Brandoni y Robert de Niro.

Manuel Tamayo Prats es un sibarita. Sabe distinguir si lo que está comiendo tiene aceite de kemiri o no; odia la manera en que preparan el café en la Argentina (siempre a tope, siempre quemado), se indigna con algunas trampas culinarias en los restaurantes que se presumen italianos (como la falsa burrata, o alguna salsa poco lograda).

Es crítico gastronómico, y como dice bien al comienzo de “Nada”, la serie que desde este miércoles está disponible en Star+, su trabajo se disfruta más cuando hay que hablar mal del plato que se acaba de probar. Si el paladar no disfruta, su lengua se vuelve amarga y su críticas son despiadas.


Manuel Tamayo Prats, el personaje que interpreta Luis Brandoni en la serie de Mariano Cohn y Gastón Duprat, es un dandy venido a menos. Uno de esos hombres de aspecto elegante que no tienen ya una base sólida sobre la que hacer descansar sus enormes pretensiones. Un poco porque su tiempo ha empezado a declinar. Otro, porque, por ejemplo, se ha gastado el adelanto para hacer un libro del que no ha escrito ni una sola página en dos años.


Antes de convertirse en el crítico fue hippie, rugbier, alcohólico, exiliado, mochilero, artista, de todo”, tal como enumera su amigo Vincent Parisi, un exitoso periodista y reverenciado escritor neoyorquino, el personaje de Robert De Niro que es el que funciona como narrador de la serie, y amigo de Manuel.


Tamayo Prats vive en algún lugar cerca del Riachuelo de Buenos Aires, en una casa que, como él, muestra signos de haber tenido tiempos mejores. Una casa abarrotada de obras de artes que, necesidades imperiosas mediante, él va vendiendo para poder darse los gustos que le pide su vida de dandy: por ejemplo el aceite de Kemiri, que ya no queda en su casa, o la mostaza de Dijon, o el lomo con el que quiere agasajar a sus amigos.


Pero por fuera de su paladar exquisito y una lengua filosa para definir los platos que prueba, Tamayo Prats no tiene muchas habilidades. De hecho, para todo lo cotidiano -todo, desde despertarse a tomar sus pastillas, o que le preparen el desayuno y la ropa que debe ponerse- se apoya en Celsa (María Rosa Fugazot), que es una suerte de ama de llaves que incluso se ocupa de darle diariamente el dinero que él necesita para moverse en taxi o tomar café.


El problema es que un día, Celsa no está más. Y el dandy se da cuenta de que su heladera está vacía y de que efectivamente no sabe hacer nada.


Una amiga le aconseja entonces que contrate a una joven inmigrante paraguaya, Antonia (Majo Cabrera), que necesita el trabajo, pero que no sabe cómo cocinar los complicados platos que le pide hacer. Tamayo es un exquisito también en su cocina y sabe preparar -o más bien comandar- , por ejemplo, el famoso lomo a la Clark.


Esa relación, la de Manuel y Antonia será el eje emocional de la serie. Porque ella, inexperta, pero amable y decidida (dejó a su hija en Paraguay y necesita un trabajo urgente), será la artífice involuntaria de la transformación de Tamayo, hará que el habitualmente mordaz Manuel recupere cierta humanidad, y hasta le hará tomar impulso para sentarse a escribir ese libro largamente adeudado a su editor.


El otro eje es obviamente Vicent Parisi (DE Niro), que abre cada capítulo hablando de Manuel Tamayo Prats, o del bife de chorizo a caballo, o de las malas palabras y de otros rasgos de la más profunda argentinidad.

Su presencia será más contundente en el último capítulo “Tirar manteca al techo”, cuando se vean las imágenes que Brandoni y De Niro -amigos en la vida real- filmaron juntos en las calles de Buenos Aires.


La serie de los responsables de “El ciudadano ilustre” y “El hombre de al lado”, lleva en sus cinco capítulos el sello que los caracteriza: humor, una estética cuidada, muy buena música y excelentes actuaciones. Pero esta vez, la producción de Cohn y Duprat no toma el camino del cinismo para burlarse de una elite (la de los críticos gastronómicos en este caso) y tampoco pone sobre los hombres del protagonista la misantropía que caracteriza algunas de sus creaciones. No. “Nada” marca un cambio en sus creaciones porque revaloriza la simpleza (la posibilidad de hacer algo con nada) y también las relaciones, de Tamayo y Antonia, o de Tamayo y Vincent, para demostrar que sólo en ese ida y vuelta, se obtiene el mejor menú.


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