Error tras error

Aquello de que el hombre es el único animal que siempre tropieza con la misma piedra debe ser una característica del homo catalanus. O del homohispanus, que en esto no existen hechos diferenciales. Lo digo porque el empecinamiento en cometer los mismos errores que, en su momento, cometieron nuestros vecinos y abundar en ellos una y otra vez parece un trazo característico muy nuestro. Hablo nuevamente del islam fundamentalista y, sobre todo, de cómo se comportan las administraciones con dicho fenómeno. Pongamos el último ejemplo de desatino, lo acontecido en Cunit. Abderraman el Osri, presidente de la Asociación Islámica de Cunit –y conocido salafista– y el imán Mohamed Benbrahim han sido sentenciados a nueve meses y a un año de cárcel, respectivamente, por orquestar una campaña de coacciones contra la mediadora municipal, Fatima Ghailan, que sufrió todo tipo de vejaciones, coacciones, insultos y acoso por el hecho de negarse a llevar velo y vivir al estilo occidental. Es decir, por ser una mujer libre en una sociedad libre. Lo que le ocurrió a Fatima no resulta extraño en muchos barrios musulmanes de influencia salafista, donde lo más parecido a una policía religiosa hostiga severamente a quienes no siguen la ortodoxia. Por suerte para Fatima, su caso ha salido a la luz, ha sido juzgado, pero hay muchos como el suyo. El caso de Cunit, además, ya fue bochornoso en su momento porque la alcaldesa socialista, Judith Alberich, no sólo no protegió a la víctima, sino que la instó a no denunciar el acoso por aquello de no tener problemillas con los musulmanes. Es decir, hizo dejación de su responsabilidad, conoció un delito y lo minimizó y envió un insólito mensaje de tolerancia a los líderes radicales de su comunidad. ¿Cuál debería ser la actuación del Ayuntamiento después de la sentencia? Lógicamente, considerar que unos radicales fanáticos no son los mejores interlocutores con la comunidad musulmana. En Francia se habrían planteado la expulsión, como han hecho con otros imanes radicales. Aquí no, para nada, esto es Happylandia, el flower power de la multiculturalidad, y todos a reírse de nosotros, que para eso ponemos cara de tontos. No sólo no han dejado sus cargos de representación institucional, sino que la alcaldesa considera que esto “es un tema privado” y no tiene previsto desautorizarlos como interlocutores. Lo cual deja a la víctima en una situación de nueva indefensión, y se plantea irse de Cunit. Perdonen, pero ¿estamos locos? ¿Saben lo que significa que la administración valide a los líderes de los movimientos fanáticos islamistas? En fin, lo digo con pena. No sé si me da más miedo el activo, financiado y bien organizado fundamentalismo que tenemos en casa o el buenismo tontuno, irresponsable y suicida de nuestros políticos. No es que durmamos con nuestro enemigo. ¡Es que le hacemos la cama! (*) Escritora española

PILAR RAHOLA (*) Publicado en La Vanguardia


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