Luego de dos años, una roquense logró conquistar el Everest

Laly Ulehla conquistó el Everest después de haberlo intentado en los últimos dos años. Una avalancha y el devastador terremoto del 2015 en Nepal le impidieron a la roquense llegar a la cumbre. El último 23 de mayo finalmente tocó el cielo con las manos.

Laly Ulehla: “Esta vez sentí que lo merecía”

P- Laly,¿qué hay a 8.800 metros?

R- Todo…

Cada vez que la mente de María Alejandra Ulehla se transporta a la inmensidad del Everest, respira hondo. Los ojos se le humedecen y jura que la cima no es lo más importante sino lo es el trayecto que la llevó a la imponencia absoluta. Tener los pies en la cabeza del gigante, alzar las manos y saber que no hay nada más elevado, bien podría uno sentirse el amo del mundo. Pero por más que lo haya conquistado, Laly supo entender que el amo, siempre, es el Everest.

“Él te deja hacerlo, sabe cuándo concederte el permiso. Es muy sabio”, afirma esta cordobesa de nacimiento y roquense por adopción, que un día decidió que su contacto con la naturaleza debía ganar en intensidad. Y pensó en escalar la montaña más alta del mundo. Allí comenzó su historia, el principio de aquel trayecto que la llevaría a estar cara a cara con el cielo más profundo.

El itinerario de Laly por los montes más elevados del mundo la prepararon en su afán de completar el primer ciclo de su simbiosis con la montaña. Aconcagua en América, Kilimanjaro en África, Elbrus en Europa, el maciso Vinson en Antártida. La huella de Laly quedó impresa en cada uno de ellos. Pero Everest se negaba.

En el 2014, cuando encaró la ascensión por la ruta sur (Nepal), una avalancha truncó la expedición y algo mucho peor: se llevó la vida de una veintena de sherpas, los nacidos y criados en el Himalaya. En mayo del 2015, decidió intentarlo por la ruta norte (Tibet), pero cuando se encontraba a 6.500 metros y a punto de comenzar el asalto final hacia la cumbre, el devastador terremoto que sufrió Nepal se interpuso en su sueño. La tragedia vivida en primera persona. Aún así, jamás se dio por vencida.

Por hacer un rapel en una pared de hielo, bajando después de la cumbre.

Vista desde el campamento a 7000 metros de altura.
Pfp

P- La tierra hace lo suyo y no avisa cuándo. De todas maneras y dentro de tu espiritualidad ¿por qué crees que no podías lograrlo?

R- No estaba lista. Yo creo mucho en la espontaneidad del desafío. Pararme un día delante de Guillermo (su esposo) y decirle que quería ir al Everest, cuando nunca antes había subido una montaña. Después hay que soportar el pensamiento y preguntarte si realmente podés hacerlo. Me gusta ese reto. Pero con el tiempo y ya con la experiencia de hacer cumbre en otros montes, que para subir al Everest se necesita mucho más que una buena preparación física.

P- Es como un reto espiritual…

R – Totalmente. Y no sólo mío. Sino de todos los que tengo alrededor y que comparten la experiencia conmigo. Hay un para qué. No estaba lista, y lo dije allá en Nepal. Cuando fui en el 2014 no lo estaba, quizás sí en el 2015 pero hubo algo mucho más grande que trascendió todo, como fue el terremoto. El ascenso se frustró, pero poder ayudar a la gente que estaba pasándola muy mal pasó a ser mi objetivo principal. Ahí estábamos y teníamos que hacer algo, más allá de que me había preparado intensamente y que había dejado acá a mi familia, entre otras cosas.

Pusha, es el permiso que se le pide a la montaña para poder subir. Dura muchas horas y se hace con monjes.

A 7100 metros de altura.

P- ¿Esta vez te sentiste lista desde el primer momento?

R- Me lo merecía, creo que esta vez sí me lo merecía. ¿Qué tanto di para merecer la cumbre?, me preguntaba. A todos les digo que la montaña está todo el tiempo mirándote. Lo siento así. El Everest sabe si hiciste las cosas bien para estar ahí. Creo que esta vez no sólo estaba lista, sino que sentí de verdad que lo merecía.

P- ¿Y cómo juega la ansiedad?

R- La tenés que bajar, como sea. Encima las condiciones no son las más óptimas, donde cada respiración es vital. Las cosas no ocurren cuando vos querés. Son tantos los factores que hay en juego, que eso hace que tu ansiedad sí o sí desaparezca.

P- ¿Qué te pasó por el cuerpo, además del frío, cuando estabas a metros de materializar lo que en definitiva te llevó a todo esto?

R- Retrasé el momento de hacer cumbre. Estuve tanto tiempo gestando ese momento que deseaba disfrutarlo. No me detuve a pensar lo que me lo había impedido como la avalancha y el terremoto como grandes títulos, sino tratar de ver que hubo detrás de todo aquello. Lloré, aunque trataba de no hacerlo porque se te congelan las lágrimas y te lastima la piel.

P- ¿Y ahora cómo sigue todo?

R- La idea es ir en octubre a escalar el monte más alto de Oceanía. Pero me falta la ruta sur del Everest. Si me deja, nos volveremos a ver.

En el campamento base, antes de comenzar el recorrido hacia la cumbre.

El team argentino a pleno.

Llevar solamente

lo imprescindible

Estar a 8.000 metros de altura te obliga a conocerte a fondo. Cuánto frío podés soportar, qué viento va a haber, cuántas cosas en la mochila voy a poder sorportar… Son todos interrogantes. Hay que acostumbrarse a los grampones que son una plataforma de metal, con pinches que se clavan en el hielo pero que en la piedra es complicado andar. Pesan 1,2 cada uno. Con eso hay que subir y bajar.

“Ir a Everest es uno de los viajes más lindos para hacer y el más duro. Hice 22 kilómetros de montaña entre las 3 veces que estuve”.

“Cada día, a nivel terreno, es un desafío distinto. Además tenés que lidiar con un clima sumamente extremo”

Sensaciones a 8.848 metros de altura.

El programa de

las siete cumbres

Conquistar las cimas más altas de los continentes es uno de los objetivos de María Alejandra Ulehla. Ya hizo cumbre en el Aconcagua (el más alto de América), Elbrus (Europa), Kilimanjaro (África), Everest (Asia) y el macizo Vinson (Antárdida). Le faltan Alaska y el Carstensz, en Oceanía. “Es una pirámide. Pura piedra. Va a ser distinto a todos los demás. Será en octubre”, cuenta Laly.

Tendi Sherpa, el guía de Laly en el Everest. Enseñandole a tomar mate.

El campamento con vista a la cumbre.

Luego de dos años, una roquense logró conquistar el Everest

Datos

“Ir a Everest es uno de los viajes más lindos para hacer y el más duro. Hice 22 kilómetros de montaña entre las 3 veces que estuve”.
“Cada día, a nivel terreno, es un desafío distinto. Además tenés que lidiar con un clima sumamente extremo”

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