Gambia abandona el Commonwealth

Gambia es un pequeño país africano ubicado en la costa Atlántica del Continente Negro. En rigor es apenas una lonja angosta incrustada en medio de Senegal, que bordea el río también denominado Gambia. Con una población de unos dos millones de personas, es el más pequeño de los países africanos. Su economía está edificada fundamentalmente sobre la producción del maní y el turismo. En el conocido Índice de Desarrollo Humano del PNUD (que mide a 185 países), Gambia ocupa el lugar número 165, con una expectativa de vida al nacer de sólo 58 años y un ingreso anual per cápita promedio de escasos 1.731 dólares. Hasta ahora Gambia era uno más de los 54 miembros del Commonwealth británico, organización a la que –sin embargo– acaba de renunciar, acusándola de ser un instrumento del “neocolonialismo”. Sugestivamente esto ocurrió inmediatamente luego de que el Commonwealth emitiera un informe sumamente crítico acerca de la situación de los derechos humanos y las libertades individuales en el país africano. El actual presidente de Gambia es Yahya Jammeh. En su hipérbole, ha dispuesto que sólo se refieran a él como: “Su Excelencia Sheikh el Profesor y Doctor Alhaji”. Poco modesto el hombre. Jammeh es un político autoritario. Pero no sólo eso. También es un líder excéntrico y arrogante. Una suerte de Nicolás Maduro africano, con menos aspecto físico intimidatorio. Hace seis años, Jammeh anunció de pronto que había encontrado la cura del sida, del asma y de la presión arterial. En todos los casos, a través del consumo de hierbas tradicionales. Pocos le creyeron entonces. Menos le creen hoy. Nada era cierto. A los antedichos anuncios sumó su decisión de ejecutar a cualquier persona gay que pudiera encontrarse en Gambia. A la manera de compromiso público de tolerancia cero. De no creer, pero fue así. Desde el podio de las Naciones Unidas, al que ascendiera poco después de que lo hiciera nuestra presidenta, Jammeh definió cuáles son, en su particular criterio, “las tres más grandes amenazas a la existencia humana”. Primero, la ambición de riqueza. Segundo, la obsesión por el poder. Y tercero, la homosexualidad, sosteniendo que estos tres males, que –nos aclaró– nada tienen que ver con el cambio climático, cuando se los considera en su conjunto, son más graves que todos los desastres naturales sumados. Quien esto sostiene, cabe recordar, ejerce la presidencia de un país africano. Del más pequeño, como se ha dicho. Pero –créase o no– es un mandatario que gobierna a un Estado. Lo que naturalmente es preocupante. El anuncio referido al abandono del Commonwealth se realizó en la capital de Gambia, Banjul, sin otra explicación que la aludida y poco transparente acusación a los “neocolonialistas”. Para la mayor parte de los observadores tiene que ver con la indignación de Jammeh, que explotó cuando el gobierno británico produjo un informe extremadamente crítico sobre la situación de la democracia en Gambia y la falta de respeto, por parte de su gobierno, de los derechos humanos y libertades individuales de sus ciudadanos. Informe que, a su vez, fue generado por la creciente acusación de las organizaciones no gubernamentales al Commonwealth de ignorar olímpicamente la situación de los derechos humanos en sus Estados miembros. En este sentido, el ejemplo más utilizado es el que tiene que ver con el criticado ingreso a la organización de Ruanda, en el 2009, cuyo gobierno es exitoso pero de respetuoso de los derechos humanos tiene bastante poco. El anuncio de Gambia resultó, sin embargo, sorpresivo e inesperado. Lo que, no obstante, no significa que nadie vaya a rogarle al presidente Jammeh que lo deje sin efecto. (*) Analista del Grupo Agenda Internacional

GUSTAVO CHOPITEA (*)


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