Grietas que se amplían

La presidenta de la República dice no tener pruebas sobre la manera en que el fiscal Alberto Nisman encontró la muerte, pero tampoco tiene dudas de que fue un asesinato. El imprevisto cambio de opinión de Cristina Fernández de Kirchner, que el día anterior había dado a entender, en una carta difundida a través de Facebook, que avalaba la hipótesis de que Nisman se había suicidado, desconcertó a los integrantes del gobierno que encabeza pero, como pudo preverse, la mayoría reaccionó con agilidad llamativa para adoptar enseguida la nueva verdad oficial según la cual la presidenta es víctima de una conspiración monstruosa que, conforme a un documento del ala oficialista del Partido Justicialista, fue urdida por “grupos mediáticos concentrados”, jueces y fiscales “golpistas” y sectores de los servicios de inteligencia. Si bien Cristina y sus voceros más vehementes insisten en descalificar la denuncia que formuló el fiscal poco antes de su muerte –según el secretario general de la Presidencia, Aníbal Fernández, se trata de una “burrada” que está “plagada de horrores jurídicos”–, quieren brindar la impresión de que fue asesinado uno de los suyos por personajes resueltos a provocar el caos político. De haber adoptado Cristina y sus escuderos la estrategia así supuesta el domingo pasado, luego de que Nisman fue hallado muerto en su departamento de Puerto Madero, pudo haber funcionado. En una democracia es normal que, ante la muerte sospechosa de una figura pública, todos los políticos cierren filas en defensa del imperio de la ley. Al presidente francés François Hollande no se le ocurrió subrayar que los periodistas asesinados del semanario satírico “Charlie Hebdo” lo habían tratado con desprecio cruel, ensañándose con su figura de manera mucho más brutal que cualquier medio argentino ha hecho con la de Cristina, para entonces dar a entender que por lo tanto no merecían su solidaridad personal cuando cayeron víctimas de la barbarie yihadista. Al contrario, sin demorar un instante, Hollande se puso a la cabeza de las manifestaciones multitudinarias de repudio. En cambio, Cristina y sus simpatizantes dejaron pasar algunos días antes de darse cuenta de que les sería difícil continuar sosteniendo la hipótesis de suicidio a la que tantos se habían aferrado. Sólo entonces tomaron conciencia de que la muerte en circunstancias misteriosas del fiscal de la República a cargo de la investigación del atentado contra la AMIA había conmocionado al país y que, por injusto que fuera, ellos mismos estaban bajo sospecha. Mientras que en Francia el presidente y los miembros de su gobierno reaccionaron frente a la matanza de los dibujantes de “Charlie Hebdo”, de cuatro judíos por ser judíos y de algunos policías reivindicando la unidad nacional en defensa del orden democrático, en nuestro país sus homólogos se han mostrado más interesados en aprovechar lo que para ellos ha sido una oportunidad, una más, para agrandar las divisiones ya existentes. Lejos de intentar hacer causa común con los dirigentes de la oposición, recordándoles que lo que está en juego es el Estado de derecho y el respeto por ciertas normas fundamentales, Cristina y quienes la respaldan quieren hacer creer que, pensándolo bien, el presunto asesinato de Nisman fue obra de los enemigos de siempre: los medios “concentrados”, jueces que investigan la evolución del patrimonio de la familia presidencial y otros que sirven de “arietes de grupos de poder nacionales e internacionales”. Se entiende: desde el punto de vista de los kirchneristas más fervorosos, el eventual destino de la agrupación política en la que militan es incomparablemente más importante que el del país en su conjunto, razón por la que les parece natural subordinar a sus propios intereses todo lo demás. Por desgracia, ya les resulta demasiado tarde para asumir una actitud menos conflictiva. Al acusar a todos sus adversarios de prestarse a una conspiración golpista, una que ya ha incluido el asesinato de un fiscal, los kirchneristas virtualmente declararon la guerra a buena parte de la sociedad, de tal modo asegurando que la fase final de la gestión de Cristina sea aún más turbulenta de lo previsto por los que, antes de producirse la muerte de Nisman, ya estaban convencidos de que terminaría muy pero muy mal.

Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 5.196.592 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Vicedirector: Aleardo F. Laría Rajneri Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Sábado 24 de enero de 2015


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