La importancia de ser un árbol en la Patagonia

El árbol en la Patagonia simboliza, quizás mejor que ninguna otra planta, el esfuerzo colectivo y solidario de relación del hombre con la naturaleza hostil.


Esa planta llamada árbol de “tronco leñoso grueso y elevado que se ramifica a cierta altura del suelo formando copa”, que ha estado presente en este valle fluvial geológico desde mucho antes de convertirse en territorio nacional, como testigo inmutable de la vida social de pueblos originarios bajo la forma de bosques nativos como el sauce criollo (salix humboldtiana) de usos medicinales y prácticos, representa quizás  mejor que ningún otro, nuestra propia capacidad de sobrevivencia como sociedad moderna. Así como la planta del manzano (malus) y la pera (pyrus), introducidas como especies cultivadas por sus frutos siendo Estado Nacional, representan nuevas formas de desarrollo económico y social del Alto Valle, un modo de vida cultural y un sistema económico de producción frutícola dominante, perfil de identidad y marca registrada patagónica.


La cultura urbana moderna expresada en las ciudades, consecuencia del proceso de desarrollo del capitalismo industrial a fines del siglo XIX,  trajo consigo la conformación del espacio público, ese espacio común del “afuera”, de intercambio y encuentro social y con el los espacios verdes o pulmones de la urbe, producto de  criterios sanitarios higienistas, siendo el árbol su protagonista principal.


Las plazas o parques capitalinos nacieron de acuerdo al momento histórico como lugares exclusivos de esparcimiento de la aristocracia argentina, que con los cambios sociopolíticos  posteriores pasarán a ser de uso común para todos los sectores sociales. Precisamente en 1900, a iniciativa del Dr. Estanislao Zeballos, miembro predilecto de esa aristocracia, el Consejo Nacional de Educación establece el día 29 de agosto como Día del Árbol. El árbol, salvo aquellos individuos nativos como los sauces criollos que crecieron a orillas del río Negro, no pudieron prosperar donde hoy se enseñorean hasta la introducción del riego artificial.


de la aristocracia argentina, que con los cambios sociopolíticos  posteriores pasarán a ser de uso común para todos los sectores sociales.



Hasta entonces, el paisaje no se diferenciaba de la estepa patagónica desértica. De suelos pedregosos y arenosos con escasas precipitaciones, muy ricos en minerales pero pobres en materia orgánica, que solo permitían el desarrollo de matorrales de poco tamaño y altura.


Recién con los cambios producidos con la construcción de canales de riego como el “Canal de los Milicos” (1883), la contención de crecidas por medio de embalses reguladores de los ríos como el dique Ballester (1916) y el Canal Principal de riego (1928) junto a las tareas de desmonte ligado a proyectos colonizadores, pudieron florecer emprendimientos agrícolas y distintas especies arbóreas en estas tierras.  


El “Canal de los Milicos” de H. Fourquet o  “Paseo de la Alameda”, como se lo llamó a principios del siglo XX a la vera del Canalito, hoy modernizado con otras especies ornamentales, mantiene revitalizado el atractivo de paseo. Con práctica de caminatas, actividades aeróbicas diversas, algún que otro acto patriótico, festivales musicales, parada de descanso de visitantes  y encuentro excluyente de jóvenes mateando o guitarreando.


Hablar del proceso evolutivo de las especies arbóreas en Roca, nos lleva a relatar el proceso histórico de desarrollo de la región norpatagónica.



También observamos con beneplácito  el “Paseo del Canal Grande”, parquización en ambas márgenes del canal principal, que conserva la arboleda que lo caracterizó.  Espacio verde público iluminado con farolas, resguardado por barandas y alambrado, realzada la belleza del curso de agua por sus luminarias. Las especies autóctonas, las procedentes de lugares lejanos y aquellos ejemplares únicos testigos de la historia expuestos al riesgo de extinción (sauce criollo) merecen ser conocidos, reconocidos y preservados como un bien social y cultural de nuestro patrimonio natural. Inventariando las especies una a una, poco a poco tendremos nuestros propios ejemplares históricos que nos permitan recordarlos anualmente con orgullo como lo  hacemos cada 22 de noviembre con el árbol de la flor nacional: el ceibo (erythrina cristagalli). Como tendríamos que hacerlo con el quebracho colorado chaqueño (schinopsis balansae), nuestro árbol nacional, que se presta a veces a confusión con el ceibo o el ombú. Porque solo aquello que se conoce, identifica, reconoce y aprecia se tiende a cuidar, proteger y reproducir.


 El conocimiento público acerca de la identidad de los distintos ejemplares que pueblan nuestras plazas, parques, veredas, jardines, ambientes artificiales humanizados y naturales, pueden ayudar a ese cuidado y a fortalecer nuestra identidad colectiva. Aunque la amenaza que se cierne sobre ellos por la acción humana como la poda irracional, la tala de bosques, los incendios, la sobreexplotación, especies invasoras, contaminación atmosférica por uso de combustibles fósiles con alteración del cambio climático etc, nos haga reflexionar que su sobrevivencia es la sobrevivencia de la humanidad y, por ende, del ecosistema mayor que nos contiene.  


Calendario conmemorativo
 21 de marzo: Día Internacional de los Bosques; 5 de junio: Día Mundial del Medio Ambiente;  28 de junio: Día Mundial del Árbol;  29 de agosto: Día del Árbol en Argentina.


* Integrante de la Comisión de Estudios Históricos de General Roca 


El árbol en la Patagonia simboliza, quizás mejor que ninguna otra planta, el esfuerzo colectivo y solidario de relación del hombre con la naturaleza hostil.

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