La libertad de las curvas

El reconocido arquitecto uruguayoCarlos Ott enuna entrevista exclusiva con eh!: un verdadero placer.

Eduardo Rouillet

Carlos Ott (Montevideo, 16 de octubre del 46) es un mundialmente reconocido arquitecto que hoy reside en Canadá. En 1969 se graduó en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Uruguay y en el 71 marchó a Estados Unidos a completar su formación gracias a una beca del Programa Fulbright.

Es autor de numerosos y destacados proyectos en varios países. Su nombre trascendió al ganar, entre más de setecientas propuestas, el concurso internacional para construir la Ópera de la Bastilla en París inaugurada el 14 de julio de 1989, celebrando el bicentenario de la revolución francesa, cuyo diseño está marcado por la transparencia de las fachadas y el empleo de materiales idénticos en el interior y exterior. Con sus 2.700 localidades, acústica homogénea, equipos únicos de escenarios, sus talleres integrados de decorados, vestuarios y accesorios, las salas de trabajo y ensayos, es el primer gran teatro moderno.

Tras el éxito de París, la vida le cambió radicalmente. Su labor como arquitecto asociado en una empresa canadiense de las más importantes del hemisferio norte, llegó a su fin e inició un nuevo camino personal. Hoy, Ott es dueño de una compañía con más de sesenta profesionales a cargo y oficinas en Quebec, Toronto, Shanghai, Dubai y Montevideo; que ha puesto en marcha proyectos internacionales de torres residenciales en India y Singapur, hoteles y centros comerciales en Dominicana, Canadá, Dubai y Argentina, como el Boca Design Suites Hotel inaugurado este año (ver recuadro), además del Aeropuerto Internacional Malvinas Argentinas de Ushuaia (95), el National Bank de Emiratos Árabes Unidos y el Aeropuerto Carlos Curbelo de Punta del Este (ambos del 97), el Libertad Plaza Buenos Aires (2000), la Torre de las Telecomunicaciones en Montevideo (02) y el Design Suites Calafate.

Entrevistarlo fue resultado de un paciente seguimiento vía correos electrónicos. Siempre pasando de un país, de un continente a otro, lejos de Sudamérica. Finalmente, Carlos recaló primero en su Montevideo natal y saltó luego a Buenos Aires, donde ocurrió en encuentro con Río Negro, en un bar de Belgrano.

Nítidamente su arquitectura tiene otros códigos, propone otra mirada, otro marco de referencia, otro concepto de hábitat. “Quizá la mejor forma de explicarla sea que no fue planeada, pero se apoya en un método de trabajo muy poco sofisticado. Tengo un proyecto a desarrollar y, lamentablemente porque soy viejo, trabajo, trabajé siempre, con lápiz y papel, ando con este cuadernito (anotador de 30 x 30, tapas en cuero oscuro) con el que viajo a todas partes. Lo empecé en Canadá, en agosto estuve en Quito, Ecuador, pasé a Panamá y después a Nueva York. Siempre va conmigo y de vez en cuando hago una rayita. Estoy concibiendo un edificio en La Florida, Miami, tengo las dimensiones, la ubicación del terreno y comienzo con las primeras ideas, a pensar un poco el concepto, de una manera para nada refinada. Quizá mis clientes no deberían saber cómo trabajo. Me pagarían menos pensando en las hojas de este cuaderno. Aprendí a trabajar así desde que estaba en el jardín de infantes. No progresé mucho… Hay evidencia…”

“Bueno, el proyecto es en Aventura, Florida, a orillas del mar. Entonces, cuando me informan, hago la propuesta rápida, llego, la discutimos con el cliente y tal vez la gran de ventaja de esta forma antediluviana de manejarme, es que acá meto muchos elementos en pocos trazos. Ya sé dónde están los apartamentos, los estacionamientos, cómo voy a hacer un balcón, porque el diablo sabe por viejo, no por diablo”.

“Y no soy la excepción. Pienso estas formas y las mando… Esta es una casa muy chiflada. Estaba en el norte Canadá, envié la propuesta a mi estudio, ellos me la devolvieron y así vamos andando. Voy a serle muy franco, nunca he hecho un análisis retrospectivo de por qué estoy haciendo lo que hago. Tengo contratistas que me han sugerido enviarme una regla T y una escuadra para ver si diseño las cosas derechas, se vuelven locos. A mí me gustan mucho los automóviles, el dibujo, la forma humana, además soy sudamericano y el modo de pensar es mucho más sensual, más latino, por eso difiere de lo que pueda realizarse en Estados Unidos o en Inglaterra, en países nórdicos, con otra mentalidad conceptual. Esto no quiere decir que no haga propuestas ortogonales como, por ejemplo, una casa en Toronto muy cúbica. El lugar lo exigía… Pero, si tengo la posibilidad de hacer algo más libre, por qué no lo haría? Estamos para eso”.

–Hay un dato allí, no muy usual entre jóvenes arquitectos, dibujar a mano alzada. Permite trabajar más plásticamente que con un programa de computación, guiar la mano en línea directa con el pensamiento.

–Es muy importante la rapidez del contacto entre las pocas neuronas que tengo y mi mano. Francamente he tratado de hacerlo en computadora pero hay un lapso en el que se pierde la relación directa y la espontaneidad. Cuando quiero hacer lo mismo con esa máquina es un tamiz que me hace perder tiempo de decisión. Soy de cierta edad y cuando estudié se dibujaba. En mi estudio soy el único que trabaja a mano, todos los demás lo hacen con la pantalla del monitor. Mi estudio en Canadá fue el primero que invirtió quinientos mil dólares, en aquel momento (88), ocupando un enorme salón para instalar un CPU, unas máquinas que a los cuatro años las tiramos porque ya no servían. Ese volumen luego lo cortamos a la mitad y hoy es una laptop. Trabajo con AutoCAD y los últimos programas a la moda, pero la parte original, la conceptual, es con dibujo a lápiz, todavía no encontré una forma mejor. Es insustituible la velocidad de la mano, además, estos dibujitos son cuatro rayas pero en ellos está todo. Las tres dimensiones, la planta… Son formas muy complejas, por rápida que sea una computadora, dicen mis colaboradores que les lleva una semana ponerlas en 3D. Y yo las quiero ya. Una imagen me lleva diez minutos… Tengo que buscar y definir rápido la idea al cliente, para revisarla con él”.

–Esa es su manera de comunicarse con el mundo.

–Es mi lenguaje… Si quiero ver cómo será el edificio desde el barco, cuando vengo llegando por mar, lo dibujo. Igual, de arriba, en helicóptero. Desde el aire o a nivel del plano de agua. Debo analizarlo en ambas perspectivas, si una vista es linda y la otra no, no me sirve. Ese dinamismo sería de películas en 3D que hoy por hoy, no podemos hacer. Armamos maquetas, productos tridimensionales, que salen todos de mis primeros garabatos”.

–¿Qué sucede cuando los recibe su equipo?

–Es un va y viene. Está la idea y de ella no nos apartamos, pero sí la refinamos. Y en el refinamiento hay que ser flexible, abierto, para devolver una propuesta diferente. En los dibujos siguientes al punto de partida ya trazo detalles en los que hablo de cómo perforar un muro con rayas, cuadrados o curvas. Para mantener la mano, siempre hay que sentarse cinco minutos, mientras lo espero a usted, tomando un café, y practicar. Si quiero ser violinista y dar conciertos, debo estudiar el instrumento todo el tiempo…

–“Va y viene” equivale a negociación, a escuchar a sus colaboradores expertos, a los calculistas, a quienes van a transformar sus trazos en planos, a los maquetistas. Ellos van a los detalles.

–Sí, el cliente puede decir que un techo dibujado por mí no puede pagarlo y me pide otra cosa. Cierta unidad no la puede vender y requiere una más grande o más chica y yo la tengo que cambiar. Es un vaivén que va dentro de mi propio grupo, con los asesores en ingeniería de estructura, climatización, estudio de vientos, los que saben cómo reaccionará ante un terremoto si construimos en zona sísmica, el cliente, el contratista. Es un compromiso, un diálogo que va ajustando, afinando el proyecto. Es una labor de equipo multidisciplinario en el que se incluyen quienes están del otro lado de la mesa, el cliente, el banco inversor. Por supuesto, si hago una casa para usted tendrá participación por ser el usuario final y yo veré cómo satisfacer sus necesidades, seguro diferentes a las mías. Yo sería un tonto si insistiera en mis curvas y usted quiere líneas rectas. Cuando uno se recibe joven, cree que lo sabe todo y el resto está equivocado. Y lentamente, con los golpes y los roces de la vida, se aprende que uno no tiene la verdad absoluta, el control de la verdad, y hay que escuchar. Un buen proyecto final es resultado de todos estos grupos interconectados.

–La interdisciplinariedad como criterio.

–Es cierto. Una interdisciplinariedad no distinta a la del director con su orquesta, que necesita la percusión, las cuerdas, violín, viola y violonchelo. En la sinfonía que quiero hacer con la arquitectura, el chelista puede ser el ingeniero en estructuras, el percusionista es el contratista y el arpa, el propietario. Son diferentes instrumentos que si no suenan afinados no hay orquesta, no hay polifonía. En mi caso, una obra de arquitectura completa, todos los elementos deben confluir para que se dé el proyecto. Eso es lo más interesante y lo más difícil, hay que saber escuchar, cambiar, aceptar, convencer…”

–Y liderar.

–También. Me sacó la palabra de la boca. Porque el director, marca el tiempo, las intenciones, dice cuándo entra el corno y no puede ser un segundo antes ni uno después. La obra es una sinfonía de Beethoven, pero la interpretación es del jefe de orquesta, que la estudió y va a darle una orientación nueva. Hay varias formas de tocar la Novena, (Claudio) Abbado tiene una visión distinta a la de (Daniel) Barenboim. A mí me gustan las dos, ambas son interesantes y son las mismas notas, el mismo compositor. Del mismo modo, para un edificio sobre terrenos de iguales dimensiones, idéntico uso, presupuesto y restricciones, hay formas diversas de interpretarlo y resolverlo. Y son todas válidas.”

Fotos: Estudio Carlos Ott


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios