La madre de todas las internas

Cuando de asuntos económicos se trata, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, es un conservador fiscal de opiniones calificadas de ortodoxas. En cambio, Axel Kicillof, el ministro de Economía, es de formación entre keynesiana y marxista. Ambos son ambiciosos. Capitanich querrá aprovechar la oportunidad que le ha brindado la presidenta Cristina Fernández de Kirchner para erigirse en su sucesor, descolocando al gobernador bonaerense Daniel Scioli. Ya ha comenzado a actuar como un primer ministro que se supone a cargo de todas las áreas, entre ellas la económica. Por su parte, Kicillof no oculta su deseo de desempeñar el papel de “superministro”. Esperará que su gestión se parezca a la de Domingo Cavallo en el gobierno del presidente Carlos Menem, cuando logró salir de una situación caótica merced a un conjunto de medidas heterodoxas, si bien es de suponer que las que tiene en mente serían radicalmente distintas. ¿Estará dispuesto Kicillof a permitir que Capitanich fije la estrategia económica? Es poco probable, pero también lo es que el jefe de Gabinete se resigne a apoyar a un ministro comprometido con un ideario que no comparte, ya que entiende muy bien que su propia suerte política dependerá de la evolución de la economía en los meses próximos. Aunque a Cristina, lo mismo que a su marido, le guste cierto pluralismo ideológico en el gobierno porque hace más difícil que sus subordinados formen alianzas que podrían perjudicarla, de ahí aquel heterogéneo “equipo económico” que acaba de desechar, nadie ha sugerido que, al dar dos puestos clave a personas de perfil tan diferente como Capitanich y Kicillof, se haya propuesto asegurar su lealtad obligándolos a competir por su favor porque, al fin y al cabo, siempre tendrá la palabra final. Antes bien, habrá esperado que Capitanich se encargue de los deberes políticos más engorrosos, mientras que Kicillof cure la economía de sus muchos males aplicándole los remedios nacionales y populares, keynesianos o marxistas que tiene guardados en su botica, lo que le ahorraría la humillación de tener que reconocer que su “modelo” ha fracasado de manera catastrófica. Pero, desgraciadamente para ella y para el país, es escasa la posibilidad de que Kicillof logre mucho positivo. A juzgar por lo que ha sucedido bajo su tutela en Aerolíneas Argentinas e YPF, tendríamos suerte si sólo resultara ser mediocre. Capitanich y Kicillof se conocen desde los años noventa cuando, como tantos otros kirchneristas, cumplían funciones en el gobierno de Menem, pero, la ambición aparte, es lo único que tienen en común. Aunque no se atribuyen aspiraciones presidenciales a Kicillof, en la actualidad son rivales y por lo tanto se esforzarán por consolidar su propia autoridad en el seno del gobierno y ante la ciudadanía. Ni Capitanich ni Kicillof son personas humildes. No bien pusieron manos a la obra los integrantes del gabinete renovado, Capitanich comenzó a hablar como un jefe auténtico, dando a entender que en adelante los demás, incluyendo a Kicillof, deberían acatar sus órdenes, lo que con toda seguridad molestó mucho al “soviético” y también a los militantes de La Cámpora que, a pesar de su aporte importante a la pérdida de millones de votos en las elecciones legislativas, siguen conquistando posiciones en el organigrama gubernamental. Así las cosas, Kicillof tendrá que reaccionar pronto por amor propio y porque sus partidarios lo exigirán. Está preparado, pues, el escenario para una lucha interna feroz entre un peronista conservador resuelto a ser el hombre fuerte de un gobierno débil que está en graves apuros por un lado y, por el otro, el representante emblemático de los militantes relativamente jóvenes de La Cámpora que, alentados por Cristina, se creen los herederos naturales de los montoneros de los años setenta del siglo pasado. A la larga, Capitanich, que tiene licencia y por lo tanto podría regresar a la gobernación del Chaco si lo creyera conveniente, lleva las de ganar, pero mientras tanto le será necesario convivir lo mejor que pueda con un personaje que es plenamente capaz de ocasionarle un sinfín de dolores de cabeza, sobre todo si, merced a la mezcla de soberbia e impericia que según sus críticos lo caracteriza, la economía continúa desmoronándose en medio de una crisis de la que le costará mucho salir.


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