Artesanías del interior neuquino: mucho más profundo que lana, alpaca y lenga
Todo lo que se vende en los locales de “Artesanías Neuquinas”, esta semana también presente en la Expo Rural de Palermo, esconde las historias de hombres, mujeres y jóvenes que trabajaron a cientos de kilómetros. Cada detalle, estilo y técnica habla de su identidad.
Guillermina, Teófilo, Dionicia, Segundo, Natalia, Kevin… la lista podría seguir. Sus nombres se leen uno por uno, en cada galería de fotos que Artesanías Neuquinas sube a sus redes sociales o en las etiquetas que acompañan a los productos elaborados allá lejos de la Confluencia. Son los pobladores del interior neuquino, que con sus conocimientos aprendidos, heredados, y la destreza de sus manos, nutren los estantes de venta en Neuquén, San Martín de los Andes y la casa provincial, en Buenos Aires. Más que un souvenir turístico, cada objeto resume en sí mismo un costado de identidad y de crianza, teñido con el paisaje.
Con mucho de ese material, por ejemplo, partió hace algunos días la camioneta de la entidad, rumbo a la Expo Rural de Palermo 2023, que está disponible hasta el próximo domingo 30 de julio. El “Pabellón Ocre” es donde se lucirán este año, en el marco de la 51° Feria de Artesanías Tradicionales, que se organiza internamente en el reconocido evento. En 49 años de trabajo han participado siempre, tanto allí como en la Expo de Junín de los Andes.
Qué distinta la llanura que recibe esas obras, superpoblada y vertiginosa, comparada con el suelo cordillerano que las vió nacer, desde la rueca, el telar, el tallado en madera o las pinzas, limas y tornos que dieron forma a la platería y la alpaca. Allá en el paraje Nahuel Mapi Abajo (Departamento Aluminé), los pagos de Atreuco Medio (cerca de Junín) y hasta en Cajón del Manzano (pasando Las Lajas), sus dueños originales las soñaron junto a la estufa y las presentaron en sociedad primero a sus familias, que los ayudaron, para que después las conocieran sus vecinos y colegas, reunidos ante el aviso de visita de las referentes de Provincia, que las pasarían a comprar, para luego revender en la gran ciudad. “Recolección” es el nombre de esta etapa, que aprovecha los meses de mejor clima y se repite al menos dos veces al año.
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Llegadas desde cada puesto, con timidez varias mujeres, bien plantadas otras, serios algunos de los paisanos ante la foto, cada uno posa junto a sus obras terminadas, exhibidas sobre una mesa, en la escuela, el salón comunitario o el puesto sanitario que sirvió para el encuentro. Siempre esperando con algo para compartir, de parte de los anfitriones, y recibiendo el compromiso de los visitantes que venderán sus trabajos, allá lejos, donde no sea posible llegar por cuenta propia.
No es la única vía de ingresos, sino que también buscan otros canales, como las ferias locales, donde autogestionan sus ventas de maneras diversas. Les queda la ganancia completa, el precio que cotizaron, ya que al revender la entidad estatal sólo le suma el 21% de IVA y gastos de logística y packaging, explicó a Diario RÍO NEGRO Rossana Benigar, presidente de esa empresa del Estado.
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El Neuquén menos conocido
Localizar esos espacios campo adentro no es tarea sencilla. Seguro que el personal de “Artesanías” ya está ‘baqueano’ en ese sentido, pero quien no conoce ni se ha criado por esa zona, quizás nunca escuchó siquiera nombrar esos puntos de referencia. No sólo “hay vida después de la General Paz”, también existe mucho “al sur del río Colorado”. Y si explora algo más que la Ruta de los Siete Lagos, ¡ni le cuento!
A estos poblados dispersos se los conoce por el nombre del paraje o por la denominación de la comunidad mapuche que los habita, pero… ¿dónde quedan? Comunidad “Millain Currical”, una de las más grandes de la provincia, afirman, está en la zona de los parajes Huncal, Portezuelo, Cajón Chico y Pichaihué, por ejemplo. Con ayuda de Google Maps y los mapas oficiales, a Huncal se lo pudo ubicar en el departamento Loncopué: junto a la Ruta 31, donde el Street View todavía no pasó, así como tampoco otros tantos servicios.
Por describirlo un poco, su colegio, el N°6, que comenzó apenas como un rancho de adobe con escudo y bandera, allá por 1911, es el mismo que más de cien años después fue reconocido en el documental “Escuela Trashumante”, difundido por Canal Encuentro, por la noble tarea de seguir a sus alumnos, según los tiempos de veranada e invernada de sus animales, para que no pierdan días de clase. Si no fuera por esa modalidad, que se aplicó en la década del ‘80, de sus aulas todavía no saldrían egresados.
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Después de años de reclamos y pedidos, en 2022 consiguieron que se inaugure allí también un anexo de nivel secundario, para que los adolescentes no tengan que emigrar solos a Loncopué para seguir estudiando. En ese camino de aprendizaje, las vecinas de ese sector también lograron que “Artesanías Neuquinas” tenga en cuenta sus tejidos, agregó la producción audiovisual. Como se dijo al principio, cada lugar es mucho más que la fuente de un simple souvenir turístico.
Aparte de Millaín Currical, se compran trabajos en las comunidades mapuches Aigo (paraje Ruca Choroy), Atreico (paraje Atreuco Medio, abajo y arriba – Dpto. Huiliches, donde Junín de los Andes es cabecera), Hingueihual (Dpto. Aluminé), Linares (paraje Aucapán Abajo | Nahuel Mapi Arriba, Abajo – Dpto. Aluminé), Painefilu, Chiquilihuin (paraje Chiquilihuin, departamento Huiliches), Mellao Morales (Cajón del Manzano – Huarenchenque, Depto. Loncopué), Huayquillan (Colipilli, Dpto. Ñorquín) y Curruhuinca (Pil pil, Dpto. Lácar). También se contactan con artesanos y artesanas oriundos de áreas rurales de Junín de los Andes, San Martín, Los Catutos, Aluminé, Loncopué, Las Lajas, Andacollo y Huinganco.
Bien de familia
“El padrón de quienes venden piezas artesanales es muy diverso, las edades varían desde ocho años a más de 70, con predominio de mujeres hilanderas y tejedoras”, contó Benigar. “Podríamos decir que un 80% está compuesto por mujeres, pero en comunidades como Linares predomina la producción de tallado en madera, realizada por varones”, agregó.
Para que eso sea posible, al margen de la necesidad que lleva a buscar un sustento más para el hogar, la transmisión de saberes de generación en generación, es parte fundamental. Esos pequeños que antes de los 10 años están generando sus propias obras, seguramente desde que tienen uso de razón vieron a sus abuelas y madres hilando para hacerle un chaleco a algún integrante de la familia o sentadas horas en el telar, intercalando hebras para dibujar sobre la trama el abrigo para las noches frías en el puesto, cerca de algún arroyo.
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En 2021, desde el equipo de trabajo compartieron una serie de historias de vida, representativas de cada lugar, para que cada uno hablara en primera persona. Allí se pudo leer: “Marri marri com pu che!! Soy María Luisa Coliman (…) desde muy joven aprendí a tejer, me enseñó mi finada suegra. Tejía ponchos y los negociaba con los grandes crianceros por chivas y ovejas, para tener de consumo y sacar lana para hilar y así seguir con nuestras artesanías”. Clorinda Torres, por su parte, contó: “Yo hago todos los trabajos que una mujer rural hace, con frío, viento, lluvia y nieve; siempre firme con mis animales”. “Me dedico a tejer porque me gusta; me encanta seguir mi cultura y cada día aprender más (…) Le doy gracias a Dios por la hermosa veranada que tenemos”, valoró por último, Rosa Millaín.
Frente a esta tradición que ya funciona naturalmente, la labor que le queda a la entidad estatal es la de “reflotar” o “multiplicar” esos conocimientos. Por eso, ofrecen jornadas donde los mismos artesanos o algún capacitador traído “desde el pueblo”, comparten lo que han aprendido, como lo hizo en su momento Ofelia Campos, de la comunidad Mellao Morales, ganadora del premio “Lola Mora” de la Legislatura en 2012; o lo hace aún Carmen Antilef, de la comunidad Aigo, en Ruca Choroy.
“En todas las familias se dan procesos de trasmisión de saberes, pero podríamos señalar a tejedores de ponchos como los Antileo – Calfuqueo – Tripailaf, así como los Tropan, de la Comunidad Linares, o los Calfulen – Llanquinao, que producen piezas talladas en madera en la Comunidad Atreico”, ejemplificó Benigar.
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En la variedad que va surgiendo, el telar deja combinaciones que superan lo estético. “Quienes trabajamos en el rubro podemos decir si un tejido es de una zona o de otra, por sus labores [dibujos] y sus tintes naturales”, afirmó la referente. Ganchos (espirales), rombos, triángulos, serruchos (quetrel) y cruces van formando guardas únicas, cuyo significado está relacionado con la naturaleza (avestruces, cóndores y arañas, por ejemplo, como símbolo de las mejores tejedoras) y que se sustenta en la cosmovisión mapuche.
“Por ejemplo, si veo una pieza laboreada con predominio de colores negro y blanco, sé que es de la zona de Aluminé. Si miramos un camino con labor de “ojo”, sabemos que es de la Comunidad Millain Currical, una pieza con tintes llamativos se relaciona con las tejedoras de la Comunidad Linares (…) Es lo más representativo de su pueblo, ese tipo de tejido cargado de saberes, desde el cuidado de la majada, la esquila, la selección de los vellones, el hilado, el teñido con tintes y el tejido propiamente dicho”, explicó la titular.
Al igual que con la escuela de Huncal, la rutina de las encargadas del telar también se rige por el cuidado de los animales de la familia. En veranada hay más tiempo que en invernada para sentarse a trabajar, porque los buenos pastos están cerca del puesto y los chivos se movilizan menos para buscar alimento. Por consiguiente, quien los cuida ocupa menos tiempo yendo y viniendo. Será así hasta abril, cuando todo se traslade a la meseta y los valles inferiores, y cambien las condiciones.
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A esa sección de los trabajos se suman las piezas talladas en madera (fuentes y utensilios de cocina principalmente de lenga, hechos con herramientas caseras), instrumentos musicales (cultrunes, pichitrutuca, pifilcas y pilolai, entre otros) con caña, cuero de animales y otros materiales; piezas realizadas en arcilla, en plata, alpaca y con varillas de sauce mimbre. Todas se muestran en las redes del espacio estatal, con las novedades después de una recolección o un viaje como en este caso, a Buenos Aires. Allí cada exponente va recibiendo “Me gustas” y comentarios, como señal de apoyo a los diseños que ofreció.
Lejos de romantizar la vida sacrificada que llevan, movidos por la naturaleza pero también por la falta de trabajo y otros derechos, este intercambio año a año les permite darse a conocer y proyectarse, desde lo que saben hacer mejor que nadie. Mientras tanto, seguirán resistiendo, porque también son parte de Neuquén. Después de todo, “humilde y mestizo sigue siendo raíz”, como dijeron Arabarco y Berbel.
Guillermina, Teófilo, Dionicia, Segundo, Natalia, Kevin… la lista podría seguir. Sus nombres se leen uno por uno, en cada galería de fotos que Artesanías Neuquinas sube a sus redes sociales o en las etiquetas que acompañan a los productos elaborados allá lejos de la Confluencia. Son los pobladores del interior neuquino, que con sus conocimientos aprendidos, heredados, y la destreza de sus manos, nutren los estantes de venta en Neuquén, San Martín de los Andes y la casa provincial, en Buenos Aires. Más que un souvenir turístico, cada objeto resume en sí mismo un costado de identidad y de crianza, teñido con el paisaje.
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