Las dos caras de Chile

Un puñado de hombres recios impulsados a jugarse la vida en una mina del fin del mundo que debía estar cerrada hace años a cambio de un aumento de sueldo es un relato surrealista bien latinoamericano. Su proverbial y sofisticado rescate, con apoyo de la NASA, que en otras épocas del mismo Chile hubiera sido imposible por ausencia de tecnología y de recursos es una historia contemporánea vinculada con un país con una economía en crecimiento. Se sobreentiende que el rescate de los mineros chilenos sirve como una radiografía de la sociedad trasandina. En 1951 Billy Wilder estrenó una película cuya historia viene a cuento. Charles “Chuck” Tatum quedará en la memoria del cine como la representación del periodista sin escrúpulos que antepone la gloria personal a la vida de los otros. Este siniestro personaje (interpretado por Kirk Douglas) descubre en la figura de un minero atrapado en la mina de un pueblo perdido de Albuquerque la posibilidad de volver a las grandes ligas de la industria periodística. Tatum sabía, como lo saben seguramente los asesores de imagen del presidente Sebastián Piñera, lo que una buena historia, contada con los verbos apropiados y lanzada a los cuatro vientos, podía lograr en materia de opinión pública. Y la opinión pública se traduce en poder. Rescatar a los mineros trasandinos se convirtió rápidamente en una cuestión de Estado. Del nuevo Estado en el que Chile pretende convertirse en los próximos ocho años. Tiempo que el presidente ha puesto como fecha límite para erradicar la pobreza en el vecino país. Si los mineros hubieran muerto en aquel derrumbe de hace justo 70 días o en las semanas posteriores porque su rescate se volvía inviable, lento o imprudente, la noticia no hubiera hecho más que confirmar que en Chile las cosas estaban como en el resto del continente. ¿Acaso no permanece fresca en la memoria de muchos la muerte hace seis años de los 14 mineros de Río Turbio, provincia de Santa Cruz, fallecidos en un horrible pero imaginable accidente? Algunos de ellos eran de nacionalidad chilena, aunque trabajaban en la Argentina. El gobierno actual entendió que en el rescate de los mineros estaba comprometida parte del capital político histórico –el propio y el de los otros gobiernos democráticos que lo antecedieron–. Era cierto, algo había fallado en el sistema de seguridad laboral de la burocracia transandina. Sin embargo, el rescate debía ser aleccionador. En este marco, es poco probable que los dueños del empresa explotadora de la mina puedan apelar a una quiebra para librarse del mal trago de pagar de su bolsillo los muchos dólares gastados en el procedimiento. Para ellos también habrá un juicio ejemplar. Es profunda la huella que ha dejado la actividad minera en la idiosincrasia, la cultura y la política chilenas. “Sub-Terra”, de Baldomero Lillo, relataba ya en 1904 la cruda realidad de los obreros del carbón, que se internaban hasta 11 kilómetros bajo el mar en busca del mineral. Mucho más acá los consagrados Pablo Neruda y Gonzalo Rojas dedicaron poemas a los mineros. El más reciente heredero de esta tradición, Hernán Rivera Letelier, vuelca en su famosa novela “La Reina Isabel cantaba rancheras” parte su vida de 30 años en las minas de salitre y cobre en el norte del país. Con sensibilidad y humor desgrana historias de prostíbulos, luchas sociales y épicos partidos de fútbol con zapatos de seguridad en interminables canchas salitreras. Lillo había trabajado en una pulpería de la ciudad de Lota, donde se explotaron minas de carbón. Allí conoció relatos de primera mano de los obreros que, como dice en uno de sus cuentos, sólo tienen por delante el destino de trabajar, padecer y morir. Todavía hoy se puede visitar en Lota un museo construido en lo que queda de la lujosa casa que don Matías Cousiño, dueño de la minera más importante de la zona, le construyó a su esposa. Los barcos cargados con el carbón de Cousiño viajaban a Europa y Asia y volvían repletos de obras de arte, muebles aristocráticos y plantas exóticas que transformaron el predio en un lugar de ensueño. A pocos metros se pueden ver aún hoy los restos de las miserables gamelas donde luchaban por sobrevivir los obreros de las minas de don Matías en los que se inspiró Lillo para dar forma a su obra literaria. En más de un sentido la historia sigue siendo la misma. Sin embargo, este milagroso rescate deja lugar a la esperanza, o al menos otorga el beneficio de la duda para un país que quiere salir adelante.

análisis

Leonardo Herreros Claudio Andrade


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