Quién era Emilia Gutiérrez, la artista que tuvo que callar a los colores

Rescatada ahora por algunas pocas exposiciones y por el libro de Ana Montes, "La Flamenca", esta es la historia de Emilia Gutiérrez una artista que murió en 2003 y que pasó los últimos 30 años encerrada en un departamento, intentando no pintar con los colores que, decía ella, le hablaban.

“No tengo nada que decir, nada importante hay en mi vida. En los cuadros está el mundo de mi infancia, que no fue muy alegre.”

Esa es una de las pocas frases que se conocen de la pintora argentina Emilia Gutiérrez. La dijo en la única entrevista que concedió, publicada en «Primera Plana» en 1965.


Nacida en el barrio de Flores en 1928, Emilia fue criada por su abuela Esperanza junto a sus hermanas. Tras el parto, su madre padeció depresión y una eventual psicosis, que concluyó en reiteradas internaciones.
Esa atmósfera de desamparo y silencio se filtró en su obra como un eco. Estudió en la Escuela Fernando Fader y luego en el taller de Demetrio Urruchúa, quien la protegía: “Déjenla sola, ella sabe”.


Entre 1965 y 1975 realizó siete exposiciones individuales. Una de ellas fue en la Galería Lirolay, en mayo de 1965. A pocas cuadras, ese mismo mes, Marta Minujín y Rubén Santantonín presentaban «La Menesunda» en el Instituto Di Tella. Mientras el arte pop celebraba el espectáculo, Emilia mostraba rostros calvos, ojos vacíos, mesas con comida que nadie toca. Ecos de Munch, Ensor, y sobre todo, El Bosco.


Su fascinación por el pintor flamenco fue más que estética. Emilia se obsesionó con «La extracción de la piedra de la locura», el cuadro de El Bosco que recrea aquella creencia medieval de que la demencia se alojaba en una roca dentro del cráneo.

El cuadro de El Bosco que tanto admiraba Emilia Gutiérrez.


Su apodo, “La Flamenca”, no solo aludía a su paleta apagada y su devoción por los maestros holandeses, sino también a esa afinidad con lo grotesco, lo alegórico, lo marginal.

Sus obras llevan títulos como «Extraño ser» (1974), «Serenidad» (1968), «Ronda de niños mientras la madre cocina», «El Paseo del Diablo», «La buceadora», «Niños con juguete», «El pocillo de café», «Capricho», «El ángel». En ellas, los personajes no tienen edad: son niños y ancianos a la vez, figuras espectrales que habitan interiores cerrados. Prefería los colores ocres, verdes, caoba, azul petróleo. Pintaba en formatos pequeños, con óleo, como quien escribe en voz baja.

A los 35 años comenzó un tratamiento psiquiátrico. “Los colores me hablan”, le había dicho ella. Le provocaban alucinaciones auditivas. Como “tratamiento y solución”, en 1975, su médico le prohibió pintar.


Desde entonces, se replegó en su departamento de Belgrano y durante treinta años vivió en un aislamiento voluntario.

No volvió a exponer ni a circular por el mundo del arte. Pero produjo cientos de dibujos en blanco y negro, algunos con trazos mínimos en lápiz rojo, como una forma de rebeldía íntima.


Emilia murió en 2003, en el mismo departamento donde había vivido encerrada desde 1975. Su muerte pasó casi inadvertida para el circuito artístico, pero dejó una obra que hoy vuelve.


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