Leer ebooks no es un premio consuelo

La mujer estaba sentada dos filas más adelante. Escuchaba atentísima, con la espalda recta, un poco inclinada hacia adelante. Ella, yo, todos, en realidad, teníamos la sensación de ser el destinatario exclusivo de las palabras de Norman Manea. El escritor rumano, firme candidato al Premio Nobel, inauguraba el Salón Literario de la Feria de Guadalajara con un texto que registraba las marcas que dejaron en su obra —y en su cuerpo— dos totalitarismos: el nazi, que lo confinó a un campo de concentración cuando tenía apenas cinco años, y el soviético, que lo forzó al exilio cincuenta años después. Era un relato conmovedor, cercano y a la vez universal. De ahí provenía esa sensación íntima, tan propia de la literatura. ¿O no son acaso los libros que más nos gustan aquellos en los que sentimos que el escritor nos habla?

Manea hablaba de decisiones irrevocables, de amigos perseguidos, de la pelea desigual contra la censura. Trajo el recuerdo de sus padres —“cuando sueño con ellos todavía me hablan en rumano”— y en ese momento la mujer de dos filas adelante sacó el teléfono de la cartera, entró en una tienda de ebooks y compró El té de Proust y La guarida. Me sorprendió la determinación con que lo hizo; pero sobre todo me sorprendió que lo hiciera allí mismo, en medio de la conferencia, como si se anticipara a la nostalgia que ella, yo y todos en el auditorio íbamos a sentir diez minutos después, cuando el aplauso de pie, que fue casi una ovación, coronara el encuentro.

No creo que haya sido una compra por impulso —eso estaría más relacionado con los chocolates en las cajas del supermercado que con los libros. Por el contrario, la mujer se dejó atravesar por la sensibilidad del autor y sintió la necesidad de empezar a leerlo en ese momento, de adueñarse un poco de él y, sobre todo, de su obra. Más tarde comenté el episodio con algunos periodistas mexicanos y me contaron que lo que había hecho la mujer era una práctica habitual.

El libro digital soluciona la inmediatez, pero sobre todo la disponibilidad. Con el libro digital se acaban los problemas de stock, almacenamiento y distribución. Y también de precio: un ebook cuesta dos o tres veces menos que su par en papel. Hay gente que prefiere el papel por una cuestión afectiva. Es muy válido; la literatura es sentimiento puro. Pero yo, tal vez por ciertas alergias recurrentes, nunca fui cultor del romanticismo por el olor o la textura de las hojas amarillas. Por supuesto, leo en papel —siempre con un lápiz—, pero me gustan mucho, cada vez más, los ebooks: son cómodos, son prácticos para el subte y el colectivo, son discretos. Se les puede agrandar la letra —función imprescindible para mi miopía— y se los puede leer desde el teléfono, la computadora, la tablet o el lector digital.

Leer ebooks no es un premio consuelo. Es una experiencia completamente novedosa en la que se borran los intermediarios —no influyen ni las portadas ni las solapas ni las tipografías, nada. Están los que encuentran esa relación algo fría; yo, en cambio, la siento como el vínculo más íntimo que puede haber entre un lector y las palabras.

*Periodista. Red social Grandes Libros

Es una experiencia novedosa en la que se borran los intermediarios: no influyen ni las portadas ni las solapas ni las tipografías, nada.

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Es una experiencia novedosa en la que se borran los intermediarios: no influyen ni las portadas ni las solapas ni las tipografías, nada.

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