Los adolescentes y la angustia en pandemia

La psicopedagoga traza algunos caminos posibles para acercarse a los hijos y ayudarlos a enfrentar los cambios, los dolores por las pérdidas, y por las consecuencias del encierro.

Por Laura Collavini

Psicopedagoga

Se me ocurren varias palabras asociadas con angustia, pero en estos días y en relación a la pandemia estoy escuchandola en forma repetida. Angustia. Tal vez sea útil para prestar atención, para buscar herramientas, para visibilizar y darle lugar.
¿A qué me refiero con visibilizar? Solemos intentar evitar el dolor, para eso nos valemos de muchas herramientas que en ocasiones nos resultan muy útiles. Maquillamos, emparchamos, negamos. Pero ahí está, firme. Maquillado y firme. Envuelto y entero. Podemos llevarlo durante años y en ocasiones toda la vida. Pero ahí está.


La angustia es un estado afectivo que se caracteriza por aparecer como reacción ante un peligro desconocido. Suele estar acompañado por intenso malestar psicológico y por pequeñas alteraciones en el organismo, tales como elevación del ritmo cardíaco, temblores, sudoración excesiva, sensación de opresión en el pecho o de falta de aire.
No vamos a hacer un análisis profundo en estas líneas. La intención es bosquejar un camino que muchos de nosotros podemos estar transitando y para avanzar es menester observar con detenimiento lo que nos acontece.


La pandemia nos abarca a todos. Cada uno experimentó pérdidas y modificaciones en mayor o menor medida. Pero todos nos vimos implicados. Desde nuestro lugar armamos estrategias para sobrevivir a lo anti natural.
Los adultos, en general, contamos con ciertos recursos de independencia que nos permiten que el maquillaje funcione mientras sea necesario, para limpiarse la cara en cuanto sea posible.
Pero , ¿qué pasa con los niños y pre adolescentes?


Me llama la atención las consultas repetidas por angustia, por el deseo de no salir de la habitación, el uso excesivo de celular, la ausencia de contacto real con el exterior y deseo de continuar en ese estado. Rechazo por salir, discusiones con los padres, irritabilidad, cambio de alimentación, de horas de sueño. “Se acuesta a las 4 de la mañana”. “Se queda en las redes hasta esa hs”. “No quiere salir de la habitación”. “No se quiere encontrar con nadie” “No quiere salir a la calle”.


Papás que se angustian ante la impotencia de no saber qué hacer y el deseo de volver al colegio para habilitar una obligación, un quehacer, una rutina.


Los niños a partir de los 7/8 años ya tienen conciencia de la pérdida y con diversas formas y matices de la muerte.
Esta señora temida llamada muerte tiene muchas caras. Nosotros como adultos le solemos temer a la muerte del cuerpo, al irnos de esta tierra con este envase. De esta solemos no hablar. Claramente nos causa dolor, lo evitamos. Hay otras muertes; son las que atraviesan los pre adolescentes y adolescentes. Muertes constantes, únicas e irrepetibles, con una angustia insoportable que sólo pueden transitarla en forma más saludable cuando están amorosamente con pares.


Me refiero a la muerte del cuerpo de niñ@. Este cuerpo que se muere en forma inevitable. No hay forma de atraparlo. De repente la ropa preferida de ayer ya no entra más en este cuerpo torpe que se agranda sin poder medirlo.
Sin poder controlar la emoción hay que soportar otra más:la muerte de los gustos de la infancia. Esos juegos que parecían tan plenos hace unos meses de repente no tienen sentido. Aunque los padres insistan que jueguen una vez más…No tienen sentido.


También escucho desde los niñ@s que no se saben si son pre adolescentes, que los padres decidieron regalar sus juguetes de la infancia porque consideraron que ya no tenían que jugar con ellos.
Y acá están de nuevo. Aparecemos nosotros, los padres:amados y odiados;amigos y enemigos;dioses y demonios.
Acá vamos muriendo. Desde la mirada pre adolescente ya no estamos como antes. Aparecen más reclamos, debates, discusiones.
Ahora, el refugio son los pares, a quienes les pasa lo mismo y entonces saberse igual reconforta el alma herida que ya no se sabe ni dónde está.
Con la pandemia, no hay pares;no hay encuentros, no hay peleas ni reconciliaciones. Solo hay distancia y un dispositivo que intenta acercar lo que no se puede. ¿Qué se hace con todo este cúmulo de emociones y sensaciones que no se pueden dominar? ¿Cómo se transita todo ese dolor?, sumado a que realmente el cuerpo duele cuando crece, a que el cansancio también es mayor y a que los padres protestan porque está todo el día tirad@ en la cama…
Un párrafo aparte para los chic@s que terminaron su nivel primario, quienes también debieron separarse de su grupo de la infancia sin casi poder verlos. No cuentan con la suficiente independencia como para salir solos a buscarlos y o para ir con ellos a una plaza. Tampoco forman parte aun de nuevos grupos.
No tienen su cuerpo de infancia, ni los gustos, ni los padres, ni los deseos, ni los amigos. Vacíos sin algo por hacer.
En este contexto tampoco contaron con un objetivo, ni con una salida próxima. Temiendo por la salud de su entorno y entrampados en una realidad sumamente confusa.


Suena depresivo. Lo sé. Pero quiero intentar retratar en forma más clara posible por lo menos mi parcial mirada acerca de esta realidad.
La buena noticia es que tenemos herramientas ahora para empezar a modificar. Claro que podemos hacerlo cuando sabemos dónde estamos. A esto me refiero con “visibilizar”. No podemos accionar un cambio si no sabemos en dónde estamos. Es como trazar una ruta sin saber desde dónde partimos. Imposible. Seguramente corremos el riesgo de girar en círculos gastando energías y mordiéndonos la cola.

Si estas líneas le resuenan por favor no tape ni maquille el dolor. Retomemos la energía de sanar. Trabajemos en eso, con conciencia y en forma eficaz. Pedir ayuda, llorar, conversar, pero estimulando la capacidad de empatía que todos tenemos y necesitamos desarrollar.


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