Los pasos de Brasil

No es necesario ser experto en política internacional para darse cuenta de que se están dirimiendo cosas serias en el ajedrez político latinoamericano y que los asuntos de la energía están pesando en el tablero. Como los pasos de Lula, tan itinerante últimamente, y el ascenso internacional de su país.

Casi enseguida de ser reelecto, el presidente del Brasil anunció al comenzar el año un espectacular «Programa de Aceleración del Crecimiento» (PAC) con la propuesta de 235 mil millones de dólares para inversiones en infraestructura, obras públicas y proyectos energéticos en el nuevo período de gobierno. Y pasos siguientes, en una acelerada cronología de sólo semanas, han venido transparentando hechos aún más significativos.

El 9 de marzo, Lula recibió a un impaciente mandatario estadounidense deseoso de comprometer al Brasil en una cooperación tecnológica bilateral en torno de biocombustibles y para actuar de modo conjunto en otros campos.

Semanas después, Lula recibió a Romano Prodi, primer ministro italiano, con el que selló, entre otros acuerdos de índole económica, una alianza tecnológica entre las empresas estatales de ambos países, Petrobras y ENI, para desarrollar biocombustibles en forma asociada y en gran escala. El «Corriere» italiano aprovechó la ocasión para reflejar editorialmente «Las ambiciones del Brasil», anotando peculiaridades del país latinoamericano en el que viven 18 millones de ítalo-brasileños, el orgullo nacional de la gente, su convicción acerca de un futuro de gran potencia para su patria y el hecho de que, mientras México y Centroamérica ya están en la órbita de Estados Unidos, el campo de juego del Brasil es ahora fundamentalmente la América del Sur.

A escasos veinte días después de la primera «Cumbre» con Bush en Sâo Paulo, Luiz Inácio Lula da Silva se reunió por segunda vez y a pedido del otro con el mandatario norteamericano en Camp David, la residencia campestre de los presidentes (cuyo último huésped latinoamericano había sido recibido en 1991), para continuar conversaciones sobre una alianza estratégica y de negocios entre ambos países. Hablaron, se dice, de la nueva ronda sobre el comercio mundial las preocupaciones del Brasil sobre temas agrícolas y en particular sobre una alianza de efectos económicos, geopolíticos y ambientales de escala mundial en materia energética. Amaral, el canciller brasileño, reconoció que el etanol y la delantera que tiene Brasil en su desarrollo son la «palanca» que impulsa estas conversaciones (1).

Algunos comentaristas han señalado que el acuerdo Brasil-Estados Unidos tendría como fin fomentar su producción en países tropicales y pobres con la tecnología, equipos y experiencia de treinta años de sustituir gasolina que tiene el primero. A esta opinión la ven como ingenua y han opuesto críticas enérgicas aquellos que, como Fidel Castro o Hugo Chávez el gran afectado, se supone, en su petropoder ven las cosas como una intención política disruptiva de los americanos o la manifestación de una sensibilidad aberrante («sacar el grano de la boca de la gente para dárselo como pasto a los automóviles»). No han faltado quienes califican todo el asunto de la sustitución energética a través de biocombustibles como «una falacia», económica en particular. Pero lo cierto es que hasta ahora lo único que queda absolutamente claro es que la hazaña tecnológica del Brasil con la caña de azúcar ha potenciado su peso internacional y sus expectativas de integrar de pleno derecho el club de las grandes potencias.

 

La nueva movida

 

El tema de los biocombustibles en sí mismo no entra en el propósito de esta nota, que es poner de resalto el dinamismo de nuestros vecinos y las decisiones ejemplares de su gobierno. En este sentido, la última consiste en la creación de un nuevo ministerio «Secretaría de Acciones de Largo Plazo» y la designación de su responsable en la persona de un intelectual prominente Roberto Mangabeira Unger anunciada días atrás por el presidente. Nos impresiona esta designación, la de un filósofo y teórico social que es profesor en Harvard, que en el 2005 reclamó públicamente el juicio político de Lula por los escándalos de corrupción de legisladores, que orienta las ideas del PRB, un partido de oposición (el que candidateó a Ciro Gomes contra Lula hace cinco años) y sobre todo que es líder indiscutido entre los críticos intelectuales del neoliberalismo en Latinoamérica y propugnador de una «economía rebelde». Y nos impresiona también el hecho de que el nuevo órgano gubernamental estará encargado de la elaboración del programa para el crecimiento el PAC arriba mencionado y de coordinar el planeamiento de programas federales hasta el 2022, cuando Brasil celebrará sus 200 años de existencia. Son hechos que hablan de coraje, de ambición y responsabilidad en un alto grado de ejemplaridad política (en particular para los argentinos). Como para calzarles el corolario que formuló no hace mucho un legislador brasileño sobre lo que su país está logrando respecto de la tecnología y la economía: «Mais do que nunca é preciso ousar e nós estamos ousando!» ( Hoy más que nunca es necesario atreverse y nosotros nos estamos atreviendo)

 

(1).- En marzo del 2006 bajo título «Bioenergía en Brasil» recordé en este diario la visita a nuestro país en 1986 de J. W. Bautista Vidal (reconocido como «O pai (el padre) do proalcool»), quien presentó la experiencia ya entonces avanzada de su país en el desarrollo de etanol a partir de caña de azúcar. Estaban por delante de cualquier país desarrollado. Y su lectura decía: «Nuestra tecnología está más adelantada por la sencilla razón de que la hemos hecho y los otros no. Y no hubo genios en esto, hubo hombres decididos a hacerlo. Este es el único secreto. Nuestros pueblos tienen todas las condiciones para ser autores de su propio desarrollo tecnológico. Lo de la incapacidad es puro mito; cuando se quiere hacer, decididamente se hace».

 

HECTOR CIAPUSCIO (*)

Especial para «Río Negro

(*) Doctor en Filosofía.


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