Los tres dilemas de Vaca Muerta

Alejandro Poli Gonzalvo (*)

La explotación de los yacimientos no convencionales de petróleo y gas de Vaca Muerta ha puesto a la Argentina ante un desafío que no es técnico o económico sino estratégico y político. Con el fin de aportar al debate que aflora hoy en el país desde la entraña ubérrima de Neuquén, en este artículo planteamos tres dilemas de cuya respuesta depende que el shale oil y el shale gas se transformen de mera posibilidad de riqueza en una trayectoria histórica a largo plazo, sostenida y sustentable. El primer dilema es el que más opiniones críticas ha acumulado y consiste en el riesgo ecológico que podría acarrear la explotación de Vaca Muerta. Los argumentos técnicos son muy complejos y no sólo se los discute localmente sino que voces a favor y en contra se multiplican en todas las regiones del mundo. Sobre este dilema, lo primero que sería deseable es no politizarlo y tomar en debida consideración los problemas de medioambiente relacionados con la extracción de petróleo y gas del seno de las formaciones de roca madre, pero incluyendo una perspectiva que en el caso argentino es especialmente relevante: es éticamente justo aprovechar un potencial de riqueza que permitiría sacar a millones de compatriotas de la situación de pobreza en que se encuentran. Frente al panorama de indigencia que se extiende hoy en la Argentina como un reguero de petróleo, renunciar al potencial de desarrollo de Vaca Muerta equivale a postergar una vida más digna para millones de familias argentinas. Están quienes citan que Francia ha prohibido la extracción de estos recursos, pero es la misma Francia que sigue apostando a la energía nuclear como matriz energética. Por su parte, los Estados Unidos son líderes en las nuevas técnicas de shale oil y es bien conocido que sus agencias federales son especialmente exigentes a la hora de establecer regulaciones de medioambiente. Rechazar Vaca Muerta sólo por razones ambientales es una posición poco solidaria y reduccionista. El segundo dilema es complementario del anterior: sería un craso error estratégico pensar que gracias a Vaca Muerta todos los problemas de desarrollo de nuestra nación serán superados sin esfuerzo. El facilismo paralizante que encierra esta visión es mucho más peligroso para la salud de la Argentina que los riesgos de contaminación de las napas de agua o hasta las hipótesis de riesgo sísmico que se comienzan a estudiar en otros países. De por sí, Vaca Muerta no resuelve las décadas perdidas desde la Segunda Guerra Mundial y mucho menos reemplaza una política de desarrollo industrial orientada al mercado exportador. Las materias primas agrícolas han sido fundamentales para la Argentina pero no suficientes para un desarrollo integral a la altura de siglo XXI. El mismo concepto es aplicable a la riqueza en combustibles y a la minería: su explotación permitiría acelerar el progreso argentino pero no constituye un milagro como el agua que manaba de las rocas según el relato bíblico en la larga travesía por el desierto. El tercer dilema se asocia con las condiciones de explotación de Vaca Muerta. En términos de historia comparada, desarrollar sus cuantiosos recursos equivale a un esfuerzo de proporciones similares al que desplegó la Argentina en el siglo XIX para convertir el desierto en la pampa húmeda y en el que fue el símbolo por excelencia de nuestra era dorada de prosperidad: el granero del mundo. No suelen comprender quienes a la ligera critican aquel prodigio de desarrollo el esfuerzo conjunto, privado y estatal, que fue necesario para lograr que la llanura pampeana se transformara en un manantial de riqueza sin igual. Piense el lector los miles de millones de dólares actuales que se requerirían para construir 30.000 kilómetros de vías férreas, dos puertos en apenas dos décadas, miles de kilómetros de alambrados, cientos de silos, la importación de miles de equipos de maquinaria agrícola, la educación de millones de inmigrantes que llegaban para trabajar en el campo y en las ciudades que recibían el influjo de esa explosión de riqueza, y tendrá una idea del esfuerzo similar que requerirá la explotación de Vaca Muerta. Las formidables inversiones que demanda Vaca Muerta exigen el esfuerzo conjunto del Estado, brindando condiciones jurídicas claras y a largo plazo, y de la iniciativa privada, dispuesta a arriesgar capitales multimillonarios para contribuir de esta manera al desarrollo del país. En este sentido, resulta evidente que las pésimas condiciones macroeconómicas y de inestabilidad normativa que son el nefasto resultado de la década kirchnerista constituyen un factor muy negativo para alcanzar el nivel de inversiones que exige la explotación de Vaca Muerta. En el actual contexto económico, el costo de las concesiones que tiene que hacer el gobierno son mucho más leoninas que las que ofrecería un país normal. Elevar gratuitamente los costos de acceso a las inversiones y al capital internacional es un delito de lesa patria. El populismo en todas sus formas es siempre antipopular porque condena a la pobreza y al atraso. Y haber generado un déficit energético es una de esas formas. Por eso, no extraña que el acuerdo con la empresa Chevron se mantenga en secreto, una actitud inconcebible y que reniega de la transparencia de los actos de gobierno que son consustanciales a una vida republicana. No existe mejor expediente para favorecer la ineficiencia, incluso la corrupción y el capitalismo de amigos, que dar manotazos desesperados por una impúdica imprevisión ante el problema energético que consume las divisas del país. Vaca Muerta constituye una oportunidad para acelerar el desarrollo de la Argentina. Los tres dilemas brevemente planteados permiten concluir que resulta imperioso plasmar una estrategia de largo plazo para el aprovechamiento de los ricos yacimientos neuquinos, que incluye estudiar con seriedad los problemas de medioambiente pero que muy especialmente requiere alcanzar un acuerdo entre las principales fuerzas políticas sobre un decálogo de nuevas bases para los próximos treinta años. Afianzamiento de las instituciones, estabilidad a largo plazo de las políticas macroeconómicas y un prioritario contenido de solidaridad social son elementos esenciales de ese decálogo. Vaca Muerta sólo será posible en una Argentina confiable y confiada en sus fuerzas, plenamente insertada en el mundo y que deje atrás los estériles enfrentamientos que todavía hoy nos paralizan. (*) Socio del Club Político Argentino


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