Malvinas, un producto de la impunidad militar

La decisión de invadir las islas fue alentada por la omnipotencia que generó en la cúpula de la dictadura el “éxito” de la represión ilegal. Desoyendo a expertos, se lanzaron a una aventura que costó cientos de vidas. Y que, hay que decirlo, fue apoyada por una mayoría civil, impregnada de nacionalismo.

Redacción

Por Redacción

Final para una larga claudicación ética argentina. Eso es la guerra de Malvinas. Claudicación que no lastima ni mella el honor, la entrega con que miles de soldados asumieron la batalla. Y murieron. O son aún hoy lacerados por secuelas de aquellos días de todo o nada. Hiere sin misericordia a cualquier humano ajeno a las miserias propias de cierto nacionalismo el saber cómo fueron enviados a la pelea.

El caso del Regimiento 12 de Infantería. De sus 600 efectivos, el 46% eran analfabetos y tenían apenas 17 días de instrucción. Carencia de todo, incluso de palas para cavar trincheras. Se cavó con platos de chapa, con cucharas, a mano.

Lo cuenta en sus memorias el jefe de esa unidad, el entonces teniente coronel Ítalo Piaggi. Portador de un rostro y testa símil al del actor Yul Brynner, comandó a su unidad en el más crudo de los combates terrestres de aquella guerra: Prado del Ganso, que duró 48 horas. Allí cayó incluso el jefe del batallón de paracaidistas británicos de 900 hombres, que atacaban al Regimiento 12 de Infantería argentina. Teniente coronel Jones. Ese combate en que, al ver a un soldado argentino que se revolcaba envuelto en llamas, un médico británico apretó mandíbulas. Se apiadó. Sacó su 9 mm y le adelantó el final. El 12, unidad de un soldadito correntino iletrado. Riquelme se llamó. Murió solo en un pozo. Retorciéndose en posición fetal. Bañado en una catarata de vómitos con sangre. Hijo de humildes peones de campo, el pibe Riquelme, hambriento –porque en Malvinas hubo mucho hambre–, había recogido antes un cormorán muerto y lo había mordisqueado. Hoy está enterrado en la turba malvinense…

¿Cómo imputar claudicación ética al 12 de Infantería y a los miles que marcharon al combate en una guerra que no debió suceder?

La claudicación ética está en otro lado.

Emerge de ese nacionalismo trasnochado. Bullanguero. Prepotente. Irracional, como lo es en general todo nacionalismo. Nacionalismo compadrito, neurótico ante lo diferente. Propio de un yo arrogante, patriotero.

Nacionalismo que a la hora de Malvinas pivoteó en los designios de una dictadura militar. Nazis. “Hordas arrogantes de asesinos con vestimenta militar que emblematizaban la potencia instintual de un narcisismo desaforado: correajes, botas, armas, gorros, bastones, charreteras…” , reflexiona el psicoanalista José Milmaniene, quizá el más riguroso investigador sobre el militarismo que define a nazis, fascistas y a los Galtieri, Anaya y etc., etc.

Esa horda fue endiosada por el grueso de la sociedad argentina al momento de Malvinas. Y señala el sustancioso Informe Rattenbach que, sin duda, el apoyo popular dado a la recuperación de las islas afectó la capacidad de discernimiento de los decisores del poder (o sea la dictadura).

De la represión a la invasión

Es posible, sí. Pero en clave a que esa recuperación fue dictada por la impunidad que definía desde marzo del 76 el accionar de ese poder. Hay un muy sólido hilo conductor entre un poder que desaparece a 10.000, asesina a 3.000 más, poda libertades, intenta llevar el país al oscurantismo mediante la cruz y la espada como sustento moral de sus decisiones, y de golpe se lanza a una guerra que estaba perdida desde el vamos.

Malvinas es eso: un producto de la impunidad con que gobernó la horda en cuestión. Horda cívico-militar-religiosa. Algo así como, “si pudimos matar miles de subversivos negadores de nuestra estirpe occidental y cristiana, ¿por qué no le vamos a meter miedo a Inglaterra?”, se preguntaban.

Tanta impunidad de pensamiento y acción, que a la luz de nuevos documentos y testimonios se conocen los planes que tenía la dictadura si la partida salía bien. Lo ha declarado el brigadier Basilio Lami Dozo: “Si derrotábamos a Gran Bretaña, nos íbamos sobre Chile”.

Una guerra por tres rocas miserables llamadas Lennox, Picton y Nueva, en el canal del Beagle. Una guerra y un siglo de odio entre ambos países como corolario. Por eso se entiende que Chile –ya lo hemos dicho en estas páginas– colaborara con Inglaterra para derrotar a Argentina. Nada de traición. Fueron intereses concretos. Legítimos.

Las dudas

Y cuando se explora lo escrito sobre Malvinas, tanto por el lado británico como nacional, emergen seductoras sorpresas. Si se escudriñan, por caso, los documentos del poder militar que dejaron el estado de secreto, se detectan las dudas que albergaban altos mandos militares sobre la suerte de aquella guerra.

El vicealmirante Lombardo, por caso. Inteligente. Submarinista formado en Inglaterra y Estados Unidos. Buen jugador de bridge y golf. Hoy condenado por violador de derechos humanos. Como jefe de Operaciones Navales, en diciembre del 81, recibió la orden del almirante Elbio Anaya –el más activo de los intelectuales de recuperar las islas– de actualizar los planes en esa dirección.

Lombardo conocía bien las Malvinas. En más de una oportunidad en la década del 60, clandestinamente, había comandado submarinos que exploraron las costas del archipiélago. Incluso con desembarcos furtivos, siempre de noche. En uno de ellos, vale la anécdota, se toparon con un kelper que deambulaba por una playa con alcohol mal subido a la cabeza. Entonces le metieron medio litro más de whisky en su interior. Todo para nadie le creyera que había vistos a unos tipos raros bajando de un submarino.

Por alguna razón no confesada hoy la Armada escamotea el informe Lombardo, que advertía ya entonces sobre los problemas tácticos y estratégicos que implicaba la recuperación de las islas por la vía militar. Sabía que Londres colocaría submarinos entre el continente y las islas. Y esto lastimaría la logística argentina, que sólo dependería de aviones. Pero el cielo sobre el espacio aéreo tendría un dueño: los Harriers británicos.

Por alguna razón, el Círculo Naval se sume en el silencio cuando se le pregunta a su departamento de publicación por qué no reeditan el mejor libro hecho sobre las operaciones navales en aquella guerra: “No vencidos”, del almirante y el capitán de navío Jorge Errecaborde.

Ahí figura parte del informe Lombardo, que en aquella guerra fue jefe del teatro del Atlántico Sur

“Se van a quedar muy pero muy solos”, le dijo Lombardo el 7 de abril de 1982 al general Mario Benjamín Menéndez.

Y acotó: “Van a cercar, separar y ahorcar…”.

Y entonces la horda perdió la partida de Malvinas. Tal cual como había llegado al poder, derramando sangre.

Debates

Carlos Torrengo

carlostorrengo@hotmail.com


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