“Manuela en el umbral”, historia dura

Mercedes Pérez Sabbi, ensayista y escritora dedicada a literatura infanto juvenil, acaba de publicar “Manuela en el umbral”, una ficción que abreva en una realidad trágica.

Mercedes Pérez Sabbi ratifica su sólida capacidad para –mediante un escritura de estilo limpio, atrapante– trabajar desde la literatura temas de inmensa carga emocional con su libro “Manuela en el umbral” en el que presenta una realidad trágica que hizo blanco en una niña hoy cineasta: su padres fueron secuestrados y desaparecidos durante la dictadura militar. La que sigue es la entrevista que “Río Negro” hizo a la escritora.

–¿Cómo surgió la motivación a escribir “Manuela en el umbral”?

–Cuando pienso en eso me viene la imagen de Anahí –Manuela en la ficción–, cineasta compañera de mi hija Eloísa, cuando, en los preparativos de un rodaje en el Parque Lezama…

–…el parque en el que Ernesto Sábato siempre buscó, no sé, inspiración…

–Así es. Fue ahí que Eloísa me dijo: “Mercedes, quiero contarte que una noche, cuando tenía cuatro años, me desperté y mis padres no estaban y nunca más los vi…”. Escuchar ese brevísimo relato me ubicó en el lugar de la inquietud permanente y perturbadora: tenía que escribir esa desgarradora historia. Pero, ¿desde dónde? ¿qué voz se haría cargo? ¿Dónde ubicar (me) al personaje? ¿Cómo construir una memoria a partir de recuerdos y experiencias ajenas? Para responder a estas inquietudes, imprescindibles a la hora de comenzar a escribir, siento que me fui atrás, muy atrás en el tiempo. Un tiempo donde se entrecruza la historia de nuestro país, su más cruenta dictadura, con la sensación de la espera. La insoportable espera de mi abuelo que había partido a su Asturias natal, unos meses, para el calendario de los años 60; un siglo, para mi sensación de niña. Aquel dolor por extrañarlo tanto me acompañó durante el año y medio que me llevó escribir la novela…

–¿Qué alcance tenía el recrear esas heridas? ¿Adónde la llevaron?

–A hurgar lo sombrío y lo profundo de una niña que espera a sus padres, de un secreto sostenido en las voces de “Los Aromos”, un pueblo que calla y grita. Lograr la voz pequeña que contenga lo grande fue mi desafío. Encontrar la mirada de una niña que se para en el umbral de una historia que es suya y es nuestra.

–O sea que se trata de un dolor colectivo…

–Efectivamente. Dolor que nos convoca ahondar en la memoria.

–¿Qué es o cómo llegó a la palabra “umbral”, tan de situación, de espacio, para situarla en el título? Un título que expresa espera de algo, o juego callejero, o sea la vereda como un espacio público seguro, aunque ya no lo sea. Umbral es un entrar, un salir…

–Lograr el título tuvo sus bemoles. Me llevó tiempo encontrarlo. Tiempo de espera para que las editoriales decidieran publicarla. La primera presentación que hice, la novela tenía nombre de animal. Algo relacionado con la langosta, no lo recuerdo totalmente. Pero en la novela se hace referencia al estado de la langosta acuática cuando cambia de caparazón y se siente desprotegida relacionado con los cambios de los púberes. Pero no me convencía aquel título. Me fijé en los títulos de libros infantiles relacionados con la dictadura y me di cuenta de que muchos llevaban nombre de animal: “Los sapos de la memoria”, “El mar y la serpiente”, “El año de la vaca” y otros. Entonces me pregunté si esa elección tenía que ver con la temática, quizá porque fuera difícil humanizar lo que tenía poca humanidad… Di vueltas con estas reflexiones hasta que me di cuenta que Manuela era Manuela, con todo el peso simbólico de un nombre y que así como es –ingenua, dulce, infantil…– estaba parada en el umbral, en la incomodidad del umbral como dice Luciana Murzi en sus reflexiones sobre la novela: “El umbral como frontera, como límite entre el adentro y el afuera. El umbral como un espacio y un tiempo de transición o una zona limítrofe donde espacio y tiempo están detenidos. No hay pacto posible en la fue tendrá textura incómoda de umbral”…

–Escribir sobre la espera de padres desaparecidos es un tema fuerte, no sólo por la naturaleza brutal que implica el hecho en sí, sino que la espera hace a pibes…

–Yo hago de ese dolor, mucho de mi literatura… por caso el niño que vive en la calle en mi libro “Sopa de estrellas”, la historia de Blas y Roco, un pibe cartonero y su perro…

–¿Qué desafío tiene –si es que lo tiene– abordar temas que hacen a “desgarros totales e imperecederos”, como señala Simone Weil, que afectan a los niños, ya sea por situación social, por violencia, para el caso de Manuela, de violencia de Estado?

–Yo me he interrogado mucho sobre esa cuestión a partir incluso del reconocimiento que son temas en general silenciados para los niños. No sé si tiene el carácter de desafío –utilizo el término que usó usted en la pregunta–, pero en todo caso el desafío, lo importante de la cuestión no puede quedar en el enunciado sino en cómo se trata el tema, es decir, su escritura. Como dice David Wapner: “Jugarse” con un tema “jugado”, no vale, ni aporta, nada, si la jugada no se pone en la escritura. El tabú mayor para la literatura para niños es la literatura… Pero bueno, todo esto hace a los desafíos que tenemos quienes hacemos literatura infantil – juvenil.

–¿Los desafíos hacen al hecho de que escriben sobre edades, etapas en permanente transición, evolución?

–Y… exploramos los múltiples malentendidos que componen la relación entre el mundo de los adultos y el universo de los niños. Lo importante es ser auténticos y trabajar mucho sobre los escritos hasta crear textos que enriquezcan, que brinden a los chicos la posibilidad de explorar el mundo y de explorarse, brindando alegrías, tristezas, emociones… construyendo imágenes que lo fortalezcan como niño, como persona, como ciudadano. (Agencia Buenos Aires)

La escritora no duda en abordar temas dolorosos en su libros dirigidos a niños y adolescentes.


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