Migraciones y ultranacionalismo, dos caras de la globalización

Es un desafío que debería tener su actualización que la Patagonia Argentina vuelva a tener una vía navegable para el transporte de cargas y el desarrollo turístico.

Con más de 258 millones de personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares, los flujos de migrantes volvieron a ocupar este año las tapas de todos los diarios y despabilaron los fantasmas de la ultraderecha en muchos países en los que aún no se habían asomado.

Como medida para proteger a los millones de personas que huyen de la violencia, la pobreza, la guerra o la persecución política en sus países, la ONU logró este año aprobar un acuerdo que, en su esfuerzo por incluir a más países, resulta liviano.

El Pacto Mundial Migratorio (PMM) apunta a algunos objetivos como la no separación de las familias y el derecho de las personas a recibir salud y educación, pero mantiene la garantía soberana de los Estados “a determinar su política de migración”.

Sin embargo, una decena de países –entre ellos Estados Unidos, Hungría, Australia y Chile– rechazaron siquiera discutir el texto no vinculante.

Uno de los episodios que más desnudó el desamparo de los migrantes fue la larga caravana de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños que intentaron sin éxito llegar a Estados Unidos.

En plena campaña electoral, el presidente estadounidense Donald Trump hizo del avance de la caravana, la amenaza número uno a su país: “Debo pedir a México que detenga esta arremetida. Si no puede hacerlo llamaré al Ejército norteamericano y cerraré nuestra frontera sur”.

Días antes, Trump había amenazado con cortar la ayuda económica a los tres países centroamericanos del llamado Triángulo Norte si la región no detenía la caravana.

El entonces presidente de México, Enrique Peña Nieto, respondió en un momento con represión, pero finalmente permitió el paso de los miles de inmigrantes. Las elecciones pasaron; Trump bajó el tono a sus comentarios racistas y los miles de migrantes centroamericanos quedaron varados en Tijuana, alojados en un complejo deportivo a la espera de que Estados Unidos procese sus solicitudes o que un descuido de los guardias de seguridad les permita escapar y saltar el muro fronterizo.

Al mismo tiempo, del otro lado del océano Atlántico, decenas de miles de personas siguen intentando cruzar el mar Mediterráneo para llegar a Europa. Atraviesan peligrosas rutas en las que se ven sometidos a la voluntad de traficantes de personas que ya están habituados a verlos morir de sed en el desierto, asfixiados en contenedores o ahogados. En el 2018 más de 3.341 personas murieron en las rutas migratorias de todo el mundo, 2.133 de ellas ahogadas en el Mediterráneo.

Ante los constantes naufragios de las embarcaciones sobrecargadas, las organizaciones humanitarias SOS Méditerranée y Médicos sin Fronteras se aliaron para realizar las misiones de rescate a bordo del barco Aquarius.

Sin embargo, luego de salvar a 30.000 personas de morir ahogadas, ambas ONG pusieron fin a la misión a principios de diciembre, cansadas de luchar contra las campañas de hostigamiento de varios Estados europeos, especialmente el italiano, para evitar que los migrantes desembarquen en su territorio.

En Europa, el rechazo al inmigrante ha ido en ascenso desde que a mediados del 2015 comenzó la última crisis migratoria, que alcanzó su pico máximo cuando la violencia en Siria expulsó de sus hogares a más de la mitad de la población.

Asimismo, en el sudeste asiático, la persecución contra la minoría musulmana rohingya obligó a más de 700.000 personas a huir de Myanmar, en lo que fue calificado por la ONU como “un auténtico genocidio”. Esta minoría, que comenzó su éxodo en agosto de 2018, ha vivido en Myanmar por generaciones, pero el gobierno afirma que son inmigrantes y les niega la ciudadanía. Por eso, el último intento de repatriarlos de los campamentos en la vecina Bangladesh fracasó cuando cientos de personas se negaron a regresar a su país sin que se resuelvan antes las cuestiones de fondo.

Mientras la ultraderecha en el mundo señala al inmigrante como el responsable de la crisis económica, la falta de empleo y el quiebre de las identidades nacionales; para la ONU, no existe sociedad que no crezca, se nutra y mejore con la inmigración. (Télam)


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