Murió Abelardo Castillo, el narrador absoluto

Novelista, cuentista y dramaturgo, falleció a los 82 años tras complicaciones posoperatorias. Es considerado uno de los escritores más relevantes de la literatura argentina en el siglo XX.

Abelardo Castillo, uno de los escritores más relevantes de la literatura argentina del siglo XX, que abordó todos los géneros literarios y dejó la huella de su compromiso social y político en revistas como “El escarabajo de oro”, “El ornitorrinco” y “El grillo de papel”, murió en la noche del lunes a los 82 años de una infección postoperatoria en la Ciudad de Buenos Aires, donde había nacido en 1935.

Maestro de escritores y eximio cuentista, pero también autor de novelas como “El que tiene sed” y “Crónica de un iniciado” y de obras de teatro como “Israfel”, había nacido en Buenos Aires el 27 de marzo de 1935, pero a los 11 años se trasladó con su familia a la ciudad bonaerense de San Pedro, que para él fue su “lugar afectivo” y donde vivió hasta los diecisiete años. En 1952 regresó a Buenos Aires.

La crueldad, el desafío, la competencia, la traición, la culpa típicas de la adolescencia son marcas recurrentes en sus cuentos, que comenzó a escribir en 1961 y reunió bajo los títulos “Las otras puertas”, “Cuentos crueles”, “Las panteras y el templo” y “El espejo que tiembla”, entre otros.

En sus historias, los personajes transitan por arrabales, casas, boliches, cuarteles, las calles de la ciudad o de pequeños pueblos de provincia, donde llegan, por lo general, a situaciones límite, y muchas veces parecen concurrir a una cita para dirimir un pleito con su propio destino.

“Siempre me han subyugado los tipos extremos, hablando estrictamente de la literatura. Pienso que a través de un personaje extremo, de una situación límite, uno encuentra una gran libertad para expresar lo que no piensa. Haciendo hablar a un tipo de personaje límite incluso se puede decir hasta lo que no se piensa, aquello que está en contra de las propias ideas”, dijo Castillo en una entrevista.

Otro tópico que aparecerá tanto en su obra de teatro “Israfel” (basada en la biografía de Edgar Allan Poe, uno de sus autores fetiche) como en el cuento “El cruce del Aqueronte”, y sobre todo en la novela “El que tiene sed”, será el alcoholismo, una adicción que lo aquejó muchos años de su vida y de la cual logró recuperarse.

“Durante años tomé mucho y en forma bastante consecuente como para saber, desde mí, que es el alcoholismo como locura o como impulso de muerte. Hace ocho o nueve años que no tomo una gota, pero he tomado en cantidad suficiente como para ahogar una ciudad más o menos del tamaño de San Pedro”, confesó en un reportaje.

La fatalidad de los sucesos que aborda su literatura hace recordar a Borges, otras de sus devociones, de quien toma a veces cierta entonación criolla y distante. En algunos cuentos, largos períodos apenas puntuados por la coma, aluden a la violencia, al vértigo de las imágenes, al vivir en tensión.

Tan decisivas para Castillo como las obras del autor de “Ficciones” resultaron también las producciones de Poe, Marcel Schwob, Fiodor Dostoievski, Malcom Lowry, Roberto Arlt, León Tolstói, Henry Miller y Jean Paul-Sartre. Castillo sintió también una gran admiración por Leopoldo Marechal. “Fue uno de los hombres que más quise, de una bondad extraordinaria”, llegó a manifestar en una de sus últimas entrevistas.

Su sólido compromiso con la realidad y la política, característico de la generación del 60, de la que fue uno de los nombres centrales, lo llevó a crear junto a otros escritores las revistas literarias “El grillo de papel” (1959-1960) que fue prohibida en 1960 por el gobierno de Arturo Frondizi; “El Escarabajo de Oro” (1961-1974), considerada por la crítica especializada como la más prestigiosa publicación literaria de la década; y “El Ornitorrinco” (1977-1986).

Castillo dictó durante los últimos cuarenta años, siempre en el living de su casa, el que tal vez fuera el más importante taller literario de Buenos Aires. De un oído extraordinario, una generosidad sin límites escondida detrás de una imagen severa, y una cultura de las más vastas que un escritor pueda tener, por su taller han pasado generaciones de cuentistas, y ha sido admirado y querido como un maestro por autores como Juan Forn, Rodrigo Fresán, Gonzalo Garcés, Pablo Ramos y Samanta Schweblin, entre muchísimos otros. Sus máximas sobre el cuento fueron recogidas en un libro de una pedagogía exquisita llamado “Ser escritor”.

Allí apuntaba: “Los novelistas y los editores creen que una novela es más importante que un cuento. No les creas. Sólo es más larga”. Y advertía luego: “Los cuentistas afirman que el cuento es el género más difícil. Tampoco les creas. Sólo es más corto. El cuento es difícil únicamente para aquellos que nunca deberían intentarlo. Para Poe era facilísimo, para (Julio) Cortázar, (Antón) Chéjov o (Ernest) Hemingway también”.

En enero de este año, en un reportaje publicado en el diario La Nación, el autor dejó testimonio de que, para él, toda literatura es autobiográfica. “Thomas Wolfe sostenía eso con vehemencia. No importa el asunto que trate. Y yo lo creo de verdad. Los cuentos de Borges nos cuentan mucho más de él que esa especie de autobiografía que escribió en inglés”.

En esa misma entrevista, Castillo ampliaba su idea: “Uno nunca recuerda bien y a veces lo hace con deliberada mala memoria. Es la diferencia entre las memorias y el diario. El diario uno lo escribe para olvidar. Escribe sobre algo reciente que le está pesando mucho y que se quiere sacar de encima. Por eso en general son tan dramáticos. Las memorias –salvo cierto tipo de confesiones como algunas de Tolstói, Rousseau o San Agustín– suelen ser bastante novelescas y mentirosas. En cambio todo texto literario de alguna manera es un hito en un mapa autobiográfico”.

“El cuento es difícil sólo para aquellos que nunca deberían intentarlo. Para Poe era facilísimo, para Cortázar, Chéjov o Hemingway también”.

“Durante años tomé mucho, y en forma bastante consecuente como para saber, desde mí, qué es el alcoholismo como locura o como impulso de muerte”.

Abelardo Castillo, sobre los cuentos y su alcoholismo.

Los libros, los premios

Entre muchísimos premios, Castillo recibió en 1993 el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de su obra, y en 1994 el Premio Konex de Platino. En el 2007 ganó el Premio Casa de las Américas de Narrativa por “El espejo que tiembla”.

Castillo publicó numerosos títulos, entre ellos “Las otras puertas”, “Cuentos crueles”, “Las panteras y el templo”, “El oficio de mentir” y “El evangelio según Van Hutten”.

Sus relatos han sido reunidos en el libro “Cuentos completos” y sus cuadernos personales en el tomo “Diarios 1954-1991”. En diciembre sacó “Del mundo que conocimos”, una selección personal de sus cuentos.

Datos

“El cuento es difícil sólo para aquellos que nunca deberían intentarlo. Para Poe era facilísimo, para Cortázar, Chéjov o Hemingway también”.
“Durante años tomé mucho, y en forma bastante consecuente como para saber, desde mí, qué es el alcoholismo como locura o como impulso de muerte”.

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