¿Nueva relación Colombia-Venezuela?

Las fronteras pueden ser, a veces, una suerte de salvavidas. Para Voltaire seguramente lo fueron desde que decidió vivir, por ratos, a corta distancia de la frontera que separa Francia de Suiza para, en caso de provocar reacciones adversas repentinas con sus punzantes escritos, poder buscar la protección del país vecino y preservar su libertad. Otras veces las fronteras pueden ser objeto de preocupación por su porosidad como sucede, por ejemplo, con las que separan Colombia de dos de sus vecinos: Ecuador y Venezuela. No obstante, en este caso particular en el que en el pasado han existido desencuentros, parecería haber adelantos. Las relaciones bilaterales de Colombia con los dos vecinos nombrados han mejorado notoriamente desde que Juan Manuel Santos asumió la presidencia de Colombia. Pero Venezuela es hoy un impresionante arsenal, con armas y equipos militares de última generación adquiridos a Rusia, Irán y Bielorrusia durante el gobierno de Hugo Chávez. Esto recuerda aquello de Dwight D. Eisenhower –que algo sabía de guerra y política– cuando en 1953 dijo: “cada arma que se fabrica, cada buque de guerra que se construye y cada misil que se dispara son de alguna manera un robo para aquellos que tienen hambre y no son alimentados, así como para quienes tienen frío y no son abrigados. Un mundo armado es mucho más que un gasto de dinero. Es un abuso del sudor de sus trabajadores, del genio de sus científicos y de las esperanzas de sus niños”. Venezuela tiene un gobierno autoritario. Patológico. Que divide todo entre “amigos” y “enemigos”. Que crispa constantemente. Que se alimenta con los resentimientos. Que parte del supuesto de que el “principio de no intervención en los asuntos internos de otros Estados” juega siempre en su favor pero jamás en su contra, como lo prueba la inolvidable “valija” de Antonini Wilson. Que tiene mucho en común con doctrinas vigentes en nuestro país, como aquella que destila de esa frase desgraciada de: “para los amigos todo, para los enemigos ni justicia”, que no es una innovación: desde ya 416 años antes de Cristo, cuando los atenienses saquearon y masacraron a Melos porque se había aliado con Esparta, existe un antecedente de este despropósito. Tucídides, que escribió “La Guerra del Peloponeso” para mostrar la degradación que las guerras generan en la moral, nos recuerda que cuando los habitantes de Melos procuraron negociar con los atenienses recibieron como respuesta: “Ustedes saben tan bien como nosotros que los derechos son algo que existe entre quienes tienen una relación de igualdad de poder, puesto que los fuertes hacen lo que quieren y los débiles sufren lo que les corresponde”. Es lo mismo. Pensando en Venezuela, cuyo gobierno presume de nacionalista –como suele ocurrir en las demagogias–, cabe recordar al monstruoso Adolfo Hitler cuando decía: “La efectividad de un auténtico líder nacional consiste en lograr que su pueblo no distraiga su atención y la fije en un enemigo común”. Por esto satanizar a Estados Unidos genera en nuestra región rédito político. No obstante, hay algunas cosas que parecen estar cambiando. Venezuela ahora patrulla su sector de frontera y cuando se topa con subversivos colombianos los aprisiona y devuelve a Colombia, sin prestarles de facto ningún santuario, como hasta no hace mucho tiempo ocurría. Hace algunos días, unidades del Ejército venezolano capturaron a dos guerrilleros colombianos en la zona fronteriza de Arauca. Ambos tenían heridas de bala, aunque estaban fuera de peligro. Serán deportados a Colombia. Por esto Juan Manuel Santos señaló, ya en enero pasado, que Venezuela está cumpliendo su palabra de no permitir la presencia de guerrilleros colombianos en su territorio. Todo un cambio aparente. Pero ocurre que el mismo día en que trascendió lo antes apuntado el Ejército colombiano se incautó, también en el departamento de Arauco, de un lote de uniformes de camuflaje. Llevaban la marca de una de las empresas militares venezolanas. Con ellos encontró una tonelada de anfo, un explosivo más letal que la propia dinamita, numerosos fusiles y 42.000 rondas de municiones. El material incautado estaba destinado a las FARC, informó el general Jaime Reyes, del Ejército colombiano. Lo que preocupa es que la duplicidad es una de las marcas registradas de los bolivarianos y lo antedicho parece ser evidencia de ese andar engañoso. No obstante, existe una mejoría relacional, aunque pueda quizás resultar más aparente que real. (*) Ex embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

EMILIO J. CÁRDENAS (*)


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