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Atrapados en la red

La tecnología permite que en países como China funcione un sistema de “crédito social” que sirve para premiar a los dóciles y castigar a quienes se animen a desviarse de las verdades oficiales.


Gracias al progreso vertiginoso de las comunicaciones, vivimos en una época en que casi todos estamos interconectados. Aún no tenemos dispositivos electrónicos implantados en nuestros cerebros, pero en decenas, tal vez centenares de millones de casos, sólo se trata de mover los que poseemos un par de pulgadas. Ya estamos acostumbrados a caminar por calles que están llenas de hombres y mujeres, por lo común jóvenes, que hablan, a través de un celular llevado a centímetros de la cara, con amigos o parientes que podrían estar a la vuelta de la próxima esquina o a miles de kilómetros de distancia sin que presten atención alguna a quienes están a su lado. Puede que los ubicuos artefactos electrónicos ayuden a acercarnos a algunas personas, pero también nos alejan de las demás.

El cambio provocado por la llegada del internet que, a partir de la década final del siglo pasado, en un lapso muy breve logró colonizar buena parte del planeta, ha sido tan reciente que aún no hay ningún consenso sobre lo que significa para el género humano.

Hay optimistas que juran creer que servirá para inaugurar una edad de oro universal, y pesimistas, alarmados por lo que podría hacer la Inteligencia Artificial, que prevén una de plomo dominada por tiranos.

Acaso la única certeza es que el impacto de la revolución que comenzó hace poco ya ha sido muy profundo y que, en los años venideros, tendrá muchas consecuencias disruptivas.

Algunas serán políticas: si tienen razón los impresionados por la influencia de las redes sociales que, tanto aquí como en el resto del mundo, han modificado drásticamente las fuentes de información de las que dependen para orientarse los jóvenes, es más que probable que el internet haya posibilitado la elección de Javier Milei y que en Estados Unidos haya contribuido al ascenso de su “amigo” Donald Trump, al ofrecerles a ambos una alternativa muy eficaz a los medios tradicionales que tendían a tratarlos con desdén.

Brecha generacional

No cabe duda de que la revolución tecnológica ha ampliado mucho la brecha que separa a las sucesivas generaciones.

Si bien es tradicional que los mayores se quejen de los jóvenes, sólo en regiones excepcionalmente convulsivas podían suponer que a sus descendientes les esperaría un futuro muy diferente del pasado propio.

Sin embargo, el mundo en que viven quienes nacieron rodeados de pantallas que les obedecían ya es radicalmente distinto del conocido por sus mayores que, para satisfacción de las grandes empresas tecnológicas, por miedo a parecer anticuados optaron por tratarlo como algo natural.

Durante miles de años, era normal que los padres y otros adultos del vecindario monopolizaran la instrucción de los jóvenes hasta que fueran capaces de independizarse, pero aquellos tiempos ya se han ido.

Hoy en día, incluso los preadolescentes pueden tener celulares, tabletas y laptops que los ponen en contacto con una realidad que es radicalmente ajena a la de su familia, cuyos integrantes suelen no saber nada de quienes están comunicándose con sus hijos o hijas y, a veces, tentándolos a cometer delitos.

Algunas restricciones

Un tanto tardíamente, diversos gobiernos, presionados por parientes preocupados por lo que está ocurriendo, han tomado conciencia de los peligros así supuestos.

Están impulsando legislación para impedir que las empresas tecnológicas sigan apoderándose de mentes juveniles.

En el Reino Unido, el del primer ministro Rishi Sunak podría prohibir la venta de teléfonos “inteligentes” a quienes tienen menos de 16 años.

En Francia, el presidente Emmanuel Macron no quiere que hasta cumplir 18 años los franceses tengan acceso a TikTok e Instagram. Mientras tanto, en Estados Unidos, legisladores demócratas y republicanos acusan a los dueños fabulosamente ricos de los gigantes tecnológicos de corromper a los jóvenes con sus productos.

China: control total

Tales intervenciones podrían considerarse benignas, pero no lo son en absoluto las de dictaduras como la encabezada por Xi Jinping que ven en el internet un arma ideológica sumamente poderosa que, bien manejada, podrían usar para manipular a la población.

En China ya funciona un sistema de “crédito social” que sirve para premiar a los dóciles, sobre todo a los empresarios, y castigar a quienes se animen a desviarse de las verdades oficiales de turno.

Al aumentar el poder de Pekín, los jerarcas del Partido Comunista estarán más que dispuestos a emplear variantes del esquema en otras partes del mundo, lo que, como no pudo ser de otra manera, ha motivado mucha alarma en las capitales occidentales en que la voluntad de los empresarios de sacar provecho de los vínculos comerciales con China se ve acompañada por el temor a ser perjudicados por criticar la conducta tanto interna como externa de un régimen despiadado.


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