Debemos participar del relato nacional de la ciencia oceánica

No podemos conformarnos con ser espectadores de nuestra propia riqueza oceánica desde la ventana tecnológica de otros y que ésta qude en manos ajenas.

Mientras el buque RV Falkor Too se desplaza a 500 km frente a la costa de Viedma, el equipo científico argentino revive el acto simbólico de mirar hacia lo desconocido: hacia el lecho marino. Pero esta aventura al descubrimiento de nuestro mar, aunque fascinante, está cargada de preguntas más profundas que las imágenes submarinas.

La exploración de los cañones Bahía Blanca y Almirante Brown representa una oportunidad sin precedentes para nuestra región: ver con ojos científicos, críticos, lo que yace bajo las aguas patagónicas, participar del relato nacional de la ciencia oceánica. Y no solo se trata de imágenes espectaculares: en estas profundidades podrían revelarse arrecifes de corales de aguas frías, colonias de esponjas, amarillines, estrellas marinas de fisonomia particular, moluscos y crustáceos, todos ellos inéditos para la ciencia local, peces de valor ecológico y comercial, e incluso microorganismos cuya huella genética ayuda a entender el ciclo del carbono. Cada hallazgo no es un simple catálogo de especies, sino una ventana a procesos que conectan la plataforma continental, nuestro mar con el océano abierto y que pueden redefinir nuestro modo de pensar la Argentina.

Pero también abre interrogantes: ¿qué papel jugará la ciencia argentina en el desarrollo del mar? ¿Quién manejará los datos y las muestras? ¿Cuánto dependemos de tecnología externa? ¿Dónde está el Estado en un país que es bi-continental y que tiene más territorio marítimo que terrestre? No podemos conformarnos con ser espectadores de nuestra propia riqueza oceánica desde la ventana tecnológica de otros. El riesgo es que el conocimiento generado —imágenes, datos, incluso muestras biológicas— quede en manos ajenas, reproduciendo lógicas coloniales de exploración científica. Si la Argentina es bi-continental, no puede permitirse ser mono-dependiente de buques y equipos extranjeros para conocer su propio mar.

Si se diseña con visión estratégica, esta campaña podría convertirse en un punto de inflexión: sumar capacidades al sistema argentino, producir conocimiento estratégico para pesca y conservación, fortalecer vínculos entre la ciencia nacional y el territorio patagónico. Para eso se requiere voluntad política, transparencia, gobernanza y participación local. Como suele decirse, no se puede manejar lo que no se ha estudiado, no se puede organizar lo que no se entiende, no se puede amar lo que no se conoce.

Bajo un contexto donde la ciencia se ha borrado de la agenda política, y se ha llegado a desfinanciar al sistema científico como nunca en la historia desde que se creó, y los sueldos de los investigadores están en niveles “abisales”, la exploración del fondo marino argentino es un hito científico y simbólico para el país.

El desafío verdadero no es solo descubrir lo desconocido, sino asegurar que el conocimiento que emerja sea parte del patrimonio científico nacional y contribuya a políticas públicas, que no quede como ‘cortesía tecnológica’ de organismos externos.

La ciencia que necesitamos no es la que registra para otros, sino la que nos permite decidir sobre nuestro propio mar, sus recursos y su cuidado, cosa que hacían políticas públicas como “Pampa Azul”. Como han señalado investigadores como Juan Emilio Sala, estas campañas no pueden entenderse como simples aventuras tecnológicas: detrás hay una disputa simbólica sobre quién define los proyectos, quién explora y quién se apropia del conocimiento. El verdadero sentido de esta campaña será medible no solo por las especies que se descubran, sino por la capacidad del país de apropiarse de ese conocimiento, de integrarlo en sus universidades, en sus políticas de conservación y en la conciencia ciudadana. De lo contrario, habremos iluminado las profundidades para que otros las cuenten.


Mientras el buque RV Falkor Too se desplaza a 500 km frente a la costa de Viedma, el equipo científico argentino revive el acto simbólico de mirar hacia lo desconocido: hacia el lecho marino. Pero esta aventura al descubrimiento de nuestro mar, aunque fascinante, está cargada de preguntas más profundas que las imágenes submarinas.

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