Democracia argentina, debilidad o decepción


Frente a las vísperas de cuatro décadas de recuperación de la democracia, no podemos dejar pasar por alto el déficit mayúsculo en términos de calidad, transparencia y productividad democráticas, al menos contrastando por caso, la eficacia, eficiencia y honorabilidad comprobada durante la presidencia de Arturo Illia con la dilución y desilusión posterior, si de vigor, intensidad y satisfacciones democráticas, se trata.

Tal contrastación se refleja básica y nítidamente en números e índices oficiales, lo cual la torna irrefutable. En efecto, tanto en términos de políticas educativas como sanitarias y de medicamentos, de nutrición, de ocupación, trabajo y salarios, de política exterior (En su trunca presidencia un 16 de diciembre de 1965 en las Naciones Unidas se aprobó la resolución 2065 de la Asamblea General que reconoció la existencia de una disputa de soberanía entre el Reino Unido y la Argentina en torno a las Islas Malvinas); deuda externa, política petrolera, inflación, etc.

La originaria democracia griega se concebía y ejercía de forma cooperativa directa, sin intermediarios ni espurios fines de lucros, abordando democráticamente aspectos de la soberanía popular como elegir, deliberar, votar y revocar funcionarios. En Grecia los individuos estaban sometidos -permanente e inmediatamente- al conjunto del pueblo.

Hace más de dos mil años, el poder político se entendía como servicio a la comunidad, como una virtud cívica y una carga pública con el sabio aditamento: “alternancia”

Los funcionarios públicos debían “afianzarse personal y patrimonialmente” antes de ocupar el cargo y después de ejercer el mismo. Someterse al juicio de residencia en el derecho castellano o al del derecho indiano que se aplicaba en la América española. El mismo consistía precisamente en que al finalizar el desempeño del funcionario público -en todos los niveles y jerarquías- sus actuaciones se supeditaban a revisión en tanto se escuchaban eventuales cargos, reclamos o denuncias de ciudadanos en su contra.

Ante inédita deuda democrática vernácula, (corrupción, privilegios y privilegiados, narcotráfico, impunidad), democracia con la que ya no se cura, no se educa, no se alimenta, no se trabaja, no estamos seguros ni todos disponemos de servicios públicos esenciales (luz, agua, cloacas, gas natural, transporte); este breve vistazo histórico revela simple pero claramente algunas prácticas democráticas, que sin más procrastinar, sería deseable con toda premura reinventar y aplicar digitalmente, si verdaderamente queremos defender, repotenciar y refuncionalizar nuestra enclenque democracia, sin claudicar en el intento ni repetir fallidas promesas políticas multicolores ya que por ahora, no se visualizan opciones nuevas, fuertes y claras.

A propósito de esto último, la fragmentación actual de las dos expresiones políticas mayoritarias, sus indisimulables discrepancias internas, sus graves diferencias y una recíproca subespecie de obsesión con el pasado, revelan una marcada incompetencia para generar un creíble proyecto de futuro. Ello explica y predice incrementos en términos de descontento social y absentismo electoral.

Finalmente, como concluye Nicolás Freibrun, “La debilidad en la capacidad política de los gobiernos, y por lo tanto de las instituciones estatales, se encuentra en una encrucijada entre revitalizar la promesa democrática o ceder a su decepción”

* Experto en Cooperativismo de la Coneau.


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