En vísperas de un viraje turbulento


Sindicalistas, cabecillas piqueteros y empresarios prebendarios, “expertos en mercados regulados” que a través de los años han proliferado y esperan continuar contando con el beneplácito de las autoridades


De estar en lo cierto aquellas empresas que se dedican a sondear la opinión pública, ninguna agrupación política cuenta con el apoyo seguro de más del 35 por ciento del electorado y, para colmo, las dos más importantes, la peronista del Frente de Todos y la PRO-UCR-CC y su pata peronista de Juntos por el Cambio, están atormentadas por disputas internas virulentas.

Dicho de otro modo, aquí el poder está tan fragmentado que, si tienen razón los muchos que insisten en que para aplicar un programa racional de cualquier signo, el próximo gobierno necesitará verse respaldado por una mayoría sustancial, a los que sucedan a los kirchneristas les será sumamente difícil impedir que la economía se hunda en una crisis que sea aún más devastadora que la actual que, antes de diciembre, podría haber adquirido dimensiones espeluznantes por ser tan débil y vacilante el equipo conformado por Alberto Fernández, Sergio Massa y, si bien quisiera alejarse del escenario, Cristina Fernández de Kirchner.

Puede entenderse, pues, el desconcierto que impera en el país. Nadie está a cargo y pocos realmente creen que un gobierno con autoridad pueda surgir del confuso proceso electoral.

Mientras que los políticos profesionales siguen obsesionados por las internas de “los espacios” que ocupan, los demás se preguntan qué se proponen hacer para corregir las distorsiones más graves que están generando pobreza, para entonces emprender un camino que, después de mucho esfuerzo, permita al país dar comienzo a la eventual recuperación con que todos – salvo, es de suponer, los partidarios del pobrismo – dicen soñar.

No cabe duda de que, pase lo que pasare en los meses que nos separan de las elecciones definitivas, hasta que se haya restaurado un mínimo de estabilidad económica habrá más perdedores que ganadores en el país.

También habrá más en la fase inicial de la gestión del gobierno que, según el calendario constitucional, tendría que asumir el 10 de diciembre.

Puesto que a nadie se le ocurriría comprometerse a mantener las cosas como las encuentre el día en que cumplirá 40 años el renacimiento de la democracia, es de prever que quienes conformen dicho gobierno estén decididos a llevar a cabo un ambicioso programa de reformas estructurales.

Ganadores y perdedores


En buena lógica, convendría que entre los perdedores abundaran aquellos que se han visto beneficiados por el modelo corporativista que ha improvisado una larga serie de gobiernos de mentalidad similar desde inicios del siglo pasado pero, por desgracia, se trata de los más capaces de defenderse contra los intentos de privarlos de sus “conquistas”.

Aunque ha sido evidente desde hace muchas décadas que el modelo es disfuncional – varias generaciones de golpistas militares justificaron la toma de poder aludiendo a sus defectos innegables -, ningún gobierno, con la parcial y pasajera excepción de aquel de Carlos Menem, logró consignarlo al basurero de la historia, ya que todos los intentos en tal sentido chocaron contra la resistencia furibunda de quienes sabían aprovechar las oportunidades para lucrar que les brindaba el orden tradicional y temían no poder hacerlo en otro más competitivo.

Además de los políticos mismos y una multitud de personajes que dependen de ellos, hay sindicalistas, cabecillas piqueteros y empresarios prebendarios, estos “expertos en mercados regulados” que a través de los años han proliferado y esperan continuar contando con el beneplácito de las autoridades de turno. Y para suministrarles argumentos a primera vista convincentes, está un pequeño ejército de “intelectuales” y “artistas” que se imaginan progresistas.

Si bien es legítimo sostener que, a la larga, virtualmente todos estos hombres y mujeres que, por cierto, tienen sus motivos para oponerse al desmantelamiento del modelo existente, vivirían mejor si el país adoptara uno que resultara ser compatible con el desarrollo, los más preferirán privilegiar el corto plazo y por lo tanto se esforzarán por frustrar cualquier programa de reformas que podría perjudicarlos en el corto plazo, acusando a los funcionarios que aspiraran a mejorar el desempeño económico del país de haberse vendido al “neoliberalismo” ultraderechista.

¿Habrá ganadores que, desde el primer día de una administración reformista, estarían dispuestos a solidarizarse con un gobierno que se afirmara resuelto a favorecerlos?

En vista de que sería poco probable que muchos empresarios del sector privado productivo o del campo, para no hablar de miembros de la clase media venida a menos, obtuvieran beneficios inmediatos, si la economía no reacciona positivamente enseguida, no sorprendería que ellos también se sintieran víctimas de una estafa gigantesca y agregaran sus voces a las protestas.


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