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Día de la Música: sabores y otros bemoles

Redacción

Por DANTE MOROSANI (*)

Además de sus célebres partituras o canciones, genios de las artes musicales sorprenden por alguna impronta gastronómica. Otros matices de idénticos protagonistas, cautivan por lo que significan o por el grado de curiosidad.
En la apertura testimonial de este nuevo encuentro con el lector, nunca será suficiente recordar que la música establece un vínculo entre todos los pueblos del mundo, más allá de ideologías políticas, religiones, razas. Sea clásica o moderna, y se exprese a través de cualquier ritmo que llegue al sentimiento popular, el arte de los sonidos es el gran conductor de la confraternidad. Al paso de los tiempos, los grandes creadores permanecen vigentes en el recuerdo y en el gusto de las generaciones, como un misterioso fenómeno de perpetuidad.

Efecto paliativo

Un día la directora de orquesta Patricia Pouchulu tuvo una iluminación musical. Su madre padecía el mal de Alzheimer, la enfermedad caracterizada por la pérdida de memoria y de ilación de los sucesos de la realidad. “Ese día le lleve auriculares y le puse la sinfonía Pastoral, de Beethoven. Yo había dirigido esa obra y la tenía en el grabador. De repente mi madre abrió los ojos, después me miró y sonrió. Y empezó a mover las manos. Ahí pensé: “Tengo que hacer algo con esto”

Se considera que al estimular determinadas áreas del cerebro, la música tendría un efecto paliativo sobre una enfermedad que provoca el deterioro de funciones mentales. Como una receta magistral, melodías y armonías incentivan las capacidades cognitivas.
El ingeniero canadiense Eugene Canby, en Winfleet, Ontario, hizo ejecutar música de Johann Sebastian Bach en una parcela de trigo, unas horas por día. El resultado fue un 60% mayor que la de las parcelas que no disfrutaron del compositor alemán.

Con el jazz sucede algo similar. En 1960, el botánico e investigador de Illinois, George Smith, generó rápidos crecimientos en parcelas de maíz, estimulando al cereal con “Prelude in Blue”, de George Gershwin. Otra de las pruebas fue la de la concertista Dorothy Retallack, que sobre un sembradío de petunias, cinias y caléndulas, comparó los estímulos de preludios corales de Bach con ragas del músico brahmán bengalí Ravi Shankar con rock de Led Zeppelin y Jimi Hendrix. Los resultados registraron que las plantas manifestaban sus preferencias por Bach inclinándose hasta un 35° hacia los parlantes, fuente de emisión de la música.

¡Oh, la superstición!

El compositor francés Jules Massenet, nacido en 1842 y fallecido en París en 1912, autor entre otras obras de las óperas “Manon” y “Werther”, era tan supersticioso que jamás firmó sus partituras con el nombre completo, consecuencia de reunir trece letras. Y cuando llegaba a la hoja 13 de sus trabajos, la identificaba como 12 bis.
Curiosamente murió un 13 de agosto. La suma de los dígitos del año de su fallecimiento da 13.

Serpientes hechizadas

Harto conocido es el ejemplo de las serpientes, que se dejan hechizar por melodías de flauta. Pueden volverse inofensivas e, incluso, ondulan mansamente al compás de la música.
En el caso de los humanos, la eficacia de la música depende, evidentemente, del grado de los hábitos, sensibilidad y cultura del oyente. Así, se puede hablar de gustos y preferencias personales, pero el mecanismo básico de reacciones tal vez no sea diferente al de los animales.

Música con gusto

Como un “disco en bandeja”, la oportunidad de invitar al lector con canelones, la Csope Melba o la torta Mozart. Aunque los más famosos sean los canelones rellenos con pollo, jamón, paté de foie y gratinados con salsa blanca- los tournedós a la Rossini también ganaron popularidad. Parece que el compositor italiano era fanático del bife de lomo bien grueso asado a punto y servido con una rodaja de paté y una trufa negra. Del genial Joaquín Antonio Rossini recordamos las óperas “El barbero de Sevilla”, “Guillermo Tell” y “La gazza ladra”, entre sus grandes obras.


El reconocido postre Copa Melba fue creación del chef August Escoffier, para el restaurante del Hotel Savoy de Londres. Corría 1892, y el cocinero –tal vez el número uno del mundo- inventó una copa compuesta de helado de vainilla, duraznos en almíbar y salsa de frambuesas, para homenajear a la diva del canto Nelly Melba. Dicen que se la presentó en una compotera de plata y con un cisne tallado en hielo. El verdadero nombre de esta cantante era Elena Poster Mitchell de Armstrong.
En uno de los famosos cafés de Viena, el Schawarzennberg, ganó prestigio la Torta Mozart que se prepara con un bizcochuelo liviano de chocolate. Se corta en capas y se rellena con crema al chocolate y dulce de frutillas. Se baña con chocolate cobertura y se decora con un enrejado de fondant blanco. El genial Amadeus Mozart, inmortalizado por un vastísimo repertorio –“La flauta mágica”, “Las bodas de Fígaro”, sonatas, sinfonías, etc.- era muy afecto a la “ patisserie” , goloso y vehemente a la hora de los dulces.

Homónimos de honor

A propósito de los ilustres apellidos de un gran número de compositores de música, los dos tomos de la Guía Telefónica porteña y su red de abonados particulares, propone a través de su última edición, encontrarse con apellidos que “suenan” emparentados con la historia de la música. Figuran 84 Paganini, 72 Wagner, 43 Bach, 39 Strauss, 36 Verdi, 9 Vivaldi, 6 Mendelssohn , 2 Debussy. Llama la atención que aparecen también 5 Gardel, pero ninguno Carlos.


El hallazgo precedente nos impulsó a revisar, de mínima, la nómina de abonados de la última guía correspondiente a las capitales de Neuquén y Río Negro: nos encontramos con 3 Wagner, 2 Paganini y 1 Strauss en la primera ciudad, y 2 Wagner y 1 Verdi entre los rionegrinos.
Hoy es el día de Santa Cecilia, patrona de la música. Una tradición pictórica la representa rodeada de laúdes y rabeles.
Congratulaciones y premio a todos aquellos que en torno al culto de la música -creadores, intérpretes y docentes- son forjadores de sonidos.

(*) Locutor y periodista


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