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El capitalismo es un sistema muy exigente

En Argentina, muchos no podrán desempeñar los “empleos de calidad” de los que se habla, porque no sabrán descifrar las instrucciones que deberían dominar antes de ponerse a trabajar.


Está consolidándose el consenso de que el fracaso calamitoso del “modelo” populista significa que a la Argentina no le queda más alternativa que la de reemplazarlo por uno que sea netamente capitalista, de ahí el triunfo electoral de Javier Milei. Si bien hacerlo no será nada fácil, ya que los beneficiados por el sistema aún existente están resueltos a prolongar el statu quo, parecería que hasta Cristina entiende que hay que cambiar muchas cosas, entre ellas el arcaico régimen laboral que sus amigos de la CGT han sacralizado.

En el corto plazo, la marcha de la economía dependerá del gobierno nacional, pero una vez ordenadas las variables financieras, estará en manos de la gente. ¿Estará la población, golpeada brutalmente como ha sido por un nuevo huracán inflacionario, y desanimada por el letargo del sector manufacturero, en condiciones de aportar a la competitividad de una economía liberal?

No se trata de un tema menor. Sigue aumentando el número de “nuevos pobres”, de personas que, luego de acostumbrarse a considerarse integrantes de la clase media o de la clase trabajadora solvente, han visto mermar tanto su poder de compra que se encuentran al borde de la indigencia.

Conforme a las estadísticas más recientes, el “57,4” por ciento de la población ya se halla por debajo de la línea de pobreza; todo hace prever que en los meses próximos haya muchos más.

¿Cuántos estarán en condiciones de aprovechar las oportunidades que plantearía una eventual recuperación macroeconómica?

Aunque algunos, tal vez la mitad, tendrán las aptitudes y conocimientos que necesitarían para prosperar, los llamados “pobres estructurales” que, por lo común, son analfabetos funcionales, nunca lograrán hacerlo. Mal que les pese a los discípulos de pensadores libertarios que quieren que todos se acostumbren a valerse por sí mismos, muchos serán incapaces de sobrevivir sin subsidios estatales.

Es habitual atribuir las deficiencias culturales de tales personas a la falta de “justicia social” que, por desgracia, parece haber sido propia de todas las comunidades registradas por la historia, o a la incapacidad de los gobiernos de turno de concebir e instrumentar políticas educativas tan eficientes como las que una vez hizo de la Argentina un país líder en la materia.

¿Hay interés por aprender?


Dicho de otro modo, la ignorancia de quienes se ven rezagados será culpa de “la casta”.

¿Están en lo cierto quienes piensan así y propenden a sugerir que, si se gastara mucho más en educación, los problemas se solucionarían?

Aunque la idea de que en el fondo todo lo malo se debe a la inoperancia de una larga serie de gobernantes tiene su atractivo, también convendría tomar en cuenta el escaso interés de muchos jóvenes en aprender.

Mientras que en algunas sociedades, sobre todo las de Asia Oriental y, hasta cierto punto, las del norte de Europa, se ha conservado la convicción de que el destino de cada uno dependerá en buena medida de sus propios esfuerzos en el colegio primero y la universidad después, aquí demasiados parecen creer que lo que más importa es la suerte o la ayuda de alguien poderoso, además, claro está, de lo que hagan los políticos.

El rol de la tecnología


Aún más perniciosa, si cabe, que la actitud de tantos jóvenes, ha sido la proliferación de medios electrónicos audiovisuales. En teoría, sirven para difundir conocimientos: hoy en día, cualquiera tiene acceso a más información que la que tuvieron los eruditos más diligentes del pasado. Es por tal razón que muchos gobiernos pronto llegaron a la conclusión de que llenar las escuelas de computadoras no tardaría en brindar resultados muy positivos.

Sin embargo, en la práctica tales adminículos propenden a aislar a las personas, confinándolas en grupos cerrados de amigos o, a lo mejor, de quienes quieren las mismas cosas, y distraerlas de lo que les convendría aprender.

No sorprende, pues, que para alarma de los preocupados por lo que está sucediendo, se haya detectado una caída llamativa de la capacidad para entender textos escritos de los jóvenes de la mayoría de los países, incluyendo, desde luego, a la Argentina, que no podrán desempeñar aquellos “empleos de calidad” de que muchos hablan porque no sabrán descifrar los manuales de instrucciones que deberían dominar antes de ponerse a trabajar.

Con frecuencia, nos informan que el futuro de los distintos países se verá determinado por la calidad educativa de la población porque el capital humano importa más que los recursos naturales.

De ser así, el que más de la mitad de la población ya se haya hundido en la pobreza que, en las sociedades occidentales por lo menos, suele tener un impacto muy negativo en el ámbito educativo, plantea un gran desafío a quienes sueñan con una Argentina pujante.


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