El caso Lía Thomas y la distorsión del debate deportivo
La exclusión absoluta de atletas trans, sin evaluar las condiciones particulares de transición, nivel hormonal, tiempo de tratamiento o ventajas remanentes, es tan arbitraria como lo sería su inclusión irrestricta.

La reciente resolución —supuestamente definitiva— del caso Lía Thomas, en la que se revocan sus títulos universitarios y se anuncia la exclusión total de atletas transgénero de las competencias femeninas por parte de la Universidad de Pensilvania, podría leerse como una victoria de la racionalidad deportiva. Pero no lo es. Lo que ha triunfado no es la ciencia, ni el derecho, ni la prudencia. Lo que ha vencido es el pragmatismo político más crudo, ese que responde a conveniencias momentáneas.
Según revelan Associated Press y ESPN, la nadadora trans Lía Thomas fue despojada de los títulos de natación que logró, como parte de un acuerdo entre UPenn y la administración de Donald Trump.
Así se modificaron tres récords escolares establecidos por la deportista y se anunció que se disculparía con las atletas femeninas «desfavorecidas» por su participación en el equipo femenino de natación, como parte de la resolución de un caso federal de derechos civiles.
En este caso, la universidad —bajo presiones políticas y económicas— ha actuado por temor, no por convicción. Congelar fondos federales y esgrimir amenazas de violaciones a derechos civiles es un ejemplo claro de cómo los derechos pueden ser instrumentalizados ,cuando el objetivo real es marcar una posición ideológica.
Cuando una Universidad cede a la presión de un gobierno que amenaza con sanciones económicas, la resolución deja de ser un acto racional para convertirse en una medida coyuntural. Una rendición táctica ante una coerción política.
Como parte del acuerdo, la Universidad también debe anunciar que “no permitirá que los hombres compitan en programas deportivos femeninos” y adoptar definiciones “basadas en la biología” de masculino y femenino.
He señalado en más de una oportunidad , sobre la necesidad de analizar con objetividad y base científica el ingreso de personas trans a la competencia deportiva. No basta con esgrimir la identidad de género como carta blanca para competir en cualquier categoría, así como tampoco es justo negar derechos sin una evaluación rigurosa de las condiciones físicas, fisiológicas y legales.
No se trata de defender a Thomas, ni de condenarla. ¿Dónde está el estudio técnico que respalde la decisión? ¿Dónde están los expertos que evaluaron si existía o no una ventaja biológica residual tras el tratamiento hormonal?
La biología no puede ser ignorada. Como he señalado antes, la diferencia en el rendimiento entre varones y mujeres postpuberales no es anecdótica: hablamos de márgenes promedio del 8 al 14% en disciplinas como la natación, el atletismo y los deportes de fuerza. Estas diferencias son el resultado directo de la acción de la testosterona en el desarrollo óseo, muscular y metabólico, y no se eliminan completamente con tratamientos hormonales.
La literatura científica—Wilmore, Costill, Guyton, Laubach, Masabeu, entre otros— deja en evidencia que las diferencias morfológicas y fisiológicas no desaparecen con la sola supresión hormonal. La fuerza global de una mujer es, en promedio, dos tercios la de un varón. En pruebas como el salto, la extensión de brazos o la velocidad, la evolución de rendimiento es notoriamente diferente según el sexo biológico.
Pero si todos estos datos están disponibles, y si el debate ya cuenta con base sólida para discutir caso por caso con razonabilidad ¿por qué entonces no recurrir a la racionalidad científica?
La exclusión absoluta de atletas trans, sin evaluar las condiciones particulares de transición, nivel hormonal, tiempo de tratamiento o ventajas remanentes, es tan arbitraria como lo sería su inclusión irrestricta.
No es razonable ni justo aplicar una definición binaria del sexo como único criterio de admisión, pero tampoco lo es ignorar las diferencias naturales entre cuerpos que se han desarrollado bajo contextos hormonales distintos.
Así como por ley, el derecho de quien decide libremente su género debe ser resguardado, ello debe ser sopesado con los derechos de los demás participantes a competir en condiciones equitativas. En este caso, el de las mujeres biológicamente nacidas como tales, que se han preparado y esforzado para competir en un pie de igualdad.
Solo así podremos salir del atolladero actual y devolverle al deporte su valor esencial: la competencia leal entre pares, con reglas claras para todos.
*Abogado, Profesor Nacional de Educación Física, Docente Universitario. angrimanmarcelo@gmail.com

La reciente resolución —supuestamente definitiva— del caso Lía Thomas, en la que se revocan sus títulos universitarios y se anuncia la exclusión total de atletas transgénero de las competencias femeninas por parte de la Universidad de Pensilvania, podría leerse como una victoria de la racionalidad deportiva. Pero no lo es. Lo que ha triunfado no es la ciencia, ni el derecho, ni la prudencia. Lo que ha vencido es el pragmatismo político más crudo, ese que responde a conveniencias momentáneas.
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