El dengue se baila

En el día de Santa Cecilia, patrona universal de la música, curioso entramado de arte, medicina, y hasta una epidemia renuente. En mayor proporción y circunstancia, es un mensaje que muestra la exaltación de las virtudes humanas, asegurando sentido racional a la vida.

Por Dante Morosani

En la obstinada preocupación por la búsqueda de información precisa relacionada con el arte de los sonidos, llamativamente toma lugar un vocablo como dengue, poseedor de más de una decena de acepciones, las que corresponden al lenguaje de países de nuestro continente y Europa. Luego, las sorprendentes “picaduras” que hacen roncha en la piel del tango. Después, como cierre, el rol afectivo, puente entre la sociedad y los profesionales de la salud, con aristas casi inesperadas para el común de los mortales.

Seguramente que el “furor creativo” al que nos estamos aproximando, encontró terreno fértil en la adversidad por las epidemias de dengue que se produjeron durante la primera mitad del siglo XX. En 1905 (Chaco), en 1911 (Corrientes) y 1916 (Entre Ríos). Las consecuencias de la citada enfermedad febril, caló profundamente en el sentimiento de todo el país.

A esta altura de introducción general al tema que nos ocupa, es improbable poder ordenar correctamente las distintas piezas, en razón de matices tan disímiles, pero el argumento en juego, justifica ampliamente seguir adelante.

El origen de la palabra dengue, a estar de la enciclopedia del idioma, surge simplemente como una creación expresiva, luego equivalente a “planta herbácea”, “esclavina de paño”, “melindre mujeril”, “torta de aceite”, “resfriado, catarro”, “contoneo rítmico”, este último habitual en el repertorio de música popular de Argentina, Ecuador, México y Colombia. En el país cafetero, el ídolo local creador del mambo, Dámaso Pérez Prado, dio rienda suelta al ritmo poseedor del nombre del virus, creando a comienzos de la década del sesenta las composiciones “El dengue del tartamudo”, “del universitario”, “del poli”, “del bombero” y “El dengue del amor”.

Con anterioridad, en la Argentina , “el mosquito transmisor” encontraba a través del tango un elevado grado de empatía, dando lugar a una serie de iniciativas que derivan en una feliz conclusión: no hay en el mundo otro folklore que haya generado una amistad tan firme entre el tango argentino y la medicina, como el que se plantea a partir del rigor del dengue -el enemigo a vencer- con la “complicidad” de músicos y médicos. Así las cosas, personalmente elijo parafrasear un segmento de los versos de un tango alegato del gran Enrique Santos Discépolo: “El dengue fue y será una porquería, ya lo sé. En el quinientos seis y en el dos mil, también…”

Estadísticamente, es una sorpresa gratificante el número de composiciones musicales dedicadas a médicos, hospitales, técnicas de diagnóstico y hasta productos medicinales, incluyendo aquellos que equivalen al reconocimiento por una atención sin cargo, un tratamiento exitoso o una operación.

El rescate, a propósito del título y texto complementario al inicio de la presente nota, es formulado –entre otros motivos- a la vista de la descripción inserta en una carta pública, aparecida hace 17 años en un medio nacional , firmada por el médico Luis Alposta: “Hubo una época en la que era frecuente que nuestros músicos le dedicasen tangos a los médicos como testimonio de gratitud y amistad. Y no sólo a los médicos. También se ocuparon de los practicantes, de los boticarios, de los remedios, de los hospitales. Recordemos tan sólo los titulados “Rawson” y “Clínicas”. Si hasta algunas patologías han tenido su tango, y entre ellas, la preferida parece haber sido el dengue. Como ejemplo, los que fueron escritos en las primeras décadas del siglo pasado: “El Dengue”, tango de Gerardo Metallo; un tango milonga de idéntico título, autor Miguel F. Alfieri, dedicado al personal técnico del Sanatorio Central de Buenos Aires, y un tercero, también con el nombre de la epidemia, autoría de Vicente Demarco y del doctor Arnoldo Yódice”.

En cuanto a la cita de “Rawson”, el tango de Eduardo Arolas, fue dedicado por el autor a los médicos Pedro Sauré, Juan Carlos Aramburu y Cleto Santa Coloma, pertenecientes a dicho establecimiento sanitario. Agregamos que en compás ciudadano, en 1917, el compositor José Martínez se anotó en Sadaic con el título “El termómetro”, homenaje a la invención del referido instrumento. Respecto del “El internado”, es una composición que el inolvidable Francisco Canaro, en su época de oro, dedicó a la comunidad médica en ocasión de celebrarse el Día de la Primavera.

Bruno Cespi, enorme difusor de nuestra cultura popular, inveterado promotor de la danza del 2×4, que falleciera en 2011, en una entrevista de hace 27 años se jacta de registrar en su notable colección de partituras, títulos que de mínima podríamos calificar de “sanitarios”. Aparte de los que señalamos en texto anterior, son los bautizados como “Amoníaco”, “Anatomía”, “Aquí se vacuna”, “Bicarbonato”, “Bicloruro”, “Caso grave”, “Clínicas”, “Cloroformo”, “Cuidado con los rayos X”, “Cura segura”, “Dolor de muela”, “El anatomista”, “El bacilo”, “El bisturí”, “El galeno”, “El oculista”, “El resfriao”, “El vacunador”, “Histérico”, “La consulta”, “La fractura”, “La gripe”, “La muela careada”, “Mano Santa”, “Medicina”, “Muñiz”, “Patológico”, “Púrguese”, “Revista médica”, “Sal inglesa”, “Sala 8”, y otros más en la misma línea o igualmente insólitos.

La dimensión sonora del presente mensaje en el Día de la Música, es posible que no sea la más adecuada, ni tenga el vuelo que la jornada merece, pero ocurre que hasta el dengue (o mejor dicho el mosquito) “metió la cola”. Y crease o no –insólitamente- la epidemia también logró un lugar en el pentagrama. No obstante, una vez más, es la mejor ocasión para enviar a todos los protagonistas, compositores e intérpretes, las más encendidas congratulaciones, porque son ustedes los que aseguran la vida de un idioma, la perennidad de un goce inolvidable. Sólo ustedes saben cuánto coraje hace falta para salir a un escenario a ofrecer los secretos que han tardado años en formarse dentro de uno. Salud, amigos.


En la obstinada preocupación por la búsqueda de información precisa relacionada con el arte de los sonidos, llamativamente toma lugar un vocablo como dengue, poseedor de más de una decena de acepciones, las que corresponden al lenguaje de países de nuestro continente y Europa. Luego, las sorprendentes “picaduras” que hacen roncha en la piel del tango. Después, como cierre, el rol afectivo, puente entre la sociedad y los profesionales de la salud, con aristas casi inesperadas para el común de los mortales.

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