La educación argentina: un campo de batalla por la diversidad y los derechos

Los IFDC deben ser espacios donde los futuros docentes adquieran una sólida comprensión de la pedagogía de la diferencia y se formen para no patologizar lo distinto, sino para valorarlo.

Foto: gentileza

En la Argentina contemporánea, el ámbito educativo se ha convertido en un campo de batalla crucial. Una visión de «normalidad» impuesta por discursos hegemónicos choca frontalmente con la innegable riqueza de la diversidad humana, una tensión que se agudiza ante el avance de políticas regresivas. En este escenario complejo, los Institutos de Formación Docente (IFDC) emergen como pilares fundamentales del sistema y deben asumir un rol trascendental en la defensa de los derechos humanos y la promoción de la Educación Sexual Integral (ESI). Su misión es clara: asegurar que los futuros educadores sean, en efecto, garantes de inclusión y equidad.

La ESI, ley promulgada en 2006, es una propuesta pedagógica innovadora y contracultural. Su objetivo es garantizar que todo el estudiantado reciba una educación sexual de manera integral; ya que concibe la sexualidad de forma amplia, trasciende lo genital y abarca pensamientos, deseos, valores y relaciones. Sin embargo, por su potencial profundamente democrático y participativo, es constantemente atacada.

Una de las preguntas más apremiantes en este contexto es: ¿se puede reconocer la perspectiva de género sin problematizar los estereotipos, sin cuestionar la presunción de heterosexualidad y sin rechazar la violencia y estigmatización por orientación sexual e identidad de género? Pero la reflexión va aún más allá: ¿realmente la perspectiva de género se limita a cuestionar lo etiquetado como femenino o masculino, o nos desafía a deconstruir la «naturalización» de la opresión y la dominación? Respetar la diversidad implica reconocer y valorar las infinitas diferencias entre los seres humanos y la igualdad de derechos, en cada práctica educativa.

La cuestión de la «normalidad» se vuelve central en este debate. Como critica Carlos Skliar, la educación a menudo se obsesiona con los diferentes o extraños, aquellos que se distancian de la norma. Esta «norma» ha sido históricamente una herramienta de los sectores de poder para la exclusión de sujetos del sistema educativo. Un ejemplo es el DNU 62/25 del gobierno nacional, que ataca directamente los derechos del artículo 11 de la Ley de Identidad de Género (26.763) y, a través de él, a toda una comunidad que transita el sistema educativo.

En este contexto, y a modo de resistencia, emerge con fuerza la pedagogía de las diferencias (en plural). Inspirada en una rebelión contra el fracaso escolar y las desigualdades, busca erradicar la discriminación, la exclusión y la violencia. Su punto de partida es la riqueza y dignidad de lo diferente y el reconocimiento de la singularidad de todo aprendiz y su derecho a un desarrollo óptimo. Pero, ¿garantizamos realmente la inclusión cuando la escuela es como un zapato hecho para calzar un pie ajeno, o cuando la “atención a la diversidad” sigue reproduciendo y ocultando desigualdades sociales y políticas? Las políticas de derecha, al intentar imponer una visión homogénea y esencialista de la identidad y el género, chocan directamente con estos principios, porque busca reprimir la fluidez performativa del género y la multiplicidad de identidades que la educación inclusiva busca reconocer y celebrar.

El rol de los IFDC es absolutamente indispensable. Deben ser espacios donde los futuros docentes adquieran una sólida comprensión de la pedagogía de la diferencia y se formen para no patologizar lo distinto, sino para valorarlo como una riqueza. Es vital que esta formación sea continua y que prepare a los docentes para abordar la sexualidad de manera integral, superando tabúes y prejuicios y enseñando a nombrar y hablar sobre lo que sucede en el cuerpo. La formación debe ir más allá de los modelos tradicionales o moralistas o biomédicos, y debe privilegiar un enfoque de género y derechos humanos. Y un posicionamiento clave debería ser la cobertura – en los IFDC- del espacio curricular de ESI a cargo de docentes formados en la materia, que accedan por concurso y pongan en valor la formación, y no solo la buena voluntad.

Finalmente, la pregunta fundamental que persiste es ¿cuáles son las herramientas que brindamos a los estudiantes para esta pedagogía de la diferencia?, ¿permiten conversar con la alteridad y mantenerla en su más inquietante y perturbador misterio, o deconstruir las dicotomías opresoras de los géneros y de los sexos?

En definitiva, los IFDC no son solo centros académicos; son espacios de resistencia cultural y política. A través de sus planes de estudio, sus prácticas pedagógicas y el compromiso de sus formadores, dan herramientas a los futuros educadores para que sean defensores activos de la diversidad, la inclusión y los derechos humanos. Su labor es crucial para que la educación argentina no retroceda ante las presiones de discursos esencialistas y discriminatorios, sino que continúe avanzando hacia una sociedad más justa y plena para todos y todas.

* Profesora de Educación Secundaria en Geografía. Profesora e investigadora IFDC Luis Beltrán, IFDC Río Colorado. Postítulo Actualización Académica: Subjetividades, Sexualidades y Géneros en la escuela hoy. Posgrado en Salud Sexual y Sexología.


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En la Argentina contemporánea, el ámbito educativo se ha convertido en un campo de batalla crucial. Una visión de "normalidad" impuesta por discursos hegemónicos choca frontalmente con la innegable riqueza de la diversidad humana, una tensión que se agudiza ante el avance de políticas regresivas. En este escenario complejo, los Institutos de Formación Docente (IFDC) emergen como pilares fundamentales del sistema y deben asumir un rol trascendental en la defensa de los derechos humanos y la promoción de la Educación Sexual Integral (ESI). Su misión es clara: asegurar que los futuros educadores sean, en efecto, garantes de inclusión y equidad.

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