La infancia y las cosas: de la calle a las pantallas
La ausencia de niños en el espacio público tiene implicancias en su desarrollo social. A este paso, ya no habrá calle que recordar cuando terminen su infancia.

Transitar hoy la infancia significa algo distinto de lo que fue hace un tiempo. No hace mucho que ser niño era estar en la calle, pisar la tierra y subir un árbol. Lo infantil era crear con cosas: comidas con arena, barriletes con ramas, armas de madera, arcos y flechas, juegos con piedras, casas de barro.
Los objetos tenían una posibilidad ilimitada. En la niñez se profanaba el sentido original de las cosas y se les adjudicaba uno nuevo: el mismo palo podía ser bastón, arco, flecha, sable, pistola, lanza, varilla de un barrilete, varita mágica y vaya uno a saber cuántas cosas más. Ese mismo palo mostraba además resistencia a su modificación. Para el filósofo surcoreano Byung-Chul Han esa resistencia es constitutiva de nuestra experiencia. Es decir que nuestra humanidad y lo que hay en ella se forman con la experiencia que adquirimos en la relación siempre tortuosa con los objetos. Los niños actuales tienen un celular donde antes había un montón de cosas, y en ese reemplazo se ha disminuido su experiencia en el mundo. Siguiendo a Han, el celular es una no- cosa porque no tiene los imponderables ni se nos resiste como sí lo hacen las cosas. De manera que no se trata sólo del traslado de una experiencia material a una virtual, sino más bien la desaparición de una parte de la experiencia en la infancia.
Las escuelas ya están recibiendo el impacto de estas transformaciones en la vida infantil: dificultades para jugar en grupos, hamacarse, caminar por varias cuadras, aburrimiento, ansiedad temprana, psicomotricidad reducida, desarrollo tardío del lenguaje. Es que jugar con cosas, de ahí su virtud transicional, es sobre todo jugar con los otros que convocan esas cosas. Jugar con un palo que es una espada es luchar contra los dioses y los demonios, es nombrar y traer al juego a toda la humanidad; y ponernos de acuerdo con ella. Los jueguitos del celular, mantienen al niño como un hámster dando vueltas sobre sí mismos. Es ahí otra característica que Han observa en los celulares en tanto no-cosas: son narcisistas. Un vidrio en donde están consigo mismos. La insoportabilidad del otro no está en los aparatos o es susceptible de hacerse desaparecer mediante un clic.
Ser niño también era estar en la calle. Callejear sin un fin determinado era una de las aventuras más extraordinarias. El niño callejero era un experto en cosas, sabía más que los demás. Incluso recuerdo un dicho que decían los adultos: “andá a callejear un rato”. Era una manera de invitarnos a salir de casa a aprender en el barrio. Muchas habilidades psicomotrices se han desarrollado, como subproducto, esquivando un perro, saltando un paredón, trepando un árbol o tirando piedras. La calle constituyó un territorio donde aprendíamos a relacionarnos con desconocidos. Hablar con desconocidos también es una práctica en franca retirada. Para crecer no bastaba con ir a la escuela, también había que “tener calle”. Los accidentes, por su parte, nos enseñaban a cuidar nuestro cuerpo y a relacionarnos con el dolor. Nos hacían un poquito más fuertes.
En la actualidad es mucho menor la presencia infantil en la calle, en las plazas, en los baldíos. El espacio exterior está bastante más despoblado de niños y ya no hace falta salir a decirles que dejen dormir la siesta. Esta ausencia de niños en el espacio público también tiene implicancias en su desarrollo social. A este paso, ya no habrá calle que recordar cuando terminen su infancia.
La ausencia de cosas y de otros y su relleno con celulares es sin dudas un síntoma mayor de época. Una época con una fuerte tendencia a la homogeneización gestual, al decir de Agustín Valle, en donde la desconexión parece un privilegio de pocos.
En estos días de las infancias, sería oportuno recuperar la potencia de encontrar a los niños callejeando con cosas.
El mejor regalo que podemos hacerle a un niño no cuesta dinero: está en un baldío, en las calles de tierra o en la costa del río. El mejor regalo es tiempo desconectado con un objeto que desafíe su creatividad, que lo deje a expensas de sus propias habilidades y aburrimientos. Un objeto para que el niño, jugando, se enfrente a la resistencia de las cosas y, con ella, a la verdadera riqueza de la experiencia humana.
Es probable que la mayor fortaleza de las escuelas hoy en día sea el de proponer tiempo desconectado, con otros y en un espacio abierto seguro. Un lugar además repleto de cosas.
* Profesor en Instituto de Formación Docente y Universidad Nacional de Río Negro. Investigador en la Universidad Pedagógica Nacional (UNIPE).

Transitar hoy la infancia significa algo distinto de lo que fue hace un tiempo. No hace mucho que ser niño era estar en la calle, pisar la tierra y subir un árbol. Lo infantil era crear con cosas: comidas con arena, barriletes con ramas, armas de madera, arcos y flechas, juegos con piedras, casas de barro.
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