La naturalización del horror: síntoma de una época violenta 

La reivindicación del Ford Falcon verde aceituna "no solo reivindica con morbosa nostalgia un símbolo de los secuestros y el terror estatal de la dictadura genocida de 1976, sino que pone en evidencia un fenómeno mucho más profundo y alarmante".

Es urgente desmontar el clima epocal de la restauración conservadora. No se trata de reducir las palabras de Pablo Cabrera, militar retirado y presidente de La Libertad Avanza en Punta Indio (Buenos Aires), a una mera expresión infeliz de un individuo moralmente descompuesto. Cuando Cabrera afirma que en su familia “todavía había un Ford Falcon verde aceituna y abría el baúl y olía a justicia”, no solo reivindica con morbosa nostalgia un símbolo de los secuestros y el terror estatal de la dictadura genocida de 1976, sino que pone en evidencia un fenómeno mucho más profundo y alarmante: un clima epocal patológico, caracterizado por una violencia multiforme que se manifiesta en prácticas represivas (como los ataques a jubilados o regulaciones legales de corte autoritario), en discursos cargados de fanatismo y vulgaridad (protagonizados por el presidente Javier Milei), y en alegorías siniestras, como la expresada por este referente libertario.  

Lo general es lo peligroso, lo particular solo un episodio que suma, si no cortamos de cuajo el marco que le da sustento y ese marco es el gobierno libertario.  

Lo que exige repudio y desmantelamiento no es únicamente la opinión aberrante de un admirador de criminales, sino el contexto general que habilita y normaliza tales posturas. Este contexto, peligroso en su esencia, se sostiene en el proyecto político del gobierno libertario, cuyas políticas públicas, narrativas fantasiosas y datos económicos falseados pintan un cuadro ilusorio de bonanza mientras la deuda pública crece, condenando al país a nuevas formas de sufrimiento colectivo.  

La verdadera amenaza, aunque se revista de los ropajes de la democracia representativa, radica en que Milei y las consecuencias de su gestión obtengan respaldo electoral, perpetuando un ciclo de degradación social y política. Las palabras de Cabrera no son un hecho aislado, sino un síntoma de un marco ideológico que encuentra sustento en el liderazgo de Milei. Su declaración pública no es un exabrupto casual, sino el reflejo de un entorno que legitima la naturalización de los crímenes de lesa humanidad.  

Esta normalización constituye el paso previo e indispensable para su reiteración, un riesgo que no puede ser subestimado. Lo que se presenta como disrupción, estilo u originalidad no es más que una estrategia deliberada para consolidar un programa de restauración conservadora, extranjerización económica y gobierno plutocrático, donde el poder se concentra en manos de las élites económicas y sus representantes.  

Este proyecto, como el traje imaginario del rey desnudo en la fábula, goza de una aceptación temporal que debe ser desenmascarada con urgencia. La responsabilidad de los sectores opositores es clara: visibilizar la desnudez de este mandato y actuar con determinación.  

Las herramientas para ello son múltiples y legítimas: la victoria electoral, la promoción de un juicio político —un mecanismo tan constitucional como el mandato presidencial, conforme a los artículos 53, 59 y 60 de la Constitución Nacional, que facultan a la Cámara de Diputados para acusar al Presidente por mal desempeño, delitos en el ejercicio de sus funciones o crímenes comunes—, y la movilización pacífica, masiva y democrática que exprese en las calles el descontento de las mayorías. No se trata de la bronca de unos pocos, sino de la contundencia de multitudes que representen el hartazgo colectivo.  

Las palabras de Cabrera no son una campana de alerta aislada; son parte de un repique constante que resuena en nuestra conciencia. La pregunta ineludible es: ¿hasta cuándo toleraremos este sonido ensordecedor? ¿Cuánto más debe golpearnos el badajo de la indignidad para que el rechazo se transforme en una mayoría activa?  

La tarea es ardua, pero profundamente noble. Súmense “los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”  

Mientras los diputados, si tienen ganas, preparan las acusaciones para el Juicio Político, corresponde a la ciudadanía, al llano, a la militancia, redoblar los esfuerzos en lo electoral, en la movilización y en el convencimiento de los “que no vieron ni creyeron, pues también ellos serán bienaventurados” (Biblia- Juan 20/29, Jesús en respuesta a Tomás, quien no creía).  

Recordemos siempre la máxima de Mahatma Gandhi: “La verdadera medida de cualquier sociedad se encuentra en cómo trata a sus miembros más vulnerables”. Pensemos en las Personas con discapacidad, los jubilados, los pacientes oncológicos, los trabajadores asalariados y tantos otros argentinos que hoy sufren el maltrato de un gobierno que los ignora y los desampara.  

La respuesta es clara, y la acción, impostergable.  

Quien quiera oír que oiga.  

Es hoy. Es ahora.  

(*) Osvaldo Mario Nemirovsci, exdiputado nacional – Río Negro.