La Nueva Ruta de la Seda, un colosal proyecto chino

Jing Xuan Teng*


China recibe esta semana a representantes de 130 países, entre ellos la Argentina, para un foro que celebra 10 años de este plan.


La iniciativa china de las Nuevas Rutas de la Seda, un extenso proyecto de infraestructuras, es criticada por las deudas que acarrea en los países pobres, pero sus partidarios la defienden como una herramienta de desarrollo económico.

China recibe esta semana a representantes de 130 países, entre ellos la Argentina, para un foro que celebra los 10 años de esta iniciativa.

Estos son los principales puntos del plan, cuyo nombre oficial es Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, en sus siglas en inglés).

Deuda y gastos opacos


El proyecto busca mejor las relaciones comerciales entre continentes, mediante la construcción de puertos, trazados ferroviarios, aeropuertos o parques industriales.

Estas infraestructuras permiten a los países seguir con su desarrollo y a China acceder a más mercados, así como abrir nuevas vías para sus empresas.

El proyecto ya generó dos billones de dólares en contratos en todo el mundo, según el gobierno chino, y una deuda de 300.000 millones de dólares contraída por los países participantes.

Esta deuda se agravó a raíz de la pandemia del covid-19, con la inflación galopante y el alza de las tasas de interés.

Entre los proyectos más emblemáticos figura la conexión con un tren de alta velocidad entre Laos y China, que se inauguró en 2021 y costó unos 6.000 millones de dólares. O la creación de un “corredor económico” entre el oeste del gigante asiático y Pakistán.

Además, Pekín ha tenido que lanzar varios planes de rescate a los países que necesitaban más tiempo.

Los detractores de la iniciativa critican también la opacidad de algunos proyectos, como en Malasia o Birmania.

Por su parte, la población constata que la mayoría del empleo generado está destinado a trabajadores chinos.

Influencia china


Este megaproyecto tiene un claro objetivo diplomático, al presentar a China como un aliado de los países del Sur, mientras sus empresas se incorporan en numerosas economías emergentes.

Esta dimensión geoestratégica preocupa a los países occidentales, que ven una vasta operación de influencia de Pekín. Y en los países en los que se implanta, se percibe como una manera de interferir en la política local.

En Yibuti, por ejemplo, Pekín instaló una base naval estratégica, entre el mar Rojo y el golfo de Adén, supuestamente para reabastecer barcos y contribuir en operaciones humanitarias y de paz en este pequeño país africano.

Estados Unidos afirma, sin haberlo probado, que con estas Nuevas Rutas de la Seda, China querría instalar bases militares en estos países para proteger sus inversiones.

Huella de carbono


Estas obra colosales también preocupan por su impacto medioambiental.

El desarrollo de grandes puertos, líneas ferroviarias o autopistas podría impedir lograr los objetivos del Acuerdo de París, alertaron en 2019 investigadores de China, la ONU y el Reino Unido.

Otro informe, de la Universidad de Boston, advirtió contra el peligro para las tierras indígenas y el ecosistema en general por no prever lo suficiente los riesgos medioambientales y sociales.

China asegura que hace lo máximo y se comprometió en 2021 a dejar de construir nuevas minas de carbón en el extranjero. Pero los proyectos que ya habían sido aprobados siguen en marcha.

Beneficios económicos


Pekín asegura que su proyecto aporta “un desarrollo de alta calidad” a los países participantes, con infraestructuras duraderas.

El informe de la Universidad de Boston reconoció que la iniciativa permitió suministrar “más recursos a los países del Sur” y contribuyó a “un crecimiento económico significativo”.

El Banco Mundial también señaló que los proyectos chinos “mejoran de forma sustancial el comercio, la inversión extranjera y las condiciones de vida de los habitantes de los países” beneficiados.

En el ámbito del transporte, los proyectos de las Nuevas Rutas de la Seda, cuando estén acabados, conllevarán un aumento del crecimiento mundial entre 0,7 y 2,9%, según el Banco Mundial.

(*)Periodista de AFP.


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