Memoria, verdad y justicia en tiempos posnormativos

Fragmentados y enojados no podremos construir un pasado ni un futuro en común. Hay que tener paciencia salvaje y practicar una escucha profunda con la sociedad enojada.

La crisis de sentido es una crisis de lazos comunitarios. Vivimos tiempos tan extraños como implacables. Tiempos donde las palabras parecen perder sentido, los ritos y símbolos que compartimos ya no parecen unirnos, donde la verdad o las certezas se licuan a la par de nuestros salarios. Un tiempo de desconfianza y odios cruzados, donde la responsabilidad es tan excepcional como la empatía hacia los vecinos, donde ambos valores se simulan para las cámaras que nos graban todo el tiempo, para las pantallas que nos dan estatus mientras nos quitan derechos, todo para conseguir atención y likes de las audiencias.

Los desequilibrios se manifiestan tanto en nuestras emociones así como en fenómenos climáticos. Ambos tienden al desborde y a la falta de contención, de solución. Por exceso o por defecto. Todo parece más absurdo, no sabemos qué esperar y respiramos con una fragilidad extrema. No hacemos pie en un intenso río de sinsentido. No hay tierra firme a la vista. Esa fragilidad existencial es la que constituye esta etapa incierta, estos tiempos posnormativos. Sin referencia ni límites. Una era sin valores sociales compartidos.

A los problemas existenciales que enfrentamos tenemos que sumarle graves señales de deterioro en la salud mental tanto a nivel individual como colectivo. Soledad, angustia, aislamiento, depresión y narcisismo extremo cruzan nuestras sociedades como nunca. El cáncer fue la enfermedad autoprovocada del siglo XX. Los problemas de salud mental parecen ser el desafío autoinducido del siglo XXI.

¿Cómo construir memoria, verdad y justicia en estos tiempos? ¿Cómo enfrentar la crueldad en expansión en todos los frentes? Primero buscar la herida, el miedo, las carencias, las pasiones tristes que tiene detrás. Reconocer que es una crueldad destructiva y autodestructiva. Es crueldad lesiva para nuestra humanidad pero expansiva a nivel económico, político, pedagógico y autoritativo, destructiva para todo ámbito.

Toda crisis es una crisis de educación. Vivimos en tiempos de padres sin autoridad e hijos nihilistas. De maestros que temen desaprobar o directamente enseñar lo que tienen que enseñar. Una cultura que tiene pánico al contacto físico -vean la situación en jardines de infantes y escuelas primarias- no podrá contener, morigerar, ni hablar de solucionar, los problemas de salud mental y soledad que posee. Mucho más en la era de la realidad aumentada, de avatares y vidas digitales.

A la sociedad se le negaron problemas reales como la inflación o la inseguridad. Esa sociedad que no se escuchó, devolvió un descontento en forma extrema contra el sistema político. Lo primero que hay que saber es que sin una paciencia disciplinada y una escucha profunda, la sociedad seguirá conectada con el descontento gritando.

Movimientos que supieron conquistar fracciones importantes de las nuevas generaciones usaron su potencia para buscar estatus a través de una crueldad espectacular con linchamientos que hoy pueden cambiar de espectro político. Esa pedagogía de la crueldad fue vivida como una pedagogía de la virtud por quienes la ejercieron pero dejó una serie de traumas, miedos y cicatrices que quedarán para ser tratadas por décadas. La lección es que crear pánico, fomentar persecuciones, cancelaciones y censuras no expanden derechos, sino que los destruyen. Vemos hoy la crueldad y la injusticia moverse de forma pendular.

Chocarla y fingir demencia es una práctica en todas las tribus del sistema político. A más tribales nos volvamos más débiles somos en un doble nivel: como comunidad política y como personas con obligaciones y derechos. La fortaleza que resulta de la tribu, sobre todo para el ataque o para la defensa, no se traduce en el largo plazo en instituciones ni derechos para la comunidad política ni para la ciudadanía.

Para construir a largo plazo tenemos que construir necesariamente con las personas que piensan radicalmente diferente a nosotros. Ya lo hemos hecho en el pasado y debemos hacerlo hoy más que nunca frente al abismo. El agua hierve a 100 grados en todo espectro político. En caso contrario, la fragmentación, el caos y el sinsentido reinarán. Hay que evitar que el caos traiga un orden autoritario, violento y represivo. Para eso hay que reconstruir un orden democrático más amplio. Sin escucha y sin salir de la endogamia y autoafirmación ganarán las fuerzas que manipulen el malestar social.

Entrar en un estado de negación sería repetir un error fatal del sistema político y de la clase política en estos últimos sesenta (1970) o cuarenta (1983) años: ser cerrados, soberbios, insensibles y dejar de escuchar. Esa serie de errores llevaron a la etapa más oscura de la historia Argentina y hoy nos obligan a defender críticamente el legado de memoria, verdad y justicia. Cabe reiterar y sintetizar: sin atención, sin paciencia y sin escucha no se podrá reconectar con esa sociedad que en condiciones de descomposición puede profundizar su bronca y transformarla en una furia autodestructiva.

*Profesor de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho.


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