Milei frente a la muralla proteccionista
Aunque casi todos coinciden en que la economía necesita reformas drásticas, la mayoría quisiera que resultaran ser indoloras.

Cuando Javier Milei inició su gestión, brindaba la impresión de creer que, una vez derrotada la inflación y eliminado un sinnúmero de regulaciones impuestas por una “casta” política parasitaria más interesada en estafar a la ciudadanía que en cualquier otra cosa, la economía del país no tardaría en tomar vuelo. Al fin y al cabo, la experiencia internacional había demostrado que cuanto más liberal fuera una economía, más dinámica sería.
Si bien el planteo así resumido se basa en realidades evidentes, no será del todo fácil para la Argentina hacer suyo un modelo económico que los países que en la actualidad se consideran desarrollados adoptaron a mediados del siglo pasado. Aun cuando Milei tenga éxito en la lucha que ha emprendido contra la inflación y una burocracia asfixiante, podrían fracasar sus esfuerzos por hacer más competitiva la industria. Para despejar el camino hacia el desarrollo sostenible de dicho sector, tendría que eliminar muchos obstáculos, comenzando con los construidos afanosamente por generaciones de proteccionistas.
No se equivocan quienes señalan que, además de fomentar la corrupción al entregar a políticos y los funcionarios que los rodean oportunidades para decidir la suerte de empresas importantes, el proteccionismo privilegia sistemáticamente a los sectores menos competitivos de la economía nacional y virtualmente garantiza que políticos venales y sus socios del empresariado conformen un bloque capaz de frustrar los intentos de derribar las barreras comerciales que son esenciales para su negocio.
Sin embargo, sucede que tampoco se equivocan quienes advierten que hasta una apertura parcial de la economía argentina, y ni hablar de una indiscriminada, podría condenar a muerte a decenas de miles de empresas, un desastre que daría lugar a muchas tragedias personales y tendría consecuencias sociales y políticas muy negativas.
Una vez instalado un régimen proteccionista, desarticularlo es muy difícil aun cuando sea evidente que los perjuicios que está ocasionando exceden por mucho los beneficios. Como aquellos enfermos que para respirar dependen de un pulmón de acero, hay partes de la economía que no están en condiciones de sobrevivir sin el apoyo del Estado. Sería poco razonable pedirles salir del hospital en que se recluyeron décadas atrás para competir ya con sus equivalentes del resto del mundo, pero también lo sería permitirles quedarse donde están.
Milei, pues, se ve frente a un dilema que no lograron resolver otros presidentes que, como él, entendían que el país continuaría depauperándose a menos que se liberara del corsé proteccionista. Después de tomar algunas medidas en tal sentido, mandatarios aperturistas como Carlos Menem en su fase neoliberal y Mauricio Macri, se asustaron al darse cuenta de la magnitud de los costos tanto políticos como humanos que estaban provocando las reformas tibias que habían ensayado. Por motivos comprensibles, optaron por dejar las cosas como estaban.
¿Tendrá más suerte el gobierno de Milei en la batalla que está librando contra los defensores del modelo proteccionista? Nadie sabe la respuesta a esta pregunta clave, pero no cabe duda de que las vicisitudes de la lucha dominarán el escenario político en los meses y años venideros. Aunque casi todos coinciden en que la economía necesita reformas drásticas, la mayoría quisiera que resultaran ser indoloras.
Esta actitud ambivalente entraña una paradoja: Milei es presidente de la República porque, en medio del desbarajuste producido por el inoperante gobierno de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa, el grueso de la población había llegado a la conclusión de que el orden económico establecido era disfuncional y que por lo tanto sería necesario cambiarlo por otro radicalmente distinto. Aunque parecería que la mitad del electorado sigue pensando así, sorprendería que el autodenominado “anarcocapitalista” conservara por mucho tiempo el apoyo así supuesto si, como parece inevitable, se hunden centenares de miles de Pymes y sigue trepando la tasa de desempleo.
Para hacer aún más incierto el panorama, muchos creen que están por transformarse abruptamente todos los sistemas de producción del mundo. Puede que exageren quienes nos advierten que la Inteligencia Artificial está a punto de desatar una revolución equiparable con la industrial que se inició a mediados del siglo XVIII, pero el que los dueños riquísimos de las empresas tecnológicas más avanzadas, y los líderes de la dictadura china estén invirtiendo cantidades colosales de dinero – se habla de más de 1,5 trillón de dólares – en el fenómeno hace pensar que sería un error subestimar las dimensiones de lo que podría estar por ocurrir.

Cuando Javier Milei inició su gestión, brindaba la impresión de creer que, una vez derrotada la inflación y eliminado un sinnúmero de regulaciones impuestas por una “casta” política parasitaria más interesada en estafar a la ciudadanía que en cualquier otra cosa, la economía del país no tardaría en tomar vuelo. Al fin y al cabo, la experiencia internacional había demostrado que cuanto más liberal fuera una economía, más dinámica sería.
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