Sobre la fractura de la realidad y la salud mental
Tanto en la economía como en la política se pasa de la euforia a la depresión, de la ilusión a la decepción. Lo único estable es lo pendular.

La fragilidad emocional de la política.
1. Cada uno en su burbuja de realidad.
El primer cuarto del siglo pasado tuvo a la Primera Guerra Mundial y a la Revolución Rusa como hitos y como mitos. Ambos procesos provocaron un mar de emociones en la arena política. La ansiedad, el odio, el miedo y la humillación nacional marcaron a fuego el resto del siglo. Ese clima de época alimentó procesos totalitarios y la política de los extremos.
La situación un siglo después es diferente pero tiene sus paralelismos. Tanto EEUU con Trump como el variopinto debate político europeo demuestran un malestar emocional que no reconoce fronteras. De hecho las fronteras en ambos casos se ven como fuente de intensas inquietudes sociales. Siempre con sus peculiaridades, como hace un siglo, Argentina está en sintonía especial con esos malestares.
En ciertos aspectos es quizás peor que hace un siglo. La realidad está tan fracturada como la sociedad fragmentada. La realidad se segmenta y la acción colectiva se desintegra frente a la absoluta “primacía del yo”. Hace 100 años las comunidades por derecha o por izquierda eran colectivos de valores sociales respetados y cohesionantes.
Los Estados y sus nacionalismos generaban identidades comunales. En contraste, hoy tenemos identidades líquidas y atomización a niveles extraordinarios. Lo digital atomiza lo ya atomizado, gracias al algoritmo vigilante, para vender un poco más, para captar más atención. Se atomiza y polariza, se radicaliza a los solitarios y enojados.
La fragilidad emocional de los políticos es un espejo de descontentos sociales. Vemos políticos que censuran programas de televisión, que consiguen sentencias extraordinarias para acallar voces, que denuncian periodistas, que se retiran de debates, que tienen problema con la libertad de expresión. Ciertos políticos de derecha se parecen a ciertos sectores de izquierda que “cancelan” debates porque son “políticamente incorrectos” (sic). “Los extremos me tocan” diría el poéticamente argentino André Guide.
La negación política con problemas estructurales nos trajo a este momento político y eso se refleja en el sistema político tradicional y en la sociedad que sufre sus consecuencias. “Fingir demencia” es una expresión popular que ha cristalizado una práctica social transversal de la política y de la sociedad.
Narcotráfico, adicción al juego, ansiedades y violencias sociales, soledad y pobreza, todo en un contexto de desafíos existenciales, de la destrucción del Estado y una economía en contracción no auguran lo mejor y por eso son negados.
La parálisis política solamente se suspende con olas de indignación pública. Una catarsis social necesaria pero ineficaz para resolver problemas estructurales. Sin recursos y sin una política pública razonable y sostenida toda esa indignación es otra forma de negación.
2. Las políticas de la ansiedad
La política pública de la salud mental es tan importante como la salud mental de la política. “En el poder y en la enfermedad” (Siruela) y su análisis del “síndrome de hubris” por parte de David Owen, neurólogo y político británico, son una literatura introductoria a un tema poco explorado.
“Homelander” en la serie “The boys” refleja muchas de las características descriptas por Owen en su “síndrome de la arrogancia” propio de los líderes públicos. Lo hace desde una de las plataformas cuyo dueño, famoso por sus proyectos espaciales y las condiciones inhumanas de trabajo en su empresa monopólica, también adolece de esos “síndromes” sistematizados por Owen. Los líderes públicos de hoy, en contraste a nuestro pasado, son empresarios con tintes religiosos y mesiánicos como Trump y sus aliados del mundo tecnológico.
Todas las ansiedades sociales que son interpretadas por esos líderes y sus proyectos mesiánicos tienen tanto una base psicosocial como material. El impacto psicológico de la crisis climática, la falta de futuro para las nuevas generaciones, todo invita a que lo religioso, en sus diferentes formas, sea refugio y que lo único estable sea lo pendular.
El siglo pasado nos demuestra que se puede dejar atrás estas décadas crueles y salir de los tiempos oscuros. Lo difícil es abandonar la cultura del narcisismo cínico, de la fragmentación del yo y salir del espejo fracturado.
* Abogado y Profesor de Derecho Constitucional.

La fragilidad emocional de la política.
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