Una batalla simbólica
Construir identidades propias frente a mandatos nacionales se convirtió en una batalla simbólica para disputar seis bancas en el Senado y Diputados. El derecho a narrar la historia había sido adoptado casi con exclusividad por el MPN hasta que fue vencido por Figueroa que quiere afirmar su liderazgo.
La disputa por el concepto de La Neuquinidad que impulsa Rolando Figueroa no se juega únicamente en los tribunales ni en las redes sociales: se trata de una batalla simbólica que atraviesa la historia política de la provincia.
La decisión de la jueza Carolina Pandolfi de impedir la difusión de un video motivacional con la voz del gobernador puede interpretarse como un límite legal frente a los tiempos electorales, pero al mismo tiempo deja al descubierto la tensión entre el discurso de la identidad y las reglas de la competencia política.
Figueroa, consciente de que la fuerza de su liderazgo se cimenta en ese relato, recurrió la decisión y adelantó que está dispuesto a apelar. No se trata solo de un video, sino de la disputa por el derecho a narrar a Neuquén.
La historiadora Orieta Favaro lo explicó con claridad: a diferencia de los partidos nacionales, siempre tensionados entre lo local y lo porteño, en Neuquén surgió una tradición política capaz de cohesionar primero a la comunidad territorial y luego construir, desde allí, una identidad colectiva asociada al desarrollo, el bienestar y el federalismo.
Esa construcción narrativa, que en su momento lideró el Movimiento Popular Neuquino y hoy Figueroa intenta resignificar bajo el paraguas de La Neuquinidad, responde a la necesidad de marcar un “nosotros” frente a un “ellos”.
Ese “ellos” puede ser Buenos Aires, los partidos nacionales, o cualquier actor externo que aparezca como una amenaza a la autonomía simbólica y material de la provincia.
En esa lógica, la apelación d no es simplemente jurídica, sino política. Su insistencia en que la Neuquinidad “se respira desde chico” o que “la llevamos en la sangre” busca fundar un capital identitario que lo trascienda como figura, pero al mismo tiempo lo fortalezca como líder.
El contraste con el justicialismo neuquino, que debió recurrir a candidaturas resueltas desde Buenos Aires –Beatriz Gentile y Silvia Sapag-, refuerza la idea de que lo “externo” coloniza y desplaza lo propio.
Así, el gobernador busca posicionarse como el garante de un estilo de vida local que no puede definirse ni condicionarse desde afuera.
Lo que está en juego es más amplio que una contienda electoral: se trata de quién posee la legitimidad para narrar la historia neuquina en clave de futuro.
La Neuquinidad, como la propone Figueroa, aparece como una barrera protectora ante “ideas que pueden invadirnos”, pero también como un dispositivo político para diferenciarse de las fuerzas nacionales.
El riesgo, sin embargo, es que el relato termine reforzando una polarización simplista entre “nosotros” y “ellos”, clausurando la posibilidad de una identidad neuquina más plural, que no se reduzca a la voz de un líder ni a una épica de resistencia frente al exterior.
En definitiva, la tensión entre legalidad electoral, relato identitario y proyecto político revela que lo que se discute hoy en Neuquén no es solo un video prohibido, sino quién tiene la potestad de definir qué significa ser neuquino.
La consolidación de alianzas como Fuerza Patria, el gobernador — no los candidatos que competirán el 26 de octubre — también sumó la postura de los dirigentes que ahora son candidatos: Nadia Márquez y Pablo Cervi en torno a la hipotética nacionalización de la caja de previsión provincial y el voto para el financiamiento de las universidades. Esta última bandera ahora quedará en manos ajenas.
En este escenario, Figueroa aprovechó para contrastar su idea de Neuquinidad con un PJ que, según sus palabras, responde a “resoluciones a dedo” ajenas a la voluntad local.
Así, la tensión entre identidades propias y mandatos nacionales se convirtió en otro capítulo de la batalla simbólica por definir quién tiene derecho a narrar el futuro de la provincia.
La disputa por el concepto de La Neuquinidad que impulsa Rolando Figueroa no se juega únicamente en los tribunales ni en las redes sociales: se trata de una batalla simbólica que atraviesa la historia política de la provincia.
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