Oposición letal

La escasa popularidad del gobierno se debe menos a la dureza de las medidas que ha tomado a fin de reducir el gasto público, que a la sensación de que es sumamente endeble y vacilante.

Por razones no muy claras – porque siente nostalgia por épocas más sencillas, por cálculos electoralistas o por el rencor personal que por motivos comprensibles suele afectar a muchos ex presidentes-, Raúl Alfonsín se las ha ingeniado para convertirse en el adversario más temible del gobierno. Sin embargo, la auténtica proeza política así supuesta no se debe a que las críticas que formula casi a diario sean lúcidas o que, lo mismo que en 1983, encarne una «alternativa» a un tiempo atractiva y al parecer viable, sino a que una proporción significante y bien ubicada de sus correligionarios lo consideran el jefe nato y vitalicio de la UCR que, obvio es decirlo, es en teoría el partido gobernante. Si no fuera por este detalle, las declaraciones nada originales del ex presidente no merecerían demasiado interés, pero puesto que está en condiciones de privar al gobierno de su base de sustentación, sus intervenciones suelen tener un impacto inmediato, desatando reacciones financieras y económicas que no pueden sino agravar la situación del país y en consecuencia aquélla de millones de personas. Para colmo, por tratarse de un hombre al que los integrantes del gobierno se han creído obligados a tratar con enorme respeto, hasta hace muy poco nadie se animó a responder a sus ataques desestabilizadores.

Por fortuna, la paciencia del gobierno parece haberse agotado. Hace poco, el ministro de Economía, Domingo Cavallo, naturalmente harto de verse caricaturizado como autor de todos los males del país, se dio el lujo de señalar que Alfonsín ya no cuenta con el apoyo de la población y que por lo tanto «es un fenómeno desaparecido de la política». Tiene razón; el que a pesar de contar con el electoralmente eficaz aparato radical, en la provincia de Buenos Aires Alfonsín corra el riesgo de ser superado por el cura Luis Farinello y el ex policía Luis Patti muestra a las claras que muy pocos quisieran tenerlo como su representante en el Senado. También estaba en lo cierto la ministra de Trabajo, Patricia Bullrich, cuando dijo que al opinar permanentemente sobre un gobierno de unidad nacional Alfonsín está debilitando al gobierno de Fernando de la Rúa, lo cual, en un momento de gran incertidumbre, sería considerado imperdonable si no fuera por el hecho de que los radicales por lo menos se han acostumbrado a ubicar a su caudillo más allá del bien y del mal.

En un esfuerzo por justificar su pasividad frente a la agresividad de Alfonsín y sus allegados, distintos miembros del gobierno han dado a entender que les es necesario complacerlo porque, de lo contrario, perdería el apoyo del bloque radical en el Congreso. Si bien tal peligro existe, la conciencia generalizada de que al país no le convendría en absoluto que el gobierno se desplomara poco después de las elecciones próximas, supone que no todos los radicales se prestarían a las maniobras del ex presidente y que una cantidad suficiente de legisladores peronistas y de partidos provinciales colaborarían a fin de permitirle cumplir sus funciones. Con todo, aunque dadas las circunstancias podría argüirse que al gobierno de De la Rúa no le queda otra opción que la de resignarse a ser el blanco de los ataques de los alfonsinistas, no cabe duda de que la postura poco digna que ha asumido ha incidido de forma decisiva en su desempeño y en su imagen. Es que la escasa popularidad del gobierno se debe menos a la dureza de las medidas que ha tomado a fin de reducir el gasto público, que a la sensación de que es sumamente endeble y vacilante, impresión que su pusilanimidad frente a la oposición interna ha confirmado una y otra vez. En tiempos de crisis, es forzoso que el gobierno nacional pueda hacer gala de su firmeza y de su fe sin límites en sus propias recetas. A raíz de su presunta necesidad de congraciarse con Alfonsín y sus laderos, De la Rúa y, en la primera fase de su nueva gestión, hasta Cavallo se han sentido tan cohibidos por la presencia del «estadista» que les ha sido imposible obrar con la convicción imprescindible, factor que de por sí habrá sido suficiente como para desatar esta crisis que tantos perjuicios ya nos ha provocado y que de prolongarse mucho más podría tener consecuencias realmente desastrosas.


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