¡Rutas trágicas!

Nuestro país presenta uno de los índices más altos y penosos de minusvalías y mortalidad por accidentes de tránsito.

Unas veinte personas mueren diariamente y la fatalidad de las 6.672 que morían en tales circunstancias en el 2003 se ha incrementado, dolorosa y lamentablemente, hasta alcanzar una cifra luctuosa estimada en 7.500 defunciones por accidentes de tránsito para fines del 2006.

En efecto, conforme fuentes como «Luchemos por la Vida Asociación Civil», hasta el 30 de abril del 2005 tuvimos 7.055 decesos accidentales en el 2003, 7.137 en el 2004 y para esa época 30/4/05 la cifra ya alcanzaba las 2.376 víctimas fatales.

Esta fatalidad no es sólo autóctona. La Unión Europea se ha propuesto para el 2010 reducir a la mitad los 41.000 muertos anuales que se provocan en sus rutas.

En la Argentina, los accidentes de tránsito constituyen la primera causa de muerte en menores de 35 años y la tercera en general, habiéndose verificado que el 85% de los mismos ocurre por ausencia de prevención, educación y concientización de la problemática vial, seguridad y correctivos eficaces.

Fallas humanas, la falta de uso del cinturón de seguridad, exceso de velocidad, consumo de alcohol, fatiga del conductor, animales sueltos, «frenesí por llegar», corrupción en los controles (estafa y bancarrota de empresas camineras adjudicatarias de obras; cada repavimentación si se observa bien 'roba' un 'poquito' de cada costado, agravando la inseguridad con el 'achique' doloso de la seguridad; vehículos sin las condiciones mínimas de seguridad y vigencia, cualquiera tiene carné sin importar aptitudes, edad, etc.) como asimismo el pésimo estado de nuestras vías de tránsito, su temeraria ausencia de señalizaciones y advertencias, las que 'en un conjunto difuso modificable' son expuestas a la voracidad de ciertas comunas y municipios que sólo lucran con la inseguridad, pero que en general nada hacen para corregirla o reducirla todo lo posible.

No hay seguridad ni desarrollo sin una infraestructura vial adecuada, con logística e intermodalidad, dinámica, planificada, sólidamente financiada y óptimamente conservada con todos los equipos, recursos tecnológicos y satelitales que razonablemente nos permitan asegurar la seguridad de los conductores y acompañantes que transitan las carreteras argentinas.

Duele pensar que pueda ser más eficaz el interés comercial, en el desarrollo vial, que el propio cuidado de la vida de las personas.

Uno de nuestros problemas no sólo en este tema es que se suelen proyectar e inaugurar nuevas carreteras que luego no se mantienen y cuando a una ruta no se le da una conservación permanente y adecuada se destruye, «construyendo» simultáneamente la causa de tantas fatalidades y sus consecuencias.

Los caminos, las vías, autorías, rutas, autopistas y proyectos viales prospectivos son sin duda elementos esenciales e insustituibles de la infraestructura para el adelanto, progreso y bienestar de nuestros pueblos, configurando con las comunicaciones los 'íconos' visibles más relevantes y trascendentes de los procesos de regionalización en particular y globalización en general.

Ciertamente, es inimaginable el desplazamiento seguro y oportuno de personas y bienes sin estos recursos viales.

Por todo eso resulta angular, en nuestra problemática vial, la mejor estructuración, el mejor flujo de recursos y las asignaciones presupuestarias suficientes teniendo en claro que está en juego el derecho a la vida humana, razón y supremacía de todos los otros derechos, deberes y garantías.

Así es como deberemos impulsar entonces la construcción, las mejoras, conservación, reparación, expansión, remodelación, mantenimiento y en lo pertinente la explotación vial mediante concesiones por sistemas de peajes o metodologías semejantes.

A esta altura, y ante este estado de cosas, no se debe soslayar que nuestro socio mayor del Mercosur, el Brasil, durante la última década evidenció en su sistema vial una notable mejora de su red de carreteras y esto, no se dude, repercute no sólo en seguridad para la vida de los brasileños, sino también en términos de productividad y competitividad, más aún cuando dicho país está mostrando en la actualidad marcadas tendencias de mayor crecimiento.

Resumiendo, en todos los casos se deberían adoptar las medidas necesarias sin descartar una declaración total o parcial de emergencia vial para que cualquiera fuera el camino, su diseño y configuración o dimensión, siempre queden a buen resguardo la vida, la calidad vial y la seguridad personal de los usuarios, evitando toda externalidad negativa vg., ambiental, de deseconomías, etc…

Esta 'enfermedad terminal' de accidentados y muertos en accidentes de tránsito, con sus recidivas, tiende a una pandemia imparable en tanto y en cuanto no se revierta la ecuación del aumento caótico en nuestro parque automotor y la exigua disponibilidad de una infraestructura vial que hace tiempo ya no puede servirnos en condiciones de calidad, eficiencia y seguridad.

Finalmente, la gran incógnita pasa por saber si se va a insistir en las experiencias privatizadoras y reguladoras actuales, si actuará aquí también el actual Estado empresario, si se atraerán fuertes participaciones privadas, si habrá opciones mixtas, todo lo cual se centrifuga en una definición ideológica.

De cualquier modo, ninguna de ellas podrá tolerar el actual estado de cosas valiosa y periódicamente reflejado por la prensa y mucho menos ignorar, despreciar ni exponer una sola vida humana en adelante por tantas rutas trágicas las que, si bien no son las únicas causas de la creciente y más cruenta accidentología vial, deberemos sin demoras ni distracciones presupuestarias de impuestos y fondos específica y legalmente afectados a mayores, mejores y eficientes recursos viales transformar en rutas más confiables y confortables.

 

ROBERTO F. BERTOSSI (*)

Especial para «Río Negro»

(*) Docente e investigador de la Universidad Nacional de Córdoba.


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