Aquellos años dorados de Regata ‘larga’ y campamento, la vida interior de la travesía

La Regata, que está a punto de cumplir 50 ediciones, en sus primeros 30 años disfrutó de la competencia en el agua y la convivencia en el campamento. Esta y otras historias estarán en el trabajo que prepara Río Negro para honrar a la histórica prueba.

En los años fundacionales, la Regata del Río Negro no era solo una competencia deportiva, sino una verdadera aventura colectiva. Las jornadas se dividían entre el esfuerzo en el agua y la convivencia en los campamentos que se levantaban por la noche al final de cada etapa en la ribera.
De día, los botes surcaban el río en competencias intensas, con los palistas entregando todo. De noche, el cansancio se transformaba en camaradería: fogones, comidas compartidas, anécdotas y guitarras forjaban amistades entre clubes, provincias e incluso países.

El campamento era el corazón social de la Regata, un espacio de encuentro donde la competencia quedaba atrás y afloraba el espíritu de comunidad. Esa dualidad, rivalidad en el agua y fraternidad en tierra firme, marcó a generaciones y cimentó la identidad épica de la prueba, convirtiéndola en mucho más que un evento deportivo.

“El principio filosófico de la Regata era la competencia en el agua y la convivencia en el campamento”. La frase pertenece a Alberto López Kruuse, uno de los creadores de la travesía y también uno de los protagonistas del trabajo que prepara Diario Río Negro para honrar a la Regata más larga del mundo.
Los días de campamento, el punto neurálgico de todo el mundo interior de la Regata, duraron hasta 1998. Allí transcurría todo lo que sucedía fuera del agua hasta el día final de la competencia.


Nadie podía salir sin permiso del jefe de campamento, aún cuando hubiera palistas que arribaran a su lugar de origen. No se podía ir a dormir a la casa, todos debían pernoctar en el campamento. Y también almorzar y cenar allí.
El menú era único y para todos igual. Al final de cada etapa en aquellos años, el cocinero era una de las figuras más veneradas por todos los palistas. Uno de los que estuvo al frente de las hornallas y el fogón fue “Satanoski”, apelativo que identificó al cocinero histórico que tuvo la travesía. “Era una deformación de su apellido, que creo es de origen balcánico… Era difícil de pronunciar y la gente le decía como podía”, nos cuenta López Kruuse.

«Satanoski», histórico cocinero de la Regata en tiempos de campamento.

“En esos tiempos personas de todas las edades, estamentos sociales y condiciones económicas muy diferentes, coincidían en la Regata. En el río se mataban, pero en el campamento había una convivencia total”.
Satanoski era cocinero del colegio de los curas en Viedma y todos los veranos se sumaba a la Regata. “Eran un clásico sus pollos a la parrilla llegando a la estancia Don Armando. Era una etapa muy larga y todos veníamos con hambre. La columna de humo ya se veía a 500 metros de llegada”, apunta Marcelo Barra, presidente del Náutico La Ribera, sobre el histórico cocinero.

La organización de la Regata en esos tiempos le daba de comer a los remeros, a los delegados de cada equipo en competencia, a los directivos, y si había invitados que venían por fuera de la competencia, se les vendía una bandeja con comida. Los campamentos solían tener unas 150 personas al final de cada etapa.
La logística era compleja porque había que armar y desarmar la cocina, las carpas con provisiones y demás elementos necesarios para poder atender a tanta gente al cierre de cada parcial.


Eran épocas de la Regata “larga”, cuando las ediciones tenía 9, 11 y hasta 12 etapas en su recorrido, con casi 1.000 kilómetros en el agua. Es esos tiempos, para los competidores eran dos semanas de sólo río y campamento. La ruta estaba reservada únicamente para los acompañantes de cada equipo, que se movían entre las cabeceras de etapa hasta llegar a Viedma.

El campamento funcionó hasta 1998, año en que la organización fue cuestionada porque al final de la etapa Roca- Regina, las raciones de comida no alcanzaron para todos. Ante esa situación se decidió no hacerlo más. Coincidió también que en esa edición, comenzaría la Regata “corta”, es decir de seis o siete etapas y con una semana de duración. Ese año la Regata quedó en poder de Martín Mozzicafreddo junto a su hermano Armando, que sería la primera conquista del múltiple ganador de la travesía junto a Néstor Pinta. Comenzaba otra era…




En los años fundacionales, la Regata del Río Negro no era solo una competencia deportiva, sino una verdadera aventura colectiva. Las jornadas se dividían entre el esfuerzo en el agua y la convivencia en los campamentos que se levantaban por la noche al final de cada etapa en la ribera.
De día, los botes surcaban el río en competencias intensas, con los palistas entregando todo. De noche, el cansancio se transformaba en camaradería: fogones, comidas compartidas, anécdotas y guitarras forjaban amistades entre clubes, provincias e incluso países.

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