Beltrán, el pueblo que se forjó junto a un dragón y la potencia del agua

Capital de los canales de riego, dice la memoria oral que como asentamiento galés casi no prosperó, desalentado por la cercanía con Choele Choel. Pero lograron consolidarse, con un símbolo único: el dragón.

Una escultura, representación de la fuerza y la resistencia del pueblo inmigrante que llegó desde Gales hasta la lejana Patagonia, observa cada mañana al ejido de Luis Beltrán, desde un pedestal en la céntrica Plaza 9 de Julio. Llamativo en una tierra que lejos está de aquel húmedo paisaje montañoso europeo y de ver reptiles alados como éste, su presencia vino a recordar que fueron familias de ese origen las que ayudaron a forjar la vida urbanizada a más de 200 kilómetros de Roca y a otros tantos de Neuquén.

El dragón rojo en monumentos y aún más, en banderas, con un fondo verde y blanco, como en la insignia que se exhibe en el Museo local, simboliza justamente la herencia galesa y su determinación ante la adversidad. Emblema desde el siglo VII, su origen se remonta a la leyenda artúrica de Merlín, quien vio a un dragón rojo dicen, en el lugar donde ‘Vortigern’, un rey celta, quería construir su castillo.

Interrumpido en el sueño profundo que lo retenía en un lago subterráneo que allí se encontraba, fue el dragón rojo el que prevaleció en la lucha contra otro de su misma especie, solo que de color blanco, por el poder sobre ese sitio. Cuenta la tradición que ese conflicto anticipaba lo que fue la lucha de los británicos (rojos) contra los anglosajones (blancos). Hoy, ese llamativo ícono tradicional también se puede encontrar en el escudo de la localidad, así como ocurre en sus calles, que siguen hablando de la raíz que dejaron esos primeros años de vida institucional.

En la arteria “Tyr Pentre” (Tierra de Aldea en galés) paralela a otra senda con nombre histórico, “Villa Galense”, en la zona sureste del pueblo, se encuentran los primeros nombres que tuvo este punto del Valle Medio, antes de que se lo bautizara como Luis Beltrán, a partir de un decreto del 14 de febrero de 1911. Fue en homenaje al fraile y teniente coronel que formó parte del Ejército de los Andes.

Y si de esquinas se trata, la referencia a “Nain Griffiths” que las atraviesa, llama la atención por sí sola. Pocos saben que esa es la forma de recordar a la “abuela Griffiths”, según su tierna traducción, aún más entrañable cuando se sabe que esa mujer fue una de las parteras británicas que llegó con la corriente poblacional que se trasladó desde la primera ubicación de este lado del océano, en Chubut, para ayudar a dar a luz a sus coterráneas.

Casada con Oliver Griffiths, Mary Elizabeth Hughes era su nombre de soltera y los registros señalan que llegó a la zona en 1902. “Como no se conocía con precisión la fecha del nacimiento”, recordó en redes sociales el profesor Tomás Hughes, del Instituto de Formación Docente, “’la ‘Nain’ se mudaba a vivir a la casa de la futura mamá unos días antes –a veces unas semanas antes- de la fecha supuesta. Eso le implicaba llenar el carro de instrumental, ungüentos, desinfectantes, delantales y otras ropas cuidadosamente lavadas y viajar, generalmente, muchos kilómetros, dejando a sus hijos e hijas al cuidado de Oliver. Luego del nacimiento del/la bebé, permanecía varios días más allí, atendiendo a la mamá exhausta y garantizando, con los medios de la época, que la salud de ambos fuera buena. Con el tiempo, tantos recién nacidos/as que devinieron en hombres y mujeres de esta tierra, le profesaron un cariño especial”, valoró el docente.

Recuerdos en libro


Emblemático estilo medieval de las comisarías de la gestión Pagano. Foto: Juan Thomes.

Como estas, otras tantas historias valiosas, más cercanas en el tiempo, recorren la memoria sencilla y cotidiana de Luis Beltrán, en las anécdotas de familias y el legado de las instituciones, como la Comisaría 19, uno de varios edificios policiales con estilo medieval, que dejó la gestión del gobernador Adalberto Pagano en los años ‘30. De bajo perfil muchas de ellas, pero cada una con su relevancia especial, más de 30 reseñas pasaron ahora a formar parte de un libro que editó la escritora y comunicadora Mariela Uribarry, a partir de la recopilación obtenida por ella misma, como administradora en el grupo de Facebook “Reconstruyendo la historia”.

Aproximadamente una década de trabajo le tomó a esta nacida y criada en Beltrán completar este proyecto, ahora que vive en San Antonio Oeste y que la nostalgia la llevó de nuevo a tantos de sus recuerdos. Una experiencia como otras tantas a lo largo de toda la provincia, impulsada por quienes ya no miran solo la herencia de los pioneros, sino también las micro hazañas posteriores, las de los personajes sencillos del día a día, en un pueblo que se fortaleció en ese intercambio cercano.

La primer sede gubernamental en Beltrán, demolida para la construcción del actual municipio. Foto: Gentileza.

Declarado de interés social y cultural, este libro “Reconstruyendo la historia de Luis Beltrán”, ayudó a visibilizar otros aportes a la diversidad local, como los de los inmigrantes chilenos y bolivianos, por ejemplo, que también dejaron su huella en este espacio fecundo, a la vera del río Negro y cerca de la bocatoma que comparten con los vecinos de la comarca.

Así, otros vecinos también pudieron entender que del legado de lecheros, peluqueros, modistas, carniceros, enfermeros, médicos, también se nutrió este suelo. Pensar que una inspección de Tierras en 1920 casi desalienta la conformación de este pueblo, justificándose en la proximidad a otros centros ya instalados. Afortunadamente esa documentación no tuvo eco, cuenta en sus páginas el archivo de Diario RÍO NEGRO, y gracias a eso, en 1926 el ingeniero José Schiapira procedió finalmente a la anhelada mensura del lugar que la convirtió en lo que es hoy.


Una escultura, representación de la fuerza y la resistencia del pueblo inmigrante que llegó desde Gales hasta la lejana Patagonia, observa cada mañana al ejido de Luis Beltrán, desde un pedestal en la céntrica Plaza 9 de Julio. Llamativo en una tierra que lejos está de aquel húmedo paisaje montañoso europeo y de ver reptiles alados como éste, su presencia vino a recordar que fueron familias de ese origen las que ayudaron a forjar la vida urbanizada a más de 200 kilómetros de Roca y a otros tantos de Neuquén.

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