“El Cipoleño”: vestigios de una cooperativa que creció en tiempo de galpones

El frente del edificio central resiste dentro del paisaje tradicional, sobre calle Tres Arroyos. Parte del inmenso engranaje que dio progreso al pueblo, sus paredes hablan del sustento de familias enteras.

El letrero de la fachada original promocionaba la producción de vinos, allá por los años ‘30. Fotos posteriores, ya entrada la década del ‘50, mostraban otra de las naves, la del galpón de empaque de fruta, con eternas filas de cajones por llenar y clavar, que lucían la marca que más identificaba a la ciudad: “El Cipoleño”

Ubicado sobre calle Tres Arroyos al 600, lo que queda de sus instalaciones hoy puede verse dentro del predio de una conocida embotelladora. Circulan versiones de más cambios, sin embargo el frente de su bodega sigue ahí, con una historia para contar, hermoseada por las molduras y tejas que el constructor Antonio Silenzi, de Allen, supo hacer realidad.

«Épocas bravas”


Fachada original: la construyó Antonio Silenzi, de Allen. Foto: Gentileza Laura Silenzi – Archivo Diario RN.

En una entrevista del 3 de octubre de 1978, el vecino Kristen Kristensen se incluyó entre los 23 socios fundadores que dieron origen a la “Cooperativa Frutivinícola Cipolletti Limitada”. «Fue en el ’33 y eran poco usuales estos proyectos, se hizo pesado porque eran los años de crisis», reconoció. 

Juan Darrieux fue uno de los que propuso la idea, aseguró Kristensen, con quien integraron el grupo mayor, que solicitó un préstamo inicial de 55 mil pesos al Banco Nación. Frente a la respuesta negativa, apostaron por más y viajaron a Buenos Aires, a entrevistarse con el ministro de Hacienda y el gerente general de la entidad, hasta que lograron el respaldo financiero. «Épocas bravas, sin duda», dijo Kristensen.

El recuerdo de Mariano Castaño, que llevaba damajuanas y botellas hasta Las Lajas, Jacobacci y Junín de los Andes. La Cooperativa integraba un mercado que generaba miles de puestos de trabajo en los ’60. Fotos: Gentileza Daniel Castaño | Archivo RN.

A pesar de las trabas del comienzo, el esfuerzo valió la pena: a fines de los ’60 los registros hablaban de una producción de 5.350.000 litros de vino de la marca «Cipoleño», según el archivo de “Río Negro”. Aseguraron gran cantidad de puestos de trabajo, en el inmenso motor que regía la vida local y la economía de familias enteras. 

Mi suegra Elcira Contreras y sus hermanos Segundo y Jorge trabajaron allí en los años ‘40 y ‘50”, recordó por ejemplo Ángel Darbesio, antiguo comunicador neuquino. Memorioso, agregó que en esa labor cotidiana, Segundo había ejercido como capataz, Jorge como embalador y Elcira como clasificadora, al igual que el resto de los hermanos. 

“El papá de todos ellos se compró 11 hectáreas, por calle Esmeralda pasando Circunvalación y la fruta que cosechaba también la entregaba en ese mismo galpón”, repasó, confirmando esa dinámica circular. 

Vivir en el trabajo de papá


“Cuando yo nací, en 1978, mi papá, mi mamá y mi hermana ya vivían dentro del predio de ‘El Cipoleño’”,

compartió, por su parte, Pablo Krahulec, en diálogo con “Río Negro”.

Como si fuera ayer, puede cerrar los ojos y ubicar la casa junto a la báscula y a la bodega. No eran los únicos: allí, cerca del galpón de empaque, también estuvo el hogar de la familia Cruces, afirmó. Y en el grupo de Facebook “Cipolletti del Ayer” algunos aportes nombraron a su vez a los Di Lauro.

José Krahulec, fallecido en 2009, fue ese chacarero de Fernández Oro que allí se repartió entre su labor de padre y encargado de personal, bodega y frigorífico. También viajaba por El Bolsón, Las Lajas y Roca, entre otras localidades, para visitar clientes, recordó su hijo. Carlos Dellapítima era en ese entonces presidente de la comisión directiva y el neuquino Julio Sangiácono, oriundo de Piedra del Águila, el gerente a cargo. 

Kristen Kristensen, uno de los primeros socios, y Julio Sangiácomo, uno de los últimos gerentes. Foto: Archivo RN | Gentileza Familia Sangiácomo.

Durante esos años, Pablo, su madre María Elvira Figueroa y sus hermanos Marcela y Gustavo vieron día tras día las actividades que se realizaban: “Recuerdo muy patente los piletones donde se procesaba la uva, las oficinas y las garitas de los serenos. Había mucho movimiento de mercadería, camiones y de trabajadores. Se hacían vinos de mesa (blanco, tinto, rosado), con los enólogos París y Carlos Ferragut”, detalló.

Generoso, el hijo de Sangiácomo, también llamado Julio, sumó a este medio los datos que guardó su memoria y ayudó a chequear otros. Su padre, que llegó al valle en 1942, fue de los que logró juntar experiencia en distintos roles administrativos, hasta que pudo liderar este emblemático espacio. Nacido en 1930, como dice el tango, falleció en 1988, en medio de los desafíos por la competencia en el mercado, sobretodo para la exportación. 

Mientras tanto, en 1984, la mudanza de los Krahulec a Barrio San Pablo adelantó el inicio de una despedida general que pocos años después se terminaría de completar, con el cambio de dueños de la cooperativa, la quiebra y la clausura, ante la mirada de ese encargado que resistió hasta el final.

Pablo, su madre María Elvira Figueroa y sus hermanos vivieron en el predio del «Cipoleño». Foto: Gentileza.

 


El letrero de la fachada original promocionaba la producción de vinos, allá por los años ‘30. Fotos posteriores, ya entrada la década del ‘50, mostraban otra de las naves, la del galpón de empaque de fruta, con eternas filas de cajones por llenar y clavar, que lucían la marca que más identificaba a la ciudad: “El Cipoleño”

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