El guardián del tiempo: es fanático de Volver al Futuro y alzó un museo en su casa del norte de Neuquén

En el norte de Neuquén, Germán convirtió su pasión por la película que marcó su infancia en un museo artesanal repleto de objetos, escenas recreadas y guiños al universo de Marty McFly.

Germán era un niño cuando una película le dio vuelta el mundo. No fue en un cine ni en un teatro, fue en la casa de su vecino. Había alquilado en un videoclub Volver Al Futuro. La patineta voladora, el DeLorean y Marty McFly tocando Jhonny B. Goode en la guitarra hicieron que algo se encendiera dentro suyo. Tenía solo diez años y no sabía que ese film cambiaría su vida para siempre.

Germán Schmidl nació en Rosario y hace más de 20 años vive en Andacollo, en el árido norte neuquino. Sin embargo, los recuerdos que atesora en la ciudad santafesina se le vienen a la cabeza todo el tiempo. Es que fue allí donde la mezcla de asombro y curiosidad iniciaron el camino del fanatismo por la película de Robert Zemeckis.

«Yo me sentía super identificado con Marty entonces intentaba imitar sus locuras», recuerda. «Una vez me intenté colgar del camión recolector de residuos en la patineta, como hace él en una escena de la película», relata. «Me retaron muchísimo, por supuesto», dice entre risas.

Durante años disfrutó de la película siempre que podía. Sin embargo, su fanatismo no bastaba con la contemplación y fue un paso más allá. Instalado en su casa de Neuquén comenzó a dedicarse al coleccionismo.

La pieza fundacional llegó por parte de su familia. «Fue un autito Hot Wheels del año 2011 que me regaló mi señora y mis hijos… lo tengo enmarcado, es la primera pieza”, comenta. Ese pequeño auto fue el inicio de algo mucho más grande: “La primera réplica que hice fue el control remoto que usa el Doc en Volver al Futuro”.

Es que no solo colecciona piezas hechas, sino que la manualidad corre por sus venas. «Yo hacía aeromodelismo con mi viejo. Armábamos aviones de madera, control remoto… lo manual siempre estuvo presente en mi vida”. Ese aprendizaje se convirtió en su herramienta, su descarga a tierra, su forma de traducir la pasión en objetos.

Tengo cosas que yo hice, réplicas que son las primeras que se han hecho en el mundo”, dice sin un gramo de soberbia, como quien apenas logra un objetivo sin darse cuenta. Una de esas piezas es un televisor de los años 80, recreado exactamente como aparece en la película. “Una de las personas que trabajó en el detrás de escena me lo elogió y me dijo que es el primero que se ha hecho en el mundo”, cuenta todavía sorprendido.

Su fanatismo comenzó a crecer sin pedir permiso y debió dedicarle una habitación especial que se transformó en un museo y se encuentra bajo llave. Allí las figuras de Doc, Marty y otros personajes viven apilados, como si no alcanzara el espacio para la cantidad. Los autógrafos de Michael Fox, Leah Thomson, Jeffrey Weissman, Christopher Loyd adornan las paredes y los vinilos y casetes originales de la película suenan de vez en cuando.

Pero Germán no solo colecciona. Crea mundos. En esa habitación hay maquetas y dioramas. «Tengo hecho el estacionamiento del centro comercial con el Doc y Marty y una maqueta grande del pueblo completo de Hill Valley de 1885, con el tren empujando el DeLorean”, cuenta.

Esa maqueta de 80 por 80 centímetros está llena de detalles microscópicos: “Está la estación del tren chiquitita y la figura de Doc y Marty sacándose la foto del reloj”, puntualiza.

El 2020 fue un antes y un después para el coleccionista. La virtualidad lo benefició y cumplió sueños que parecían inalcanzables. «Mi colección ya era importante. Empezaron a invitarme a entrevistas con coleccionistas de otros países. Entonces se empezó a conocer cada vez más”.

Ese mismo año comenzó a colaborar con la Fundación Michael Fox, que trabaja por la investigación y concientización sobre el Parkinson. Ese vínculo lo abrió a un universo inesperado.

“Pude conocer actores de la película. Gente del detrás de escena. Pude entrevistarlos virtualmente. Todo en pandemia”, recuerda. A veces, un sí abría la puerta al siguiente. Un actor llevaba a otro, una entrevista llevaba a un técnico del set, y así hasta llegar incluso al actual dueño de la marca DeLorean.

Para Germán, lo más sorprendente no son los objetos sino la red humana que se generó alrededor. “Estoy muy agradecido de conocer tanta gente alrededor del mundo que es fanática de la peli. Gente que me dice ‘me encanta tu colección, me gustaría que tengas esto’ y me manda cosas de regalo. Es maravilloso”.

Ese espíritu colaborativo también lo lleva a su costado solidario: “Tenemos un compromiso por recaudar fondos y concientizar sobre el Parkinson. Es un mundo maravilloso que uno no conoce hasta que está adentro”. Hace poco recibió autógrafos para rifar en un evento benéfico. Tiene colaboradores en toda Argentina. Este año estarán presentes en un encuentro en Buenos Aires con un stand propio.

Su fanatismo por Volver al Futuro es el motor de su ocio, sin embargo, su vida profesional está ligada a la educación. Germán trabaja como docente de educación especial. “Trabajo con chicos y adolescentes con discapacidad”, cuenta. Entre su trabajo escolar, la vida en el norte, la familia y la colección, el tiempo es un bien escaso y dedicado al disfrute.

Tiene dos hijos: Alejo y Rodrigo, dos personas muy diferentes, pero que al igual su esposa, lo acompañan siempre. “El más chico es el que más enganchado está con mi fanatismo. El otro está harto, me esquiva», dice entre risas. “Son supercompañeros. Me apoyan, me tiran ideas. Están orgullosos de lo que hago y sé que es el ejemplo que quiero darles, destaca. Además, su compañera de vida es clave en esta aventura: “Es una genia. No es fácil coleccionar y rodearse de un buen ambiente en casa es fundamental”, dice.

Este 2025 se cumplieron 40 años del estreno de Volver al futuro. Germán lo celebró como debía: en el cine, viéndola en pantalla gigante por primera vez. “Fue impecable. En pantalla grande se ven detalles que te perdés en la tele”, explica.

Fue con amigos del grupo Team Fox. “Todos con nuestra remera de Volver al futuro”. Y, por supuesto, dijo el diálogo a la perfección. Para él, la película es más que nostalgia: «Es apasionante. Es transgeneracional. No pierde vigencia. Es maravillosa”, resume.

El sueño mayor está en marcha, aunque sin prisa. “Mi idea es poder hacer una réplica en tamaño real del auto de la peli. Conseguir un DeLorean es imposible. La idea es conseguir un Toyota Celica de los 80, que tiene una estética similar”.

Si bien sabe que es un proyecto ambicioso, no le asusta. «Yo me jubilo en nueve años y cuando me jubile me voy a dedicar de lleno. Pero si se da antes, bienvenido sea. No apuro las cosas. A veces las piezas nos eligen a nosotros”, dice con la sensibilidad de un artista que transforma sus pasiones en piezas invaluables.


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Germán era un niño cuando una película le dio vuelta el mundo. No fue en un cine ni en un teatro, fue en la casa de su vecino. Había alquilado en un videoclub Volver Al Futuro. La patineta voladora, el DeLorean y Marty McFly tocando Jhonny B. Goode en la guitarra hicieron que algo se encendiera dentro suyo. Tenía solo diez años y no sabía que ese film cambiaría su vida para siempre.

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