Sombra

Columna semanal

Redacción

Por Redacción

EL DISPARADOR

Eran las ocho de la mañana. Estaba nublado y había algo de bruma afuera. Se despertó y comenzó la rutina: eligió qué pantalón combinaba con la camisa, los zapatos y las medias. Antes de vestirse, se paró frente al espejo para afeitarse. Era el preludio de un nuevo día, uno más, ¿o no?

-Vos te despertás porque no te animás a quedarte solo, con vos mismo, en la cama, mirando el techo.

-¿Qué te pasa? Uff, vos otra vez. Claro, tu propuesta es que me quede echado todo el día, que es lo que harías vos, porque sos un vago. Un cobarde que no se anima a salir a la calle, a caminar el mundo, a enfrentarse con el día y con la vida. Hay que levantarse y darle para delante, siempre, no queda otra.

-Bueno, ahora, de repente vos sos un tipo valiente y que tiene el tupé de hablarme con ese tonito superador, ¿no? A ver, despejame algunas dudas, sabelotodo: ¿Por qué tenés el día lleno de actividades? ¿Para no pensar en otra cosa que no sea la plata y tus ambiciones de ascenso? No vaya a ser que sobre tiempo para que te interpeles… ¿Y que surjan dudas sobre lo que decís, decidís y hacés?

-Veo que a la mañana es tu momento, eh… Claro, siguiendo tus sugerencias, debería quedarme todo el día en la cama, abandonado al arte ese de filosofar que vos tanto sacás a relucir. ¡Súper productiva y tentadora tu oferta! Dale, ¿me contás más? Con tu pretensión extrema, ¿cómo seguiría el plan? Me echan porque dejo de ir a trabajar, me quedo sin un mango, no pago el alquiler y me comen las ratas, ¿no? ¿O yo me las como a ellas porque no tengo cómo comprar comida? ¡Divertidísimo, che!

-A ver, que vos no tengas el valor de no ir a laburar, y prefieras ser cada día un esclavo, no significa que yo esté equivocado en todo. Además, vos dependés más de mí que yo de vos, lo sabés muy bien. Así que escuchame un poco, ¿querés? Si hace una semana que te duele la cabeza, la espalda, el cuerpo… ¿Es un pecado que respetes tu cansancio y frenes un día? Pero no, claro, tenés miedo, pánico, de que te manden el telegrama de despido. ¿O de que te digan que sos un débil? En tu lugar, con el agotamiento que tenés, yo no saldría de casa en todo el mes.

-Más que de angustia, creo que si te sigo escuchando voy a terminar muriéndome de risa. Vos no estás hablando de valor, lo tuyo es de haragán inmaduro, que no tiene los huevos de pelearla. Que no puede levantarse cuando no tenga ganas, porque hace frío o porque llueve. Pero, ¿sabés qué? Yo me la banco, le pongo el pecho y salgo. Y vos te la tenés que bancar, conmigo.

-No te hagás el canchero, eh. A vos no te necesito para nada, esbirro.

-Me necesitás para alimentarte y, sobre todo, para no desaparecer.

-Estás muy equivocado, pero andá, dale, que se te hace tarde.

Terminó de afeitarse, se vistió con la ropa que había elegido, tomó una taza de café a la pasada y dejó el departamento. “Hay que darle para delante”, murmuró. Saliendo del edificio, el sol, de pronto, le nubló la vista. Recién cuando agachó la cabeza pudo volver a abrir los ojos, que vieron su sombra dibujada en la vereda.

Juan Ignacio Pereyra (pereyrajuanignacio@gmail.com)


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