Ternura y lápiz
El papá de Mafalda, Joaquín Salvador Lavado o simplemente Quino, volvió a brillar en la última Feria del Libro. Cientos de personas se agolparon e hicieron cola en el stand de Ediciones de La Flor para que les firmara ejemplares, demostrando la vigencia de sus personajes. Un genio creativo que sigue marcando tendencia en la historieta argentina.
Se la robó. Dos veces se la robó. No le requirió esfuerzo. Ni sigilo. Ni astucia. Ni guantes blancos. Llegó con su mirada serena. Su sonrisa y gestos suaves. Su humildad. Entró casi pidiendo permiso, como si quisiera sentarse en el fondo… y quedarse ahí en procura de un anonimato imposible. Su clásico pulóver de cuello redondo, sus camperas a tono, livianas; pantalón gris. Y esos zapatos que fatiga y liquida cuando ya no resisten más.
Y claro, Quino no llegó solo a la Feria del Libro.
Entró de la mano de una historia de talento. De conmovedora simbiosis de talento y ternura con que hace décadas alimenta esa parte tan humana llamada humor. Sí, entró de la mano de Mafalda y su pandilla. Mafalda con sus guillerminas negras, soquetes blancos, su cabezota… sus enojos con la sopa.
Y el romántico de Felipe, que se perdió rápido entre los stands buscando libros de astronautas, de la Luna y el hombre en la Luna; páginas que hablaran de aquel señor Armstrong que un día de 1969 pisó aquel suelo blanco, liviano, sutil de la Luna… Felipe, soñador intenso en aquella tira de Quino en que la mamá lo envía al almacén de Manolito a comprar manteca y Felipe parte: “Aquí va el comandante Armstrong en misión especial encomendada por la NASA” y vuelve manteca en mano… “El comandante Armstrong retorna de su misión y va pensando cómo hará para quedarse con el vuelto”.
Y Manolito, con las cejas más pobladas que nunca, mirando de un lado para otro, quizá extrañado por la ausencia de almacén en la Feria del Libro.
(Continúa en la página 24)
(Viene de la página 23)
Ese Manolito cuyo profesionalizado olfato le servía para ese “¡Zas, acá hay algo que debe salir de oferta!”. Entonces, tomaba una horma de queso y la ofrecía a mitad de precio antes de que se echara a perder.
Y Susanita, buscando libros de cocina, de cómo criar a los hijos. Quizá espantada de cómo la historia y la sociología evisceran hoy a la clase media argentina y siempre extrañada por la decisión de los padres de Mafalda de comprar, entre ahorros y aguinaldos, un 2 CV. Y Mafalda, harta de las preguntas de Susanita sobre la decisión, cerrando el debate con un terminante “¡Es el único auto donde lo importante es lo que va adentro!”.
Y Miguelito, buenazo Miguelito. Lento para formarse opinión… lenteja, Miguelito.
Hasta es posible que cuando de la mano de Quino Mafalda entró a la Feria haya mirado de reojo el bastón de los federales que custodiaban el lugar. Y quizá entonces Quino, con reflejos rápidos, le apretó la mano y le deslizó suavemente un “No preguntes nada”, como sí había preguntado ella un día a un federal mientras apoyaba su pequeño índice sobre el bastón, “¡El abolla ideologías!”.
Sí, con Mafalda y su pandilla y los miles de tiras y escenas a las que ha dado vida, Joaquín Lavado, alias “Quino”, se robó la Feria del Libro en la tarde del viernes 4 y el domingo 6.
Cientos de personas esperándolo. El stand de Ediciones de La Flor se colmó de grandes y de chicos. Celulares y cámaras se prendieron cuando arribó con su caminar pausado.
Largas colas para que firmara éste o aquel libro de su autoría. Tres generaciones en esas colas: sesentistas, sus hijos, sus nietos. Colas que se perdían y volvían a aparecer.
Con una amplia sonrisa y un vaso de cerveza a mano, Quino dedicó pacientemente los libros a cada uno de sus seguidores.
“Tengo toda la colección de Mafalda, me divierte. Me gusta la forma en que, a través de la historieta, Quino cuenta las realidades del país”, dice impaciente Carla Martínez mientras espera libro en mano.
“Nosotros la veíamos por televisión porque en Colombia no llegaban los libros. Y hoy el diario más importante de nuestro país le dedica una página entera a Quino”, comenta Henry Castro. O Aurora Balmaceda, una cordobesa morocha y lustrosa con algo más de 70, diciéndole:
–¡Cuánto le debemos los argentinos a usted, Quino!
Y él respondiendo:
–No se preocupe, Aurora, he perdido los duplicados.
CARLOS TORRENGO
carlostorrengo@hotmail.com
Se la robó. Dos veces se la robó. No le requirió esfuerzo. Ni sigilo. Ni astucia. Ni guantes blancos. Llegó con su mirada serena. Su sonrisa y gestos suaves. Su humildad. Entró casi pidiendo permiso, como si quisiera sentarse en el fondo... y quedarse ahí en procura de un anonimato imposible. Su clásico pulóver de cuello redondo, sus camperas a tono, livianas; pantalón gris. Y esos zapatos que fatiga y liquida cuando ya no resisten más.
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